Hay una temperatura a partir de la cual nuestro estado de ánimo se ve afectado por el exceso de calor. Cuando el termómetro sube, nos despertamos sudados, incómodos y de mala leche. El calor extremo puede hacer que nos sintamos irritables, cansados y más irascibles y con menos paciencia, y no es solo una sensación: está demostrado que las altas temperaturas influyen negativamente en nuestra salud mental y en las relaciones sociales. En este sentido, cuando se pasa de los 35 grados, cualquier estímulo mínimo —un mensaje de voz largo, una obra en la calle, alguien que mastica fuerte, una discusión absurda con tu pareja— puede hacernos reventar por dentro. Y no es solo una sensación: varios estudios han demostrado que las altas temperaturas nos vuelven menos empáticos, menos colaboradores y, sinceramente, más insufribles.

El cerebro también se calienta

Como si fuera una CPU de una máquina o el motor del portátil con 30 pestañas del navegador abiertas, nuestro cerebro también va a mil por hora. No es que seamos personas malas o malvadas, es que el cuerpo va justo de recursos. Cuando hace mucho calor, nuestro cerebro activa el modo supervivencia: envía sangre hacia la piel para resfriarnos, nos hace sudar como si estuviéramos en una sauna finlandesa y nos deja sin energía para nada más. Y entre lo que se prioriza cero hay la paciencia, la empatía o las buenas maneras.

Nuestro termostato mental, el hipotálamo, está demasiado ocupado intentando que no nos desmayemos y, por lo tanto, gestionar educadamente una discusión sobre quién ha dejado el lavaplatos medio lleno se hace difícil. Y si la discusión pasa en medio de la calle, entre asfalto caliente y coches que sueltan aire caliente, la situación puede derivar fácilmente en un drama importante.

Menos cooperación, más irritación

Un estudio que observó vendedores de tiendas en plena ola de calor en Moscú concluyó que ayudaban mucho menos a los clientes cuando el aire acondicionado fallaba. No dejaban de trabajar, pero el trato humano desaparecía. Ni sonrisas, ni sugerencias, ni paciencia: solo aire caliente y respuestas cortas. Es la versión veraniega del "haz lo que quieras, pero no me hables". Incluso imaginar calor nos pone de mal humor. En otro experimento, a unos voluntarios se les hizo pensar en un día asfixiante antes de responder un trivial y, después, se les preguntó si querían rellenar una encuesta. Estaban más irritables y menos dispuestos a ayudar. Ni calor real hacía falta: solo pensar ya les había fundido los nervios.

No eres tú, es el calor

Si este verano tienes ganas de bloquear a medio grupo de WhatsApp, ignorar aquel mail o gritarle al ventilador porque no te da la vida… respira. No estás solo. Es el calor, que te está gestionando el ánimo. Por eso, antes de escribir aquel mensaje pasivo-agresivo que haga implosionar una conversación o de pelearte por el aire acondicionado con el compañero de oficina, recuerda: quizás solo necesitas una ducha fría, un rato en la sombra y un poco de silencio. O un helado. O tres. Quizás una piscina con cubitos. Sea como sea, un poco de calma y contar hasta 10.