Este fin de semana se celebra la Feria de la Galleta en Camprodon. Si leéis este artículo muy temprano, todavía sois a tiempo de acercaros. Ayer, tuve el honor de inaugurarla, diciendo unas palabras. Los organizadores me agradecieron haber aceptado dar el pistoletazo de salida a la feria y yo aprovecho estas líneas para decir aquello que ayer – por incompetencia, por nervios y por falta de reacción – no supe expresar. Les quería decir que la que estoy agradecida soy yo porque me ha permitido conocer otro de los grandes personajes que este país ha tenido y que no hemos sido capaces de honrar ni recordar lo suficiente.

La fiel y humilde compañera del recuerdo de infancia

Me refiero al fundador de la marca BIRBA, una de las galletas que me remiten a los momentos más felices de mi infancia. Desde aquella primera galleta de la papilla de fruta de los primeros meses de vida (que evidentemente no recuerdo) a la galleta reconfortante mojada en la leche las noches que ya no tengo ni ánimo para hacerme una tortilla, de tan cansada como estoy. La galleta, fiel y humilde compañera, tanto es la edad y el momento, ¡cuántos instantes de agradecimiento acumulo al recuerdo!

La historia de Daniel Birba es la de tantos emprendedores de nuestra historia que, actualmente, tengo la sensación que vamos bastante escasos. Nacido en La Selva de Mar a mediados del siglo XIX, el hecho de ser el séptimo de diez hermanos lo obligó a espabilarse lejos de casa, yendo a parar a Olot, donde el creciente sector textil pedía mano de obra. Las casualidades de la vida lo acercaron a Camprodon donde conoció, se enamoró y se casó con la heredera del tendero del pueblo. Enseguida se incorporó al negocio del suegro y amplió el catálogo de productos en venta.

En las postrimerías del s. XIX, Camprodon acogía una numerosa colonia de veraneantes de la alta burguesía barcelonesa. Los Birba se dieron cuenta de que los veraneantes echaban de menos en la localidad algunos de los productos de que disponían a ciudad. En 1890 ampliaron el negocio con un obrador en el sótano donde elaborar productos de confitería y dulces tradicionales: melindros, panellets, turrones, almendrados, cocas, bizcochos... que alcanzaron gran fama por calidad y sabor.

Amar a tu pueblo es contentarlos y alimentarlos

Pero acabado el verano Camprodon se vaciaba y las ventas descendían. Los Birba, emprendedores por naturaleza, apostaron por las galletas: producto popular, al alcance de todos los bolsillos y de larga conservación. Llorenç, el hijo mayor de la familia Birba Cordomí, se formó en el oficio aprendiz todos los secretos de la elaboración, invirtieron en utensilios, herramientas y maquinaria, y no ahorraron al encargar unas cajas de lata grabadas, firmes y relucientes, que protegían las delicadas galletas si se tenían que enviar a ciudad. Y así fue, en poco tiempo, Birba repartía más galletas que no vendía en la tienda.

La historia me parece tan deliciosa como las Núria (las de toda la vida), pero quiero destacar la superación, el esfuerzo, la valentía, la innovación, la celeridad en la respuesta a la demanda de los clientes, creer en la formación y no tener miedo a invertir en recursos para garantizar la calidad y la efectividad del producto. Son virtudes que, aparte de admirar, considero absolutamente fundamentales, no solo para construir una empresa sólida, sino para fortalecer la manera de hacer de un país.

Ni yo ni el país, pues, podremos agradecer nunca lo suficiente la visión y el trabajo de Daniel Birba, el verdadero monstruo (leedlo en positivo: como traducción nuestra del sudado, cursi e innecesario "crack") de las galletas.