Si te interesara saber qué estoy haciendo ahora, si me pudieras ver por el ojo de la cerradura, me verías cerrando una ventana. No es metafórico, es tal como lo digo. Hoy cierro las ventanas de la casa del pueblo y vuelvo a la ciudad. Mañana todos trabajamos y las deseadas vacaciones se acaban. ¿Tengo nostalgia, siento pena, estoy triste? Sí, porque me gusta esta casa donde estoy ahora, me gusta el verano, me gusta el mar y me gustan las vacaciones, caray. Me gusta sentirme rica, más que rica, millonaria, porque soy la propietaria, ama y baronesa de mi tiempo. Durante este espejismo que es el mes de agosto, las buscas del reloj no me dan miedo (ay, aquí ha quedado patente mi edad, ¡qué antigua que soy!) y la agenda se llena de sol, agua y mojitos.

La vuelta al orden, el calendario y el ritual

Pero mira por dónde, también tengo ganas de empezar el curso, volver al trabajo y encararme a los retos que me esperan, que no son pocos. Siento aquella emoción del primer día de escuela, con el olor de los libros nuevos forrados, el misterio de quién será el maestro y la ilusión de reencontrarme con los amigos. Sí, parte de las ganas de volver a la escuela o al trabajo se basa en la excitación por la sorpresa de lo que tiene que venir. Pero hay una parte importante, también, de volver al orden, a los hábitos y a los relojes. Saber a qué hora cenamos sin tener que hacer un cónclave familiar, saber que es jueves porque toca arroz o saber que el domingo por la noche miraremos una película los cuatro juntos. La orden, el calendario, la agenda y el ritual.

mesa|tabla ritual gastro (3)
Saber que es jueves porque toca arroz es la vuelta al orden / Foto: Pixabay

Os confieso que he hecho toda esta introducción para hablaros, precisamente, del ritual. Estas vacaciones he leído ensayos sobre gastronomía, alimentación y antropología. No me las quiero dar de sabia, precisamente he leído sobre estos temas porque tengo que aprender. El último, Los rituales en la mesa de Margaret Visser, de la editorial Antoni Bosch, editorial centrada en la ciencia y la música. La edición de este volumen es un acierto y he subrayado tanto que no he parado de hacer punta en el lápiz.

Sí, parte de las ganas de volver a la escuela o al trabajo se basa en la excitación por la sorpresa de lo que tiene que venir. Pero hay una parte importante, también, de volver al orden, a los hábitos y a los relojes. Saber a qué hora cenamos sin tener que hacer un cónclave familiar, saber que es jueves porque toca arroz o saber que el domingo por la noche miraremos una película los cuatro juntos.

Tenemos una personalidad individual, pero no es posible la existencia sin formar parte del colectivo; la cultura rige las relaciones entre los miembros del grupo y los rituales lo facilitan. A ver, una metáfora: una mesa. El mueble (la mesa) sería el individuo, que sin las personas que lo ocupan está incompleta, pierde parte de su naturaleza y los manteles –que la protege– es el ritual. Y si por la sala hay un tiquismiquis que la metáfora le ha parecido poco exitosa y poco actualizada (teniendo en cuenta que hoy cuesta encontrar una mesa con manteles), diré que los platos, los cubiertos, los vasos y las cuñas son los rituales.

Rituales familiares y gastronómicos

Los rituales que hemos heredado funcionan y nos gusta perpetuarlos y transmitirlos. Cuando la autora habla de ritual no está en absoluto refiriéndose a liturgias religiosas ni normas de urbanidad caducas, sino que son herramientas a fin de que el trabajo social sea más efectivo, cómodo y fácil, y las integremos como rutinas. La repetición constante de rutinas no solo nos resultan útiles, sino que nos complace repetirlas. El libro explora este momento complejo en que nos reunimos para comer y repasa la historia de la mesa desde las culturas más primitivas hasta los urbanitas más recalcitrantes, pasando por los banquetes y los pícnics.

He aprendido mucho y me ha sorprendido, de verdad. Nunca me había parado a pensar por qué las familias nos reunimos para comer. Explica que la costumbre se remonta a dos millones de años atrás, en el momento del retorno diario de protohomínidos cazadores y recolectores, momento que repartían con el resto del grupo el alimento obtenido.

mesa|tabla ritual gastro (1)
El porqué las familias nos reunimos para comer / Foto: Pixabay

Este hecho es fundamental, nos separa de los animales, que comen en el lugar donde encuentran el alimento. Los primitivos cazadores y recolectores no comían lo que conseguían, sino que esperaban a compartirlo con el grupo. Y el desayuno, comida, merienda y cena es un ritual, una convención cultural. La decisión de fragmentar el día en estas ingestas fue una decisión tan arbitraria como vinculante, hasta el punto que la cultura ha dominado nuestra fisiología y cuando se acerca la hora de la comida nuestro organismo nos avisa con unas contracciones estomacales de que nos indica que es nuestra hora de comida. Son el resultado de la costumbre de comida en intervalos determinados.

La excitación de la sorpresa de lo que me espera este curso se equilibra con la tranquilidad de que este curso todo irá como siempre. Si me miráis por el ojo de la cerradura, me veréis cerrar las ventanas de casa como hago siempre que me marcho, pero también me veréis como pongo este interesantísimo libro en la maleta.