Hace un par de semanas, la Escuela de Arquitectura del Vallès y el CCCB me invitaron a exponer cuál es el papel de la mesa en el hecho alimentario dentro del ciclo de debates El espacio y la comida: mesa, casa, mercado. Me gustó participar porque pude defender una de mis convicciones: la razón por la cual todavía cocinamos y comemos alimentos convencionales es porque compartimos la mesa, aquella pieza ancestral, de diseño sobrio e inmutable a lo largo de los siglos.

Si el objetivo de comer fuera exclusivamente funcional (adquirir los nutrientes necesarios para la supervivencia) haría años que ingeriríamos pastillas: más cómodas, efectivas y seguras. Si todavía nos metemos alimentos en la boca, con todos los peligros que eso comporta; si todavía dedicamos todas las horas al hecho alimentario (comprar, cocinar, servir, recoger, limpiar, guardar, tirar los residuos...) es porque amamos y cuidamos de las personas.

Si todavía dedicamos todas las horas al hecho alimentario es porque amamos y cuidamos de las personas

Uno de los problemas que socialmente tenemos que afrontar es la desmotivación que sienten las personas que viven solas (y los abuelos son unos de los principales afectados de soledad) por la comida, hasta el punto que llegan a sufrir desnutrición.

Hay quien come con bastoncillos, quien come en el suelo, quien come con las manos, quien comparte el plato. Cada cultura se manifiesta a su manera con la comida, pero en todas las culturas, todas, comen juntos. La alimentación constituye uno de los sistemas simbólicos por excelencia. Comer es un acto cargado de significaciones, rituales y códigos que permiten comunicar una determinada forma de ver la vida y de estar en el mundo. Es un acto relevante a la hora de valorar las pautas de socialización y los mecanismos de transmisión de valores en cualquier grupo humano. La comensalidad es un eslabón importante en la evolución de la humanidad: un avance civilizador frente a los nómadas cazadores recolectores sin lugar estable ni previsión estable de comida. Y compartir alimentos forja un sentido de confianza mutua y dependencia. No se suele envenenar a quién das tu propia comida.

Cada cultura se manifiesta a su manera con la comida, pero en todas las culturas, todas, comen juntos

El vaticinio de los expertos es que en las áreas metropolitanas, donde el metro cuadrado construido es muy caro, de altísimo valor, es probable que el espacio cocina desaparezca y se reduzca a una barra abierta donde se conserven un par (o tres) de electrodomésticos: nevera, microondas y, en el mejor de los casos, si los habitantes tienen una responsabilidad alimentaria (hijos, por ejemplo), una cultura alimentaria arraigada, un compromiso medioambiental o son un poco aficionados a la cocina, podría ser que hubiera un robot de cocina. No es un vaticinio descabellado, de hecho ya hace tiempo que el horno es donde se guardan las sartenes, pero nunca desaparecerá la mesa para comer juntos.

Los restaurantes lo sabemos bien, somos espacios de socialización, donde los comensales se liberan de toda ña previa del proceso alimentario: abastecimiento, transformación, servicio y limpieza, destinando el espacio y el tiempo a lo que realmente importa, que es compartir la comida y conversar.

Se lo digo siempre, a los camareros y cocineros de casa: nuestro trabajo es, sobre todo, poner la mesa.