Padrinos, lo tenemos encima. Este lunes es el día de la mona, quedan unas horas solo. El padrino que no la haga se merece un castigo nacional, aunque la excusa que presente esté bien argumentada. Ni el laicismo, ni la lejanía, ni las prescripciones médicas son razones aceptadas para obviar el deber nacional de cumplir con esta tradición, patrimonio local. Porque aunque nos parezca que es una costumbre universal, la mona solo se hace en los Països Catalans. Por lo tanto, orgullo arriba y, padrinos, al trabajo. De otra manera, de aquí nada estaremos buscando huevos y conejillos de chocolate escondidos en los jardines de las casas adosadas, cazados como un conejo en la jaula de las tendencias globales. Si queremos preservar lo poco que nos queda, la mona es obligada.

Un concurso de quién la arma más gorda (y de mal gusto)

La mona no es el huevo de chocolate, sino el pastel que la sustenta. De hecho, la tradicional es un austero brioche coronado con tantos huevos duros como años tiene el ahijado, con un máximo de doce que es cuando el niño es confirmado en la religión católica. Con eso íbamos haciendo y todo el mundo contento. Pero en 1904, en Barcelona, se hizo un concurso de figuras de chocolate y desde entonces la carrera de quien la hace mayor y más espectacular ha sido imparable. Los padrinos tienen que quedar bien y la mona tiene que ser grande, impactante y bien atornillada.

Si queremos preservar lo poco que nos queda, la mona es obligada

Tiene que parecer exactamente una mona de Pascua, que es lo que decimos cuando una cosa es barroca, exagerada y, en definitiva, de mal gusto, o cuando una persona va vestida, maquillada o peinada de manera extemporánea. Pero las percepciones de bueno o mal gusto son volátiles y cambiantes y podemos acabar bien retratados, como cuando en 1912 la Sra. Milán le reventó al arquitecto Gaudí que la Pedrera parecía una Mona de Pascua. Tampoco lo decís fuera del país, que nadie os entenderá. De manera que si llegáis a casa el ahijado con una Cristina (la mona de brioche y huevos duros) la cara de decepción del niño puede llegar a salir a un libro Guinness. De manera que toca dejarse el bolsillo porque las de figuras de chocolate no son económicas.

Decapitación o descapitalización

El tema es dual: decapitación o descapitalización. La gran paradoja es que al niño el chocolate tanto le es, lo que realmente celebra son los muñecos de goma que decoran la creación. Unos muñecos que, a diferencia de los reyes del roscón, no se pueden reciclar porque cambian cada año, dependiendo de los ídolos futbolísticos o las estrellas de Mear del momento. El padrino voz con sorpresa como el ahijado arranca los muñecos y huye espiritado a jugar sin hacer ni gota de caso en las filigranas chocolateras. Año tras año.

Es por eso que me tiene bien intrigada que un país de emprendedores como es el nuestro, nadie haya identificado el nicho de mercado y haya emprendido una empresa emergente (analógica) de alquiler de monas. Su trabajo sería reponer los muñecos prestados y devolverla al mercado. ¿Os hace angustia, por todo aquello de la seguridad alimentaria? Quizás no hace falta ni que sea de chocolate, solo con que dé la impresión. Suerte que cabe emprendedor no le ha pasado nunca por la cabeza esta tontería. Va, padrinos, dejáis de quejaros y adelante las monas. Y si no queréis descapitalizaros, pues imaginación, manos, delantal, batidora, ingredientes y a la cocina. Haced un buen bizcocho y coronadlo con algunas figuras caseras de chocolate. ¡Pero no os olvidéis de los muñecos de goma!

Y tened presente que en un abrir y cerrar de ojos estaréis añorando la época que con una Frozen y un Lewandowski eran felices ahora que los ahijados se han hecho mayores y no se conforman con menos de un iPhone 36.