Los medios de comunicación informan de que los Frankfurt's Casa Vallès –Barcelona, Badalona y Terrassa– han tenido que cerrar temporalmente debido a la falta de suministro de las salchichas de su proveedor habitual, Schar, cuya fábrica quedó calcinada en un reciente incendio a Mercabarna. Los gestores de la franquicia de frankfurts habrían podido buscar a otro proveedor y tirar millas, pero su compromiso de sobresalir en la calidad, teniendo en cuenta que es el producto que da nombre en el establecimiento, los ha hecho tomar la drástica decisión de cerrar.

De acuerdo, pues, nos esperaremos a que vuelva este emblemático embutido, elaborado con carne de cerdo, papada, especies, sal, azúcar (y quizás algún colorante) y que, una vez elaborado, fuma y se hierve, de manera que ya está a punto para ser consumido.

Tendremos dificultades para saber cuándo empezó la debilidad frankfurtera porque hay múltiples versiones para explicar el origen de su popularidad. Ya se sabe que todos los productos de éxito generan curiosidad y también leyendas. Parece ser que en 1852, el gremio de carniceros creó una salchicha embutida en una tripa delgada y transparente, inspirándose en el perro –de raza Dachsund- de un famoso carnicero de la ciudad. De hecho, el nombre que recibió fue "salchicha dachsund".

En la España en blanco y negro, de potaje de garbanzos, ajo y chorizo servido en plato Duralex sobre el hule de la cocina iluminada con bombillas de 25w, nos llegó de tierras lejanas un producto exótico en forma de salchicha

Necesidad y precariedad riman con creatividad y es esta es la banda sonora del éxito de todo producto. Y así, el éxito llegó cuando los inmigrantes alemanes, en los Estados Unidos, la vendían en carritos ambulantes dentro de un panecillo de brioche, pues los paseantes no tenían donde sentarse para comerla. El precio económico, la rapidez en el servicio y la comodidad de encontrar por todas partes, establecieron las bases del fast-food. La grande pensada fue venderlos al público de los partidos de béisbol anunciándoles como "hot dog" arrinconando la complicada palabra alemana "dachsund" que los americanos no sabían ni balbucear.

Muy bonita, la historia, sí, pero centrémonos en la verdadera razón por la cual el tema ha generado un alboroto informativo casi a la altura del estado de alarma nacional de hace tres años. ¿Es que no podemos vivir sin frankurts porque son imprescindibles en nuestra dieta? Diría que nuestro organismo tiene la capacidad de vivir y la humanidad puede salir adelante sin la ingesta de estas salchichas. La verdadera razón de la angustia de la ciudadanía es imaginar cómo sería vivir en un mundo privados de la satisfacción de comer un producto tatuado a la memoria gustativa de como mínimo tres generaciones. Comer un frankfurt es recuperar aquella adolescencia de finales de los años 60 del siglo pasado.

En la España en blanco y negro, de potaje de garbanzos, ajo y chorizo servido en plato Duralex sobre el hule decolorado de la cocina iluminada con bombillas de 25w, nos llegó de tierras lejanas un producto exótico en forma de salchicha. Liberarse de la cuchara y pasar a comer con las manos era un acto de rebelión, al estilo de las primeras manifestaciones en las que ondulábamos pancartas y octavillas con pantalones de pata de elefante y mochilas cutres.

Comer un frankfurt es recuperar aquella adolescencia de finales de los años 60

Sí, el frankfurt fue nuestro manjar iniciático, la pérdida de la virginidad alimentaria, la emancipación del plato de sopa familiar, la autopista a la libertad. Nos sacamos los pañales de los macarrones y afeitamos la pelusa de la carne rebozada. Quizás por eso nos conmociona un cierre tan simbólico. El producto es magnífico, pero el significado y la nostalgia todavía lo magnifican más. Deseo que los Frankfurt's Casa Vallès vuelvan a abrir pronto. Así, los jóvenes de hoy al menos no tendrán que ir a parar a cadenas con hamburguesas plastificadas. Puestos a elegir, prefiero que sean jóvenes (y coman lo que toca) en pequeños establecimientos del país, propiedad de personas que prefieren cerrar antes que perder la dignidad.