En la vida, hay momentos decisivos que tienes que tomar decisiones irreversibles. A mí, me ha llegado el momento. El momento de tatuarme. Escribiré dos frases para tenerlas siempre presentes, y bien visibles para pregonarlas por todas partes:

  • En el mundo, tiramos 1 de cada tres alimentos que se producen

  • Con la mitad de lo que tiramos podríamos combatir el hambre crónica en el mundo

Es cierto que tendré que valorar en qué parte del cuerpo cabe tanta información. Quizás en los muslos o quizás en el perímetro de las caderas. Eso ya lo decidiré. Pero no hay marcha atrás. Me he hecho activista en la lucha contra el despilfarro alimentario, he participado en campañas de sensibilización, he cocinado comidas de aprovechamiento para multitudes, he espigado toneladas y toneladas en los campos, he hecho talleres didácticos para explicar cómo es de fácil cocinar alimentos descartados. He hecho (yo y mucha más gente) todo lo que se nos ha ocurrido para concienciar de este problema de alcance mundial. Solo me queda hacerme un tattoo. Tatuarse está de moda y yo quiero poner de moda el aprovechamiento alimentario.

Porque el aprovechamiento no es vergonzoso, no es de pobres, no es indigno.

Aprovechar es guay, es sexi, es glamuroso. Móntatelo como quieras, pero hazlo. Sí: hazlo, en forma verbal imperativa, porque es una orden. Y no es una orden que yo dé, sino que nos lo está imponiendo el planeta. Por si alguien no está al caso: estamos inmersos en una emergencia medioambiental. El despilfarro alimentario (y también el sindiós de la producción alimentaria) es una de las causas principales de esta situación límite. O sea que, niños, nos tenemos que poner las pilas. Porque tal como nos alertan a los expertos, lo que está en peligro no es la naturaleza sino nosotros. La naturaleza tiene capacidad de regeneración porque es autosuficiente. En cambio nosotros somos totalmente dependientes. Aunque nos parezca que para vivir solo nos hace falta un iPhone, sin oxígeno ni nutrientes, nuestra supervivencia tiene los minutos contados. Y la naturaleza es la única proveedora que tenemos al alcance. El día que no podamos respirar ni comer, kaput.

Aunque nos parezca que para vivir solo nos hace falta un iPhone, sin oxígeno ni nutrientes, nuestra supervivencia tiene los minutos contados

Hace una década que en Semproniana (una vez al año) hago Gastrorecup, una evento que denuncia el despilfarro alimentario: el volumen injustificado de alimentos que se tiran porque, por varias causas, no tienen espacio en la cadena de valor de los alimentos, que los considera una mera mercancía y reduce el valor a una ecuación aritmética, a un precio. Es cierto que el territorio no es homogéneo y que las zonas rurales, donde el sector primario es primordial y la producción de los alimentos es próxima, los alimentos mantienen sus valores; pero en el área metropolitana, donde se concentra la mitad de la población del país y donde somos principalmente consumidores, tenemos que luchar por recordar que tirar una barra de pan no es solo tirar 1€ (que no desestabilizará tu bolsillo, quizás) sino que esta barra de pan contiene:

  • El esfuerzo y la ilusión del campesino que ha hecho crecer el trigo y del panadero que lo ha elaborado

  • Gasto de recursos naturales nada insignificantes

  • Una cantidad de gases contaminantes emitidos pues cada barra de pan tiene en sus migajas un mínimo de 4 transportes (que ya os adelanto que son muchos más!): del campo al distribuidor, del distribuidor al obrador, del obrador a la tienda y de la tienda a casa

  • Nutrientes preciados (muy preciados si sufres pobreza y no tienes acceso al derecho fundamental a la alimentación)

  • La garantía de mantenimiento del sector primario, imprescindible -entre muchas otras cosas- del equilibrio territorial necesario para detener la desertización de las zonas rurales.

En la restauración tenemos un papel fundamental en la sensibilización en la tarea de devolver el valor a los alimentos porque, por encima de todo, los amamos. He visto cocineros llorando de emoción y agradecimiento delante de una lubina, una cepa o una butifarra. Los amamos, los valoramos, tenemos maña al transformarlos y tenemos clientes abiertos a vivir la experiencia Gastrorecup, una comida elaborada con alimentos rescatados del corredor de la muerte, alimentos descartados del circuito comercial con total garantía de seguridad alimentaria.

En la restauración tenemos un papel fundamental en la tarea de devolver el valor a los alimentos porque, por encima de todo, los amamos

Alimentos nutritivos y sabrosos destinados al vertedero. Alimentos que podrían alimentar personas que no lo tienen fácil, alimentos con huella medioambiental, alimentos producidos con esfuerzo e ilusión. Alimentos que no valen nada y cuestan mucho. Alimentos, en definitiva, que tenían como objetivo principal dar su vida para garantizar la continuidad de nuestra vida.

Ha llegado el momento que la restauración ponga la mirada en las raíces y no tanto a las estrellas. Tenemos que poner la naturaleza en el plato, con sus colores, sus formas y sus sabores. Es el momento que los cocineros entendamos que somos los intérpretes de la naturaleza y que lo tenemos que hacer lucir sin subyugarla. Tenemos que pasar de la cocina estética a la cocina ética. Nos ha preocupado tanto transportar a los clientes a dimensiones desconocidas que nos hemos olvidado de que lo que es importante es transformar nuestro entorno próximo para adaptarnos a sistemas de trabajo más sostenibles que cuiden de nuestra tierra.

Podréis disfrutar de estas maravillosas y sostenibles comidas hasta el 6 de octubre en 17 restaurantes de todo el territorio gracias al impulso del Departamento de Acción Climática y Agenda Rural de la Generalitat de Catalunya. Los alimentos rescatados os esperan en www.gastrorecup.cat

PD: Por cierto, cuando tenga hechos los tatuajes, ya os lo haré saber.