El pasado viernes, 15 de agosto, se produjo un esperado encuentro entre Donald Trump y Vladímir Putin en Anchorage, Alaska. Un hito en el conflicto que lleva tres años asolando Ucrania, pero también en las relaciones internacionales, que muestra la apertura hacia nuevos caminos. El simple hecho del encuentro ha desatado ya tormentas de opinión, tanto en el ámbito político como mediático. Y es que, lo que estamos viendo en estos tiempos, supone también la caída, cual castillo de naipes, de los relatos interesados que nos han venido metiendo entre pan y pan de manera inaguantable los últimos años.

Desde la disolución de la URSS es la primera vez que Putin pone un pie en suelo estadounidense. Y lo hace con alfombra roja, siendo recibido con entusiasmo, algo que durante la época de Biden era impensable, cuando Putin era un sanguinario asesino, según el presidente de Estados Unidos. Más impensable, si cabe, era el hecho de apostar por la paz, de poner fin a una incesante masacre de inocentes. Romper el relato belicista e infantil que han venido entonando a coro desde la Administración Biden, la Comisión Europea y los distintos líderes occidentales sin criterio ni agallas parecía de ciencia ficción. Aunque lo cierto es que viendo ahora los volantazos en los discursos, comenzando por el propio Secretario General de la OTAN, parece más bien que estamos ante una comedia.

Porque ahora Rutte no ve con malos ojos que Ucrania se vaya a quedar sin buena parte de su territorio. ¿Se acuerdan cuando esa misma organización respaldaba a un Zelenski que se negaba por lo civil y lo militar a hablar con Putin, cuando se llenaban la boca sobre la incorporación de Kyiv a la alianza, incluso a la Unión Europea? Pues de momento, todo eso ha saltado por los aires, y donde dijeron “digo”, ahora dicen “Diego”, es decir: que con Putin hay que hablar, que Kyiv no entrará de momento en la OTAN, ni en la UE. Es más, le están comenzando a caer palos, como si de una piñata se tratara, por ser un Estado corrupto hasta la médula. Algo que, por cierto, se sabía desde el principio, pero que ahora resulta demasiado grave para las autoridades europeas, tan limpias y tan hipócritas.

Por el momento, se supone que la reunión no produjo ningún acuerdo sobre Ucrania. O, al menos, eso es lo que nos han querido presentar como verdad oficial. En mi opinión, es evidente que el asunto lleva meses, si no años, ya acordado y que es cuestión de ir avanzando en sus intereses para ir soltando lastre. Y por el camino, irán cayendo los que tengan que caer. Nada nuevo bajo el sol.

El puente que se ha creado en Alaska no nos pilla a mano. Y por el interés de los que pagamos las facturas, y ponemos los muertos inocentes, más nos valdría tener a gente que hable en nuestro nombre con un poquito de cabeza y bastante más decencia

Dicen algunos analistas que uno de los efectos más notables de este encuentro en Alaska ha sido el cambio de la imagen pública de Putin en la esfera internacional. Y es que se creen que la imagen de este mandatario había sido poco más o menos parecida a la de un “paria”. Entiendo que desmontar el relato conlleve hacer saltos complicados. Pero quien de verdad haya podido ver a Putin como un “paria” en algún momento, no está en lo que se celebra. Como el Señor Lavrov, un ministro de asuntos exteriores que para España lo quisiera. Y no le digo ya su portavoz, María Zajarova, uno de los actores políticos que más interés me genera.

Recomiendo abandonar los relatos burdos y asomarse a ver la realidad con ganas de comprender lo que realmente pasa. No auguro éxito en la empresa, pero desde luego, resulta mucho más interesante que seguir masticando el engrudo intragable que nos ofrecen casi todos los medios de propaganda que nos bombardean a diario. Y ni que decir tiene ya la papilla de chorradas peligrosas que repiten como loros los adocenados políticos que nos toca mantener.

La presencia de Putin en suelo estadounidense mientras Ucrania sigue siendo atacada por su ejército es, ni más ni menos, que un respaldo del mayor enemigo de Rusia durante toda la historia. Y deja claro, además, que será Rusia quien decida cómo y cuando termina todo esto, por si alguien no lo había entendido hasta ahora. A lo mejor, en este momento de desmontar los falsos relatos, la opinión pública termina por enterarse de lo que fue realmente el Maidán, allá por 2014, y qué sucedía en la Ucrania que Zelenski quería gobernar cuando era candidato. Esa donde, según él, se podría hablar ruso, lengua que él usó fundamentalmente en toda su vida.

Pero quizás lo más importante, para nosotros, no sea tanto la presencia de Putin, el liderazgo de Trump, sino la gran ausente en todo este entuerto. Me refiero a la de la UE, la otra supuesta gran potencia, en cuya frontera se está produciendo la guerra de la que los otros dos hablan. Y es que Europa ni está ni se la espera. Y alguno quizá también descubra ahora que ese es, precisamente, el papel de la Unión: franquicia de Estados Unidos que solamente cuenta cuando se trata de pegarse un tiro en el pie y hacerse la idiota. Como hizo cuando explotó el Nord Stream, como hizo cuando Rusia entró en Ucrania, y como hizo en el Maidán. Europa no tiene soberanía alguna, dirigida aparentemente por una panda de enanos mentales que se pasan el día quemando dinero público mientras se comportan como una casta de nobleza ultrademócrata. Se han convertido, sencillamente, en una tropa de representantes de los intereses privados que trata de hacernos creer que negocian pensando en el interés del común de los mortales. Porque hacen sus negocios con nuestro dinero, fundamentalmente.

Europa ha sido torpe y responsablemente criminal con lo sucedido en Ucrania, al igual que en Gaza. Von der Leyen y sus minions, como Borrell o Sánchez, han demostrado ser lo más inútil para nuestros intereses, los de la ciudadanía. Y deberían postularse al Óscar por el papelón que interpretan, cambiante cada cuarto de hora. Ahora, cuando todo esto se arregle entre EE. UU. y Rusia, cuando los BRICS se pongan a hacer negocios con el imperialismo yanqui, Europa se va a quedar como la cotilla mala de la comunidad. Esa que se apunta a cualquier chisme con tal de malmeter y que, al final, queda mal con todos, mientras los problemas se resuelven. Esa con la que nadie cuenta. Esa somos nosotros.

El puente que se ha creado en Alaska no nos pilla a mano. Y por el interés de los que pagamos las facturas, y ponemos los muertos inocentes, más nos valdría tener a gente que hable en nuestro nombre con un poquito de cabeza y bastante más decencia.