“Mirar es pintar. Y pintar es mirar”, dice Mercè Ibarz a No pensis, mira (Anagrama, 2024). Quiere decir que aquello que hacemos con la mirada cuando estamos atentos a una obra de arte, de alguna manera, es hacerla de nuevo al atribuirle aquello que nos evoca. ¿Nos pasa lo mismo ante un plato de comida? Quizás todavía más: al permitir una experimentación más directa a través de los sentidos (salvo en aquellos restaurantes donde se le viste con conceptos), el plato lo hace el comensal a su particular manera, ligeramente diferente entre los unos y los otros según la capacidad olfativa y gustativa de cada uno, y dependiendo de la biblioteca de olores y sabores que poseamos.
En todo eso pensaba, justamente, en el nuevo restaurante del Museo Nacional de Catalunya, Absis. Capitaneado por Albert Raurich (Dos Pebrots, Dos Palillos) y con el cocinero Jordi Bernús (antiguo copropietario del mítico Sants es crema), en el Absis, como todo el mundo esperaba, se hacen los clásicos de la cocina catalana, pasados por un cedazo contemporáneo cuando toca.
Se puede escoger carta o menú (el del día, de 2 pases y postre, a 35 €; el degustación, de 5 pases y un postre, a 60 €), donde se encuentran platos como la caballa ahumada con el medieval manjar blanco, los calamares a la romana, sobre la mítica blonda de papel picado, las judías de Santa Pau con almejas y pomelo, el suquet de salmonete con patatas, el fricandó de ternera o el pollo a la catalana con vieiras.
En el Absis, capitaneado por Albert Raurich y Jordi Bernús, como todo el mundo esperaba, se hacen los clásicos de la cocina catalana, pasados por un cedazo contemporáneo cuando toca
Absis tiene todo aquello que siempre decimos que queremos que prueben los turistas para conocer bien quién somos, qué comemos y qué cocinamos: producto notable, recetas nuestras bien ejecutadas, y aquel sabor de siempre que encontraremos cuando nosotros mismos pasemos por aquí después de visitar una exposición temporal (ahora, hasta el 26 de junio, hay una de Zurbarán, y otra de Francesc Galí estará hasta el 14 de septiembre) o la increíble colección permanente, o en cualquier noche de este verano para disfrutar de las vistas y de una buena comida (abren de 12:30 h a 16 h y de 19:30 h a 23 h).
Ubicado en el espacio que era el Salón del Trono del Palau Nacional, las vistas sobre la ciudad no tienen precio. Por si no fuera suficiente, quedan magnificadas por una acertada instalación de espejos en forma de cascada invertida que dan un aire moderno a contraste con los mármoles de estilo clásico de las paredes.