Hoy empieza el Mundial de Fútbol en Qatar. El Mundial de la controversia. Hay quienes proponen el boicot para denunciar la flagrante vulneración de los derechos humanos en el país, aunque cuando Qatar patrocinó al Barça, no hace tanto, nadie pensó en hacer ningún boicot. El Mundial es un altavoz enorme y también servirá para desbaratar hipocresías. Y al menos sirve, la polémica, para poner sobre la mesa uno de los aspectos más oscuros de la sociedad islámica: el trato hacia la mujer, la falta de equidad y justicia, el sometimiento a una moral extremadamente rígida. ¡Atención! No hace tanto que estábamos así mismo, como aquel que dice. Nací a finales de los sesenta del siglo pasado. ¿Hace falta que recuerde cómo vivían las mujeres en este país durante estos años? ¿Qué estaban sometidas como práctica social extendida, como costumbre cotidiana? ¿Que no tenían los mismos derechos que los hombres? ¿Hay que recordarlo? Pues sí.

Y ahora hablo de cocina, que es de lo que puedo hablar con más propiedad. Las mujeres de este país, en estos años que hablo y durante mucho tiempo, no todas estaban en la cocina por placer. Cocinar no es tan divertido cuando te ves obligado. Cocinar las ligaba irremediablemente a las tareas del hogar. Estar arrimada al fogón no solo significaba cuidar de la alimentación familiar, sino que después de cocinar la comida tenían que lavar, arreglar y barrer la cocina... y, ya que estamos, acababan el trabajo poniendo lavadoras, planchando y sacando el polvo. De repente se hacía la hora de ir a dormir y el día siguiente... Otra vez.

A lo largo de estos más de cincuenta años, y en especial durante el siglo XXI, el posicionamiento de la mujer en nuestro mundo, en nuestra cultura, en nuestro país, ha cambiado radicalmente. Quizás todavía no es suficiente, pero el cambio ha sido sustancial. "Hemos colgado el delantal" y hemos "abandonado" las cocinas en masa, cuando menos como ejemplo de todo lo que significa vínculo abusivo. Y este proceso no ha sido de un día para el otro. Ha costado mucho. Y ha significado liberación, también, de la cocina. Y ha significado una vida independiente que permite ir a caminar, a bailar, al club de lectura... O a hacer albóndigas, siempre que no sea a la fuerza.

Delantal y reloj / Foto: Pexels
Colgar el delantal significó romper con todo / Foto: Pexels

Colgar el delantal significó romper con todo, una manera de bajar los brazos. O quizás mejor dicho, una manera de alzarlos o de cruzarlos, a la manera de Rosie la Reveladora. Mi madre siempre nos recordaba que para coger la sartén por el mango te tenías que alejar de las sartenes y tener en el bolsillo la llave del cajón. Es decir, disfrutar de una "cámara propia", como exigía Virginia Woolf. Una vida llena.

Es por todo esto que cuando oigo decir que es una pena haber perdido la cocina de las madres y las abuelas, que es una pena que ya no cocinen, me indigno... Hay quienes se quejan de la pérdida de este activo cultural. ¿De verdad? ¿Un activo? Aquellos que veneran el romanticismo de la cocina de la abuela olvidan que quedaba salada de tantas lágrimas derramadas. Aquellos que abogan por aquella cocina "femenina" parece que quieran que las mujeres vuelvan a los fogones, entendidos como esclavitud. ¿Por qué no se ponían ellos? ¿Es contradictorio cocinar con hacer todo el resto? ¿Tampoco lo tendría que haber estado para los hombres, no?

Cuando escucho el lamento por haber perdido la figura femenina en los fogones, pienso que quizás habrían podido intervenir a tiempo, compartiendo las tareas, pensando que la convivencia es una cuestión de equilibrio entre deberes y ocios. Nos ha costado mucho alcanzar nuestros derechos. Aquella cocina "de la abuela", la tenemos que proteger, sí. Pero no con la abuela (es decir, con la mujer) pegada al sofrito, a la cazuela, a la lenta cocción del asado... Y a todo el resto. Este Mundial nos puede servir para reflexionar. No para dejar de denunciar la situación de las mujeres en muchos países, sino para pensar que aquí también lo hemos sufrido. Y de hecho, todavía lo sufrimos.