Esta debilidad que tenemos de poner nombres a las generaciones no es otra cosa que la necesidad del ser humano, descrita por el antropólogo Levi-Strauss, de poner orden en un mundo caótico.

Entendemos el mundo cuando lo nombramos.

Últimamente no puedo evitar pensar que los nacidos entre 2015 y 2025 (para limitarla de alguna forma en números redondos) se tendrá que bautizar como "la generación Brocco".

Si para la generación nacida en la posguerra el aceite de ricino era un alimento fundamental para la salud infantil; en la generación de los 60 los destetaban con longaniza; la de los 70, con bastones de panadero, hace tiempo que observo que la práctica habitual hoy es introducir como primer alimento el brócoli. Y esta práctica es común en todo el mundo porque las XXSS nos han facilitado conocer el método, nos han enseñado cómo hacerlo y cuáles son los alimentos apropiados: sentar a un niño en una trona, disponer trozos de brócoli simplemente escaldados y dejar que el niño, que no supera los seis meses, los encuentre e intente ingerirlos. Cerca, una escoba para ir recogiendo todo el raudal de añicos que no entran a la boca del retoño. Y siempre con el corazón en vilo, atento a que la criatura no se trague un trozo demasiado grande y la cosa se convierta en un drama de los serios.

Hace tiempo que observo que la práctica habitual hoy es introducir como primer alimento el brócoli. Y esta práctica es común en todo el mundo porque las XXSS nos han facilitado conocer el método

El método es común pero donde quiero poner el foco es en el producto: el brócoli. Da igual que el niño tenga rasgos asiáticos como andinos, sea moreno o casi albino, el post de Instagram esté escrito en cirílico o árabe y no entendamos absolutamente nada, la imagen es común: todos se destetan con brócoli.

El primer contacto de los chiquillos con el mundo alimentario, más allá de la teta, es global. Todos comen lo mismo. No es un tema de poca importancia, desde mi perspectiva, es un tema primordial. Uno de los rasgos que más nos arraigan, que más nos identifican como cultura, es la cocina.

La cocina tiene un sentido, no es solo folclore. La cocina, permitidme la vehemencia, es coherencia y sabiduría decantada por la experiencia contrastada. Comemos (o comíamos) lo que nos permite adaptarnos al clima y lo que crece a nuestro alrededor es consecuencia del clima de la zona.

Comemos (o comíamos) el que nos permite adaptarnos al clima y lo que crece a nuestro alrededor es consecuencia del clima de la zona

Si a Josep Pla se le atribuye el dicho: "La cocina es el paisaje en la cazuela" lo que tenemos hoy son brevísimos vídeos explicativos de recetas tanto culinarias como de hábitos. Sin contexto. Sin historia. Sin territorio.

¿Será la cocina, y el qué comemos, una franquicia globalizada?

Las teorías de Levi-Strauss, ahora sí, pasarán a la historia, no habrá que clasificar nada si somos todos iguales.

¿Tenéis curiosidad por saber por qué el brócoli ha sido la hortaliza ganadora? No es una casualidad ni una moda, las claves del éxito de la verdura en cuestión son sencillas: tiene el tamaño ideal para cuatro personas, la venden por unidades, y no por peso, envuelta individualmente (comodidad e higiene), es muy rápida de preparar (tanto el corte como la cocción), se puede cocer fácilmente en el microondas, no huele durante la cocción y mantiene su textura y su color una vez cocida.

Quizás os gustará saber que el boom de la brassica sucedió a principios del siglo XX, cuando en los Estados Unidos unos inmigrantes italianos llevaron en la maleta la verdura más apreciada de su país. La familia de inmigrantes italianos se llamaba, de apellido, Broccoli.