Esta semana el programa Sense Ficció de TV3 ha emitido No penso tornar a beure mai més, el documental donde se explican los estragos del alcoholismo. Me afecta porque lo he sufrido en primera persona. Lo podría haber sufrido como compañera, madre o hija, porque el consumo de alcohol es el que tiene más impacto en terceros, pero era yo la que bebía sin control. Cada día. A cualquier hora.

Del alcohol me gusta todo, y todavía ahora: el sabor y los efectos. Es el combinado letal: disfrutar y divertirte. Aquel punto, la locuacidad, la valentía y la desinhibición que provoca. Tanto me gustaba que cada día buscaba más excusas para beber una cervecita, una copita o unas gotas: relajarme, divertirme, premiarme, sociabilizarme. Todo lo acompañaba con un trago.

El día siguiente de una borrachera injustificada, con una resaca monumental y sintiéndome a la altura del betún, tomé la enésima decisión de dejarlo. No para siempre: solo como una especie de desintoxicación. Solo un año sin beber.

Superado el año sin ni gota de alcohol, me dio miedo volver, porque al sabor y a la euforia tenemos que añadir que el alcohol es el escudo que protege las debilidades. Pero por encima de todo  me causó estupor mirar a los ojos a un joven sintecho amorrado a un brik de vino

Me costó, pero lo conseguí. Superado el año sin ni gota de alcohol, me dio miedo volver, porque al sabor y a la euforia tenemos que añadir que el alcohol es el escudo que protege las debilidades. Pero por encima de todo, me causó estupor mirar a los ojos a un joven sintecho amorrado a un brik de vino. En sus ojos vi la desorientación, la tristeza, la impotencia, la soledad, el desespero, la esclavitud. Me vi reflejada. Un día sentiría tanta vergüenza delante de mi familia que podría ir a buscar cobijo lejos de casa con personas que no me juzgaran y con quien compartir la tristeza. Un día podría ser yo.

¿Me ayudó un profesional a dejarlo? No, lo hice sola. Como todos los que no beben alcohol, sufrí el boicot social. "Por qué no bebes"?. La pregunta desconfiada cuando rechazas la copa. Si respondes que eres adicta, aflora la mirada incómoda de rechazo. Si contestas que lo has dejado una temporada, te animan a posponer la decisión "Ya empezarás mañana, hoy es el cumpleaños, la celebración, el premio".

Si dices que no te gusta, te animan a volver a probarlo.

Y así empezamos todos. El sabor del alcohol es desagradable, la primera vez. Solo nos gusta a golpe de insistir, e insistimos para sentir en que formamos parte de un grupo valorado, por la influencia del prescriptor. La insistencia sumada a la influencia es la ecuación que te hace estar in, dentro. Y ya no puedes salir.

Tenemos que retrasar la edad de consumo al máximo y los adultos tenemos que ser modelos de consumo. Tenemos que dejar de instrumentalizar el alcohol. Tenemos que estigmatizar la borrachera.

No es casual que vivamos en un entorno que promueve el consumo de alcohol. Primero, porque viene de lejos y, de hecho, la especie se ha perpetuado porque hemos ingerido líquido higienizado con alcohol; si no, estaríamos prácticamente todos muertos. Beber agua, siglos atrás, sí que era peligroso, por eso incluso los niños bebían vino o cerveza, rebajado con agua. Segundo, porque hay tiempo para trabajar y tiempo para celebrar, y todas las culturas celebran y buscan mecanismos para alejarse un rato de las responsabilidades. Las drogas son el mecanismo y, en la cultura occidental, esta droga es el alcohol. Por eso beber en comunidad está bien visto y beber en soledad no lo es. Tercero y último, porque el paisaje de casa es viña, trigo y olivos. Es la tríada mediterránea. El clima la favorece. Vivimos, literalmente, rodeados de vino.

¿Nos tenemos que cargar milenios de Historia? ¿Nos tenemos que cargar un paisaje? ¿Nos tenemos que cargar una industria arraigada, próspera y colateral? No. Tenemos que recuperar la cultura del vino. Tenemos que beber moderadamente, disfrutando del sabor, acompañando las comidas. Tenemos que retrasar la edad de consumo al máximo y los adultos tenemos que ser modelos de consumo. Tenemos que dejar de instrumentalizar el alcohol. Tenemos que estigmatizar la borrachera.

Yo lo dejé porque el alcohol se me daba demasiados momentos de felicidad. Pero ahora soy más regularmente feliz, todo el rato.

Yo lo dejé porque el alcohol se me daba demasiados momentos de felicidad. Pero ahora soy más regularmente feliz, todo el rato.

El documental del Sense Ficció me ayudó a confirmar que todos los argumentos que yo había ido desgranando para explicar y explicarme que lo que a mí me había pasado era común a todas las personas que lo han superado y a todas aquellas personas que no saben que lo están sufriendo. "El alcohólico", dice la Flora Saura, "se parece más a ti de lo que te piensas". Todos nos parecemos. Todos estamos a tiempo de parecernos de otro modo.