Los premios están bien. En cualquier actividad y también en la cocina, en la restauración y en el mundo de la alimentación. Están bien, los premios. Son una manera acertada de dar a conocer el trabajo encomiable que mucha gente hace de manera callada y constante. Es un reconocimiento a este esfuerzo. Los premios son como píldoras de entusiasmo que nos ayudan a no desfallecer los días de complicaciones añadidas y de cansancio extremo. Y es por eso que quiero felicitar muy sinceramente a Daniel Jordà y Lluc Quintana, que han sido galardonados en el Fórum Gastronómico de Barcelona. Por eso y porque los aprecio y los quiero.

El primero hace más de diez años que lo conozco, que lo sigo, que lo admiro y que lo envidio. Lo que envidio es su capacidad infinita de trabajar, la motivación, el cuidado, la alegría, el buen humor y, por encima de todo, su generosidad. Para los que no conocéis a Daniel, os diré que es un licenciado en Bellas Artes que decidió seguir con la tradición familiar al frente del obrador en Trinitat Vella, un barrio obrero de Barcelona, desde donde hoy envía panes de creación a toda la Península. A Lluc también lo envidio... Envidio su juventud, su inquietud sabia, sus conocimientos, su ilusión, su compromiso, la manera de estar en el mundo y de vivir con plenitud... y tantas otras cosas. Encontraréis a Lluc en Cornellà del Terri, en Can Xapes, donde con su equipo han cogido el relevo de aquel establecimiento tradicional, con el valor añadido de formar a personas con riesgo de exclusión social. He trabajado con los dos, hemos compartido trabajos y quebraderos de cabeza, hemos sudado la gota gorda. Y doy fe de su categoría. Daniel Jordà ha sido el ganador del mejor Panetone y Lluc Quintana ha sido galardonado como el Chef más Sostenible.

Los premios son extraordinarios. Y los premios son también nefastos. Me explico. Son una fantástica manera de generar una competitividad que nos infantiliza. Los valores con que nos llenamos la boca muy a menudo quedan en segundo término ante los premios. ¿Todos los valores? ¿Todos los premios? Seguro que no. Queda claro que no. Pero sí el exceso, la sobresaturación, la necesidad siempre, siempre, de establecer categorías, de hacer clasificaciones, como si se tratara de una competición deportiva pero, en este caso, subjetiva. Me hace pensar en los premios literarios o artísticos. ¿Cómo se valora de verdad una obra de arte? ¿Tenemos que despreciar todas las otras cuando decimos que la ganadora es la mejor? Depende de quién lo diga, de quién lea la novela, de quién mire el cuadro.

En alimentación, pasa lo mismo. Con una agravante. Estamos hablando de experiencias efímeras, de emociones, de latidos. ¿Cómo se clasifica un latido? Nos asomamos, pues, a la competición, al querer destacar, a ser los primeros de los primeros. Y muchas veces, este empuje hacia el combate lo establecen los que más tendrían que procurar por una sociedad más equilibrada, menos competitiva. Lo vuelvo a decir, por si no se me entiende. Algunos galardones – cómo los que he citado antes – están bien, pero estamos sufriendo una sobredosis. Premiamos el mejor cruasán del año, el mejor xuixo, la mejor ensalada de otoño, el arroz más destacado, el mejor pan. Y entonces todo el mundo a correr para poder probar aquella excelencia. Y después, al cabo de un año, nadie recuerda al anterior ganador, que vuelve al ostracismo.

¿De verdad vale la pena? Las historias de la Guía Michelin o del Mejor Cocinero del Mundo, nos hablan de desencantos, de fracasos, incluso de suicidios, por no poder soportar la presión. Y también nos hablan de cocineros que han decidido abandonar "la liga" de las estrellas para vivir más tranquilos. Para saborear el premio de la cotidianidad, el de abrir cada día el establecimiento y ofrecer un servicio juicioso, tratado con cuidado, honesto y profesional. Puede parecer un tópico ramplón, pero es la verdad: El premio es el del día a día. Ni Daniel hará panetones mejores, ni Lluc será mejor cocinero. Porque ya los hacen y porque ya lo son. No quiero dejar de felicitar a Daniel Jordà y a Lluc Quintana y no quiero dejar de decir que las píldoras son necesarias y las sobredosis son letales.