Se han acabado las fiestas de Navidad. Han estado bien rellenas: de gallos, paquetes y basura. Mañana empieza la fiesta del vale regalo, del cambio y del ticket extraviado. Aquellos regalos poco útiles, aquellos regalos que no tienen la talla y aquellos regalos repetidos. Y los culinarios... Son un recurso inefable, sobre todo si el regalado tiene afición a la cocina, está claro.

Lejos ha quedado aquella época en que los regalos tenían género. Quiero decir, que si eras una mujer habías pringado, sin ningún tipo de tregua. No había ni que desenvolver el paquete con lazo para saber que dentro de la caja, indefectiblemente, encontrarías un túrmix y ya. Cuando ya habías acumulado tres repetidos, quizás entraba en escena una plancha (y no de cocer gambas, sino de pasarte toda la tarde del domingo planchando los puños y los cuellos de las camisas de oficina del marido).

Lejos ha quedado aquella época en que los regalos tenían género

Los electrodomésticos eran un regalo seguro, útil y práctico para las mujeres y, de rebote, las ataba, como al perro a una correa, a las tareas del hogar, siempre reservadas a las abnegadas mujeres. Y todavía tenías que estar eternamente agradecida a la familia por haber pensado en máquinas e ingenios que facilitaran las pesadas y exclusivas tareas que te correspondían solo por haber nacido con vagina. "Ya puedes estar contenta con el palo de la fregona que te he regalado, que te evitará ir arrastrada por el suelo como un perro". La mayoría de los hombres, hasta finales del siglo pasado sin ir más lejos, se vanagloriaban de no saber ni encender un fogón, de no haber entrado nunca en la cocina.

Ahora, las cosas han cambiado, han cambiado tanto, por suerte y por reivindicación, que en muchas parejas son los hombres los que han cogido la sartén por el mango, literalmente, y son los que cocinan en los hogares. Será porque hay tantos ingenieros y diseñadores exprimiéndose el cerebro, será porque la mercadotecnia busca siempre la manera de vender más y más, será porque ya tenemos de todo y los que regalan buscan el detalle que no te hace falta, pero que te lo hará más fácil y más vistoso, será porque los hombres que cocinan son adictos a los gadgets... Vete tú a saber cuál es la razón, pero lo que sí que sabemos es que los cajones y los armarios de las cocinas se llenan de trastos que acaban llenos de polvo. Acaban siendo trastos, pero empezaron siendo "utensilios imprescindibles para los imprescindibles huevos poché de cada día", por ejemplo.

Haced un inventario rápido, seguro que encontraréis todos o unos cuantos de la lista, casi nadie se salva: yogurtera, licuadora, panificadora, crepera, fondue, olla eléctrica para cocer arroz, sifón, deshidratador, kit para hacer sushi... Todos estos utensilios nos tenían que salvar la vida, eran del todo necesarios... hasta que constatamos que teniendo sartén no nos hacía falta la crepera y viviendo en la ciudad con un horno en cada esquina, la panificadora era un verdadero fastidio.

Todos estos utensilios nos tenían que salvar la vida

Ha llegado el momento de la verdad. Sacadles el polvo, miradlas bien y descubrid que no son máquinas para hacer únicamente lo que dice su nombre. El nombre no hace la cosa, en este caso. Son máquinas con más prestaciones, más versátiles. Solo tenéis que analizar su tecnología, saber exactamente qué son, y quererlas utilizar. La yogurtera es una olla de vapor, por ejemplo. Allí donde se hacían solo yogures, ahora podéis hacer flanes, crema catalana o postres de chocolate. ¡En la máquina de hacer pan podéis asar un pollo! O se puede hornear un pastel de queso. Y la olla eléctrica... es ideal para hacer los mac&cheese de moda.

Estos utensilios no nos cambiarán la vida como nos habían prometido, pero podemos darles una nueva vida.