Tenemos la suerte de vivir en una ciudad que todavía no ha sido uniformizada y plastificada del todo. Se pueden pasear y verse los contrastes típicos de un ecosistema vivo y las diversas capas de la historia que mujeres, hombres y niños han ido dejando por todas partes, por las calles, por las plazas, y también por los bares. Precisamente, una imagen insólita de Barcelona es la que se conforma cuando cruzas el pasaje Bernardí Martorell desde la calle del Hospital, coges Robador y acabas en la nueva plaza Salvador Seguí, más conocida como la plaza de la Filmoteca. Para reflexionar sobre todo aquello que has visto, retrocede una decena de pasos y para a La Bodega d'en Rubén.

¿Qué has visto? Un templo sij y una mezquita; un pasaje, rara avis del urbanismo de la ciudad; prostitutas; un restaurante que hace casi medio siglo que está en activo, el Nou Cafetí; suelo limpio y suelo sucio; bares y supermercados; edificios que te preocupan en un sentido arquitectónico, los unos porque te parecen aberrantes y los otros porque están deteriorados. De todo eso podrás hablar con Rubén, el dueño de La Bodega d'en Rubén, que hace 47 años que llegó al barrio y 24 que abrió las puertas de su bodega, que ya es su casa y, ahora, también un poco casa tuya, porque así lo quiere.

ceviche BDR – Rosa Molinero Trias
El ceviche de La Bodega d'en Rubén / Foto: Rosa Molinero Trias

Y si no es con él, será con alguno de los parroquianos que están allí, sea saludando a Rubén porque pasaban por delante, sea ayudándolo con cualquier tarea que necesite. Justamente, cuando yo la visito, el día 2 de enero, se encuentra el propietario del Nou Cafetí, con quien charlo de un antiguo cartel que Rubén conserva, y que dice: "Por orden de la Superioridad se prohíbe cantar en este establecimiento". Amargamente, apoyado al final de la barra, comenta qué pasaba si la antigua guardia civil escuchaba cantos o demasiado jaleo en cualquier bar durante la dictadura de Primo de Rivera.

Poco después, llevada por otra conversación, veo que ya no está y otro vecino lo ha sustituido tras la barra mientras Rubén trastea en la cocina. Ha estado preparando el ceviche que le he pedido cuando le he dicho que el hambre en aquella hora de la tarde se estaba haciendo notar. Avisa de que tardará un rato, porque hay que marinar bien el pescado, y pido vermú. Mi acompañante, un amigo italiano que hace cerca de dos años que vive en Barcelona, pone los ojos como unos platos cuando ve el tamaño del vaso de tubo dónde Rubén procede a verter el chorro generoso de vermú que no para de brotar de la botella.

Lo bautiza con la magia de unas gotas que salen de un pequeño frasco y que son, me dice, angostura casera, el amargo de piel de naranja que perfuma cócteles como el margarita y, aquí, el vermú de Rubén, con dos buenos cubitos y la oliva reglamentaria, buenísima al final de la bebida, que lo ha macerado ligeramente y que anticipa el ceviche que justo llega a la mesa.

Bodega de en Rubén
Bodega d'en Rubén / Foto: Cedida

Hemos demonizado el ceviche porque parece el plato comodín de la década, porque está por todas partes, sin demasiado sentido, nada bien resuelto. Pero el ceviche de Rubén, que nació en San Miguel, en El Salvador, donde se domina el arte del ceviche, es fresco y ácido y aromático y casa con el vermú que da gusto, no podía ser más adecuado en este lugar y en este barrio que ha acogido desde siempre en todo y a todo el mundo, por mucho que pueda molestar.

Hemos demonizado el ceviche porque parece el plato comodín de la década, porque está por todas partes, sin demasiado sentido, nada bien resuelto

Lleva yuca, maíz del grande, cebolla roja, camarones, aguacate, un poco de lechuga que da textura, cilantro y un zumo de limas bien escogidas. Rubén nos pregunta si nos gusta el picante y nos enseña una botellita dónde vemos un Rottweiler haciendo una expresión feroz. La salsa, que ha venido directa desde el Salvador, se llama Trompa de Chucho y cuece con tanta valentía como inocencia tienen los perros, y queda la mar de bien en el ceviche.

El ceviche de Rubén, que nació en San Miguel, en El Salvador, donde se domina el arte del ceviche, es fresco y ácido y aromático y casa con el vermú que da gusto

Pero si no te gusta el pescado crudo, en la vitrina encontrarás los indispensables de bodega, como las tortillas, las anchoas y, también, chuleta adobada, camarones y ostras frescas. Siéntate en la barra y admira la nevera antigua, de puertas de madera, las botas sobre tu cabeza, el barrio que se mete dentro de la bodega y la bodega que ilumina el barrio, y te sentirás afortunado estar aquí y ahora.