A medida que van pasando las horas de la cumbre celebrada en Alaska entre Donald Trump y Vladímir Putin, en la base de la fuerza aérea Elmendorf-Richardson, en Anchorage, se expande la idea de que el encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia ha supuesto una derrota importante para el inquilino de la Casa Blanca y, en consecuencia, una victoria para el Kremlin. Trump no logró, como era su propósito en las horas previas, un alto el fuego en Ucrania, y sus expectativas han mutado a un acuerdo futuro de paz, algo, sin duda, mucho más complejo y, en todo caso, posible, quién sabe, en el medio o largo plazo.
Las alfombras rojas, el inusitado despliegue de un avión bombardero B-2 Spirit y cuatro cazas F-35, hasta tres aplausos cuando bajaba del avión, todo fueron gestos insuficientes para modificar la posición de Putin, que interpretó a la perfección el ganado papel de político hermético y gélido. Fue el hombre de las sonrisas que contrastaba con el semblante mucho más serio de Trump, acostumbrado a pisotear a sus interlocutores y a dominar la escena mediática basándose en su indiscutible fuerza disuasoria. El gesto distendido del presidente ruso tenía mucho que ver con el hecho de que llegó a Alaska bombardeando de manera importante Ucrania, donde Rusia ha actuado contundentemente estas últimas horas, recuperaba su posición en el tablero internacional gracias a Trump —¿qué se ha hecho de aquel paria a quien nadie recibía o visitaba y al que se imponían sanciones?— y regresaba a Moscú sin haber hecho concesiones.
Trump no logró, como era su propósito en las horas previas, un alto el fuego en Ucrania, y sus expectativas han mutado a un acuerdo futuro de paz
Habida cuenta de que Trump no soporta las derrotas, y a día de hoy esta es inapelable, habrá que estar muy atentos a su siguiente movimiento que no tardará en producirse. El lunes, Zelenski ha sido invitado a la Casa Blanca y el presidente ucraniano podrá escuchar directamente las condiciones de Putin y comprobar cuál es el apoyo de la Casa Blanca a partir de ahora. Por si acaso, Trump ya avanzó en Alaska que Zelenski debe llegar a un pacto, ya que Rusia es una gran potencia y Ucrania no lo es. Toda una invitación a que ceda una parte de su territorio, algo a lo que Zelenski se opone y con lo que tampoco están de acuerdo los países europeos que le han estado ayudando desde el inicio de la invasión en febrero de 2022, hace ya más de tres años y que ha causado, según Naciones Unidas, alrededor de 14.000 víctimas civiles ucranianas, más de 700 de ellos niños.
La gran pregunta, con la información disponible, es cómo Trump ha podido prestarse a una cumbre que no estaba diplomáticamente preparada, que deja a Ucrania peor que antes de la reunión y a Europa en el triste papel de esperar y ver, lo que corresponde a un invitado de piedra. En un escenario diferente al de las discrepancias con China, en este caso el punto de confrontación solo los aranceles, se vuelve a poner de manifiesto que los gestos del presidente norteamericano acaban siendo como una exhibición de fuegos artificiales poco impresionantes cuando sus interlocutores son importantes en la esfera internacional —Xi Jinping y Putin lo son— y le aguantan el pulso.