He escrito un libro titulado "Sopas". No hay posibilidad de error. No hay publicidad engañosa. Objetivamente, es un recetario que recopila cincuenta sopas. Lo he titulado "Sopas" porque tengo ingenio de cuchara y no de estilete. Ha sido Rafa López Rueda, sociólogo y analista político quien, en una tertulia distendida, ha exclamado que se tendría que haber titulado "Homo Sopiens". Porque en mi interés en defender la necesidad del volumen, explico que si estamos aquí es gracias a la sopa. Así de categórica es mi afirmación.

La sopa fue el primer plato de la humanidad gracias al que, sumergiendo carnes, semillas, hojas y pescado en agua, se pudieron comer las partes más duras y difíciles de los animales cazados. A la vez, la cocción eliminaba los microorganismos de los alimentos crudos y, así, se mejoraba la seguridad alimentaria y, en consecuencia, aumentaba la esperanza de vida y el volumen de la población. Ablandar alimentos en agua es hacer el verdadero milagro de la multiplicación de los alimentos, ya que se otorgan nutrientes y sabor en el agua. Un 2x1 en toda regla que nos hizo seres solidarios. Habíamos encontrado la manera de alimentar los débiles y los ancianos sin afectar a la alimentación de los activos de la tribu: los hombres cazadores y las mujeres procreadoras. Alimentando a los mayores, sabios acumuladores de experiencia con tiempo para pensar, el desarrollo de la tecnología fue cogiendo impulso y, gracias a los artilugios, los humanos fuimos dominando el Planeta.

Pero todavía debemos más mejoras a la sopa. Como dice Toni Massanés, nosotros no comemos arroz, comemos paella. Nuestro organismo no está preparado, como es el caso de las aves, para ingerir cereales ni legumbres crudas. Para comer, los tenemos que hidratar y ablandar durante un buen rato en agua hirviendo. Gracias a los pucheros pudimos ser sedentarios y agricultores, independientemente de si había caza o frutos silvestres en nuestro entorno, y eso nos permitió adaptarnos a todos los paisajes. Más y en todas partes, así somos: colonizadores. Corroboro, pues, que somos Sapiens gracias a la sopa. Por lo tanto, somos Homo Sopiens. Pero mira que no volvamos a ser "erectus" visto como de inhábiles y dependientes nos estamos volviendo. Comemos sopas, sí, pero cocinarlas... eso ya es otra historia.

Plato de sopa / Foto: Pexels
Plato de sopa / Foto: Pexels

El deseo del ser humano es el paraíso, el Edén: no tener que esforzarnos por obtener el alimento. Somos animales cazadores, y los cazadores tienen que ahorrar energía. Estamos programados para estar quietos los ratos que no tenemos que espabilarnos a buscar la comida. Y ahora estamos en un momento edénico: la industria alimentaria nos hace el trabajo por un módico precio con unos resultados organolépticos más que óptimos. No hace falta que cocinemos caldos si hay en el súper de muy buenos. ¿No hace falta? Según mi opinión, el verdadero valor de la sopa radica en el hecho cocinarla. Bien, comerla es su finalidad, sí, pero cocinando la imbuimos de unos valores que la validan. La sostenibilidad, por ejemplo. Mientras unos se comen el rape, nosotros compramos la cabeza y las espinas para sacar todo el sabor. Y quién dice rape y espinas, dice huesos, patas, crestas, hojas verdes de la col, partes duras de los puerros o pieles de cebolla. La sopa es una estrategia para transformar residuos en nutrientes y sabor. Si la compramos, cambiamos parte de su utilidad, precisamente generando residuos difíciles de gestionar, como son los envases.

O el aprovechamiento: todos aquellos trozos de verdura que hay rondando por la nevera, van directos a la olla. O, en definitiva, la cultura. Dicen que cada lengua es una visión del mundo. Podríamos decir lo mismo de las sopas. Cada hogar, una sopa. Cada civilización, una manera de hacerla. La manera como las cocinamos nos hace particulares, nos identifica. Y cuando las comemos, nos sentimos en casa, estamos en casa. Incluso de lejos, solo al oler el aroma que filtra por las escaleras. Dice dicha que "quién come sopas, se las sabe todas". Hemos sabido llegar donde estamos (sapiens que somos sopiens) gracias a la combinación de intuición y tecnología, gracias a la mezcla de necesidad y placer. Si perdemos las sopas perderemos también aquella preciosa estampa familiar sentada en la mesa en torno a una sopera humeante, una reminiscencia un poco atávica, un poco tribal, y tan humana. Solo los sopiens son sapiens.