Desde la sombra, operando con una coreografía milimétrica, una de las unidades de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel ha sido durante décadas uno de los actores invisibles de la lucha antiterrorista en Oriente Medio. Bajo el nombre de Duvdevan, que significa "cereza" en hebreo, por ser, literalmente, la guinda del pastel dentro de las fuerzas especiales, esta unidad inspiró la serie israelí Fauda, emitida por Netflix, que ha cautivado espectadores de medio mundo. Ahora, uno de los exmiembros de la unidad, Ariel, en quien se basa el personaje de Daron, protagonista de la serie, habla abiertamente por primera vez, en una conversación cargada de detalles, con la periodista Pilar Rahola. Su testimonio, que se emite en el programa Punto Rojo, de la cadena de televisión latinoamericana DNews, rompe con la narrativa habitual del ejército israelí y revela un mundo de decisiones éticas extremas, entrenamientos físicos y emocionales al límite, y una máxima que resume toda su filosofía: "Si tienes que disparar al enemigo, quiere decir que has fracasado".

Esta filosofía operativa, centrada en la contención y en evitar cualquier muerte innecesaria, no solo se aplica sobre el terreno, sino que también ha sido retratada con fidelidad en Fauda, serie que muestra las operaciones de la unidad Duvdevan con una verosimilitud muy próxima a la realidad. Ariel, que conoce de primera mano aquella realidad, recuerda que mientras veía un capítulo con su mujer, anticipaba todo lo que pasaría. "Ahora pasará esto; este recibirá una bala", le decía. Cuando ella le preguntaba cómo lo sabía, él respondía: "Porque yo estaba allí, están explicando nuestras historias". Desde la manera como se mueven en grupo hasta cómo se posicionan dentro de un coche antes de una misión, la producción refleja con precisión quirúrgica las operaciones reales. Pero lo más relevante, según él, no es tanto lo que se ve en la pantalla, sino la ética que guía cada acción: la voluntad de evitar al máximo el daño colateral, incluso poniendo en riesgo la propia vida. "Nuestros soldados eran menos importantes que los inocentes que había cerca de un terrorista", afirma Ariel.


El principio se transmite dentro de la unidad como una máxima innegociable: si una operación acaba con muertos, quiere decir que alguna cosa no ha ido como estaba previsto. La prioridad no es eliminar, sino capturar. Y si el sospechoso puede aportar información, todavía hay más motivo para no ejecutarlo. "Nunca intentamos matar. Solo si la operación falla completamente puede haber heridos, pero no es el objetivo", explica Ariel. Este criterio se extiende también a los entornos familiares de los terroristas. "Los hijos nunca son responsables de las acciones de sus padres", defiende. Es por eso que se entrenaban para hacer operaciones tan precisas que un niño dentro de la casa ni se diera cuenta de lo que había pasado. Sin embargo, el antiguo miembro de la unidad Duvdevan reconoce que a menudo se encuentran ante enemigos que prefieren morir antes que rendirse: "Tratamos con psicópatas, gente lavada del cerebro, y acabamos protegiendo a sus hijos de sus propias acciones".

La exigencia ética y operativa de la unidad no se entiende sin conocer los orígenes y el proceso de selección. Creado en los años ochenta, el cuerpo nació con el objetivo de ser la élite dentro de la élite, y muy pronto se ganó el sobrenombre de "cereza", por el viejo refrán que dice que la cereza es aquello que corona la nata. "Somos lo que va por encima de la nata", resume Ariel. Este espíritu de excelencia se traslada a un entrenamiento de dieciocho meses que pone a prueba no solo la resistencia física, sino sobre todo la resiliencia emocional. El proceso recuerda un programa extremo de supervivencia, pero sostenido durante más de un año y medio. "Lo más duro no es la parte física, sino la dureza emocional", asegura. Él mismo reconoce que muchos aspirantes con grandes condiciones físicas se hundían cuando las cosas no salían como esperaban. En cambio, quien era capaz de mantener la cabeza fría ante la adversidad tenía muchas más opciones de llegar al final. "Buscábamos flexibilidad, capacidad para adaptarse y tomar decisiones inteligentes bajo presión", explica.

Una guerra de civilizaciones

Más allá de su experiencia en la unidad de élite, Ariel también muestra una visión muy clara y contundente sobre el conflicto en Gaza. Según su opinión, lo que se vive es un choque entre dos civilizaciones: la judeocristiana, que "santifica la vida", y una visión radical del islam que "santifica la muerte". El exmilitar considera que Hamás no solo representa una amenaza armada, sino una ideología mortífera que "planificó el sacrificio de decenas de miles de palestinos" con el atentado del 7 de octubre de 2023, colocando sus centros de mando en hospitales y escuelas, y construyendo túneles bajo zonas civiles. Todo ello, dice, para obligar a Israel a responder en escenarios con civiles como escudos humanos. A pesar de eso, Ariel insiste en que la solución no pasa por imposiciones externas. "Israel no tendría que decidir quién tiene que liderar Gaza. Eso lo tiene que hacer su pueblo", asegura, y defiende que una gran parte de la población palestina también sufre el régimen de Hamás. "Intentamos ayudarlos a liberarse de esta dictadura y que puedan tener una vida, quizás incluso una democracia".

 

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