Hace quince días que ha empezado el curso escolar. Hasta que no se inicia hay margen por|para la confusión, pero ahora ya somos de lleno en invierno", que es sinónimo de ir por trabajo, ponernos el corsé y ajustar el cilicio de las obligaciones. Septiembre es el mes de los propósitos: este curso estudiaré con bastante tiempo para aprobar los exámenes, cenaremos juntos con los móviles alejados, cocinaré tupperwares saludables, lucharé contra la adicción en el chocolate blanco, compraré solo productos de proximidad y abandonaré la dieta aguacate-a-toda-hora.

Nuevo curso, nuevos retos gastronómicos

Es bonito que se afronte el curso con buenas intenciones, aunque en un par de semanas hayamos olvidado incluso dónde hemos guardado el documento donde habíamos listado los propósitos. Nos pasa a todos, pero si quien olvida los compromisos adquiridos son los gobiernos que gestionan los Estados, eso ya es descuidar. Si en mi época, la fotografía de Leif Garrett y el adhesivo de "Nucleares, no gracias" presidían la carpeta, hoy a todas las carteras de los ministros se tendría que tatuar la frase "Sostenibilidad, first".

Este verano hemos sudado tanto la gota gorda que aquello que el cambio climático es una falacia no se lo tragan ni los párvulos. Estamos en emergencia climática y tenemos que actuar en consecuencia. En los propósitos del nuevo curso tenemos que añadir: exigir a los gobiernos que actúen en clave de defensa y protección del planeta, porque es la única casa que tenemos.

Añoro a la doña Engràcia, añoro verla cada mañana barriendo la acera y añoro la limpieza de la acera cuando ella, tan viva, todavía tenía ánimo. La difunta Engràcia era una vecina del bloque donde vivo. Nadie no se lo había pedido, no tenía ninguna obligación, ni recibía ninguna remuneración, pero ella cada mañana bajaba del tercero sin ascensor y, con su escoba, retiraba de nuestro paso todos los papeles, colillas y, de vez en cuando, el 'regalo' del perro del vecino de dos porterías más allá. Todos se lo agradecíamos, aunque no entendiéramos por qué lo hacía voluntariamente. Había quien pensaba que le faltaba un tornillo, pero con el tiempo nos ha mostrado que, de todos, era la más sensata.

Exigir sin contribuir

Exigir sin contribuir es de necios. Los gobiernos tienen que garantizar el buen funcionamiento de los servicios a la población, pero barrer nuestro trozo de calle no es claudicar; es civismo y facilitar la convivencia. Con la metáfora pretendo transmitir que la sostenibilidad es responsabilidad de todos porque nos va el planeta que, repito, es la única casa que tenemos. Tenemos mucha responsabilidad, pero quizás hay que acordarse de que lo que realmente tenemos es poder. Los consumidores somos muy poderosos. En el cesto ponemos las prácticas de las cadenas de distribución. Somos nosotros que decidimos comprar en aquel establecimiento en que no encontramos producto de proximidad; somos nosotros que decidimos comprar en aquella cadena con políticas que extorsionan a los productores; somos nosotros que escogemos la tienda con estrategias perniciosas de marketing.

El propósito de este septiembre es poner sostenibilidad en el listado y en el cesto, que se resume en: proximidad, temporada y contención -tirar alimentos no es sostenible. En la cocina, sostenibilidad es revisar la eficiencia energética de todos los electrodomésticos que, además, nos ayudará a ahorrar y reducir los residuos (o, como mínimo, separarlos bien). Y en todos aquellos que estáis hartos de la palabra sostenibilidad, en todos aquellos que consideráis que estamos abusando de la palabra, en todos aquellos que encontráis que es una palabra vacía de contenido, sudada y manoseada, deciros que es preferible trillarla que no tenerla ni en el buche ni en el diccionario. Y ya va siendo hora que confiese que, a pesar de estamparlo en todas mis carpetas de octavo de EGB, Leif Garrett no me gustaba nada.