Cada día se abren y se cierran restaurantes. No es nada que nos tenga que trastornar, al contrario, es fundamental para la vida económica, social y estética de estos organismos colosales que son las grandes ciudades como Barcelona. Así, pues, ¿por qué nos ha golpeado la reconversión del mítico Casa Leopoldo en un restaurante chino de menú de doce euros? En 1929, Leopoldo y Elvira, inmigrantes aragoneses, abrieron una casa de comidas económicas en el corazón del Raval, el barrio chino de Barcelona. Cocinaban lo que sabían que venderían: cocina catalana de cazuela. El primer día solo tuvieron un cliente para comer y un cliente para cenar. Lo que les sorprendió fue que el cliente era el mismo. Lo habían conseguido: seducir con el plato.

Germán, el hijo de Leopoldo y Elvira, se hizo torero de profesión y de este periodo de juventud, antes de incorporarse al restaurante con la retirada de los padres, quedó el legado de los inmensos cuadros con motivos taurinos, la elegancia del caminar y el privilegio de ser uno de los pocos establecimientos donde se comía auténtico rabo de toro los días que había habido corrida en la Monumental. Pero el gran hito, el gran éxito, fue el mestizaje de los públicos que el restaurante supo complacer. El barrio chino, con su diversidad, atraía a los intelectuales transgresores y pronto Casa Leopoldo fue el restaurante preferido de los escritores y los artistas. Manolo Vázquez Montalbán era asiduo y en su mesa se reunían Terenci Moix, Eduardo Mendoza, Juan Marsé, Joan de Sagarra o Maruja Torres.

casa leopoldo restaurando
Restaurante Casa Leopoldo / Foto: Casa Leopoldo

Famosos toreros e intelectuales reputados eran un reclamo para clientes adinerados y señoritos de la zona alta que llegaban con un taxi a la puerta del restaurante y, sin haber puesto un pie en el barrio, comían platos tradicionales e impertérritos a la carta. A pesar de los ilustres clientes, la razón de ser del restaurante era el barrio, y atender a los vecinos era el ADN. Este es uno de los legados que nos dejará: todos los clientes son importantes y, quizás, los vecinos todavía lo son más. Rosa, la nieta de Leopoldo, me explicaba que quien la cuidaba de bien pequeña mientras los padres trabajaban cada hora del reloj, eran dos prostitutas trans que fueron sus verdaderas maestras en valores. Una muestra más de cómo se es un puntal del barrio.

Este es un artículo de homenaje, recuerdo y reivindicación de uno de los restaurantes más tozudos al preservar la cocina sensata del país y transformarla en un estándar de nuestra identidad. Con la desaparición de un espacio tan emblemático (y emblema quiere decir símbolo, sentimiento de pertenencia) desaparece también un archivo de la memoria viva. El cierre nos deja un vacío enorme y un temor real de cómo perdemos, a cachitos, la ciudad.