Afortunadamente, Catalunya ha llegado finalmente a la conclusión de que, si no cocinamos, las consecuencias serán catastróficas, todo gracias al mensaje claro, alto, y amenazador de Maria Nicolau. Hacía falta que alguien dijera las cosas claras, y arreglara las consecuencias de la no-cocina, mientras vamos todos, a paso firme, hacia la barbarie.

Dicho esto, se abren cientos de interrogantes: ¿por qué no cocinamos más en casa? ¿Por qué no nos fluye naturalmente la idea de hacer fideos en la cazuela aprovechando los jugos del asado? ¿Por qué tiramos a la basura los tronchos de la coliflor o las hojas verdes de las cebollas tiernas? ¿Por qué no tenemos la despensa y el congelador a rebosar de sofrito casero, caldos y otras bases, para tener lista una comida en un cuarto de hora los días de cada día? Muy sencillo: porque no sabemos por dónde empezar, e invertimos nuestro tiempo en aprender otras cosas... Prioridades.

Adobe stock niña haciendo chocolate

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Viviendo en los EE.UU. me he dado cuenta de que Catalunya podría driblar la barbarie sin despeinarse si todos lo quisiéramos; jugamos culturalmente con mucha ventaja y somos gastronómicamente privilegiados. Poco o mucho, todos hemos tenido una madre o una abuela que ha cocinado en casa; nuestra cultura y tradiciones empiezan en la cocina, cosa que los americanos no pueden decir. En general, en el nuevo continente se delega mucho más el hecho de cocinar en casa, sobre todo en restaurantes y en el take out. En Catalunya, cuando nos ha acosado el hambre y hemos querido aprender, casi como quién no quiere la cosa, hemos aprendido en casa al lado de la madre, padre o abuelas que, sin ni plantearse otra opción, han hecho la comida y cena cada día. Los que no han querido aprender, o han crecido de espalda, han desperdiciado la mejor escuela: la cocina de casa.

En Catalunya jugamos culturalmente con mucha ventaja y somos gastronómicamente privilegiados

El gobierno de Biden, que se ha dado cuenta de que en Norteamérica también van de hacia la barbarie, se ha puesto manos a la obra, y la estrategia es buena. El propósito es que los niños sean la herramienta de futuro para esquivar la barbarie predicha por Maria Nicolau. Enseñémoslos a cocinar desde las escuelas, a consumir producto de proximidad, y sobre todo a no malbaratarlo. Concienciémoslos de que sin cocina no hay futuro posible, y que decidir lo que comemos tiene consecuencias macroeconómicas, medioambientales y de salud. A ver si todavía tendremos que reflejar, nosotros los mediterráneos, que nos vanagloriamos de conocer el hecho culinario.

Los demócratas deciden empezar por las escuelas denominadas STEAM: centros educativos (algunos todavía piloto) que incluyen el arte como vía de aprendizaje en todas las materias. Han vertido recursos económicos a espuertas (incluyendo la participación económica de espónsores del mundo de la alimentación que quieren ser cómplices) y, de paso, lucharán contra el monstruo de la obesidad infantil, que hasta ahora parecía imposible de desafiar.

padre y niño amasando juntos

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En los programas educativos, se incluirá la asignatura de cocina, fijando los objetivos en la consecución de conceptos básicos: receta, técnicas (temperaturas, reacciones químicas, proporciones), ingredientes de temporada, clima y paisaje gastronómico. Partiendo de la teoría que el niño se interesa en una materia si lo dejamos ser creativo, se da libertad al niño para crear una comida a través de una cesta llena de ingredientes de temporada, aprendiendo así a manipularlos y no malbaratar ninguno de ellos. Pero la estrategia va más allá. Incluye a los padres haciéndolos partícipes de las actividades gastronómicas; por ejemplo en la elaboración conjunta de menús semanales, y de tomar conciencia que la cocina es un espacio de aprendizaje, recreo y de diálogo.

Hay que tomar conciencia que la cocina es un espacio de aprendizaje, recreo y diálogo

Pensemos en ello. El primer y gran tope que aleja a los niños del acto de cocinar es que a menudo expulsamos de la cocina los que nos quieren ayudar. Para que no se quemen, porque chapucean las masas, porque vamos más deprisa a hacer la comida si ellos no revolotean como moscardones cerca de los fogones; digamos que más bien nos molestan. Por naturaleza, hay niños que comen y niños a los que les cuesta. Los que han heredado el gen del hambre a menudo quieren meter la nariz en la olla, quieren limpiar el cazo de la bechamel o lamer el alioli que ha sobrado en el mortero, y quieren aprender a hacerlo de forma natural. A los que no lo han heredado, y encuentran hilos en las judías tiernas, y pieles gruesas en los garbanzos, cocinar normalmente no les interesa, ya que de entrada no les genera ningún tipo de placer; con alguna excepción, claro está. Y así de tranquilos nos quedamos, colgando la etiqueta a a las criaturas: o es de vida o no es de vida, y los dejamos en manos de la vorágine. ¡Ya aprenderán a cocinar, si quieren!

suelta y niña cocinando juntas adobe stock
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El programa escolar americano da cobertura a la teoría que tenemos que dejar entrar a los niños en la cocina, y hace énfasis en el hecho que los niños que prueban, son niños que comen. Que los niños que los dejamos ser partícipes de la cocina, a menudo tienen más autoestima. Que pasear por la cocina es crear un espacio de conversación donde se puede hablar de opciones de alimentos saludables, que los niños que cocinan en familia aprenden a trabajar en equipo y que la cocina es un espacio terapéutico. Qué hacemos?!

En fin. Quizás un día, nos daremos cuenta de que las herramientas de vida como cocinar son tan importantes como saber sumar y restar y que la cocina empieza con la vida, desde pequeños... Tenemos mucho trabajo.