Hay muchas personas que dicen que no les gustan las despedidas. A mí, sí. Porque es un momento de pausa, de calma y reflexión. Un escenario donde nos mostramos sensibles y donde predomina la comunión. Y, a mí, qué queréis que os diga, me encantan estos instantes. Son unos segundos en los que todo se detiene y en los que yo quiero aprovechar para dar las gracias. Sí, estoy aprovechando esta ventana para "venir a hablar de mi libro". Hablaremos de gastronomía, por supuesto, y también haré una última queja, porque así de quejica soy, tal y como me dice un gran amigo mío, un "anarcoconvergente" de tomo y lomo.
Con solo 20 años aterricé en este diario. Cargado de inseguridades y de inexperiencia, se me brindó la oportunidad de crecer y aprender, dos valores y aptitudes que debemos perseguir cada día de nuestras vidas. He crecido y he aprendido un montón. Lo que es bueno y lo que no. Lo que se debe hacer y lo que no. Las trampas al solitario y la corrupción que rodea el mundo del periodismo. Pero, sobre todo, he disfrutado y he tomado con responsabilidad y rigor la importancia de tener este altavoz que son La Gourmeteria y ElNacional.cat para explicar historias.
Siempre he defendido, defiendo y defenderé testarudamente que todos y cada uno de nosotros tenemos historias que contar. Muchísimas. Vivencias que merecen ser narradas y expuestas. Y, por supuesto, desde la vertiente gastronómica también. Y, lamentablemente, lo tengo que clarificar porque me he dado cuenta de que, aunque el periodismo gastronómico vive, afortunadamente y para alegría de todos, un auge importantísimo, es un tipo de periodismo aún menospreciado e invisibilizado socialmente. Los diarios, digitales y en papel, las radios y las televisiones han creado páginas y verticales para hablar de alimentación y nutrición, de restaurantes, consejos imprescindibles que debemos saber y, por encima de todo, hablar de la grandilocuente cocina catalana.
Esta función exponencial que protagonizamos los verticales gastronómicos no viene acompañada de un cambio de paradigma en las universidades. Y aquí es donde viene mi queja. No puedo entender que en cuatro años de carrera, lo máximo que hayamos hecho haya sido una clase. 4 cursos y 240 créditos después, tres horas son las que nos han brindado de periodismo gastronómico. Al menos este fue mi caso como estudiante de la UPF, pero estoy convencido de que es la misma realidad en todos los grados en Periodismo de las diferentes universidades públicas y privadas del país. Basta con mirar el plan de estudios de cada una de ellas.
Aunque el periodismo gastronómico vive, afortunadamente y para alegría de todos, un auge importantísimo, es un tipo de periodismo aún menospreciado e invisibilizado socialmente, tal y como demuestra que 4 cursos y 240 créditos después, solo sean tres horas de clase las que le dediquen las universidades
Periodismo político, periodismo literario, periodismo cultural, periodismo económico, periodismo de investigación y de sucesos, periodismo deportivo, periodismo de viajes o periodismo de proximidad son algunas de las optativas que ofrecen la UAB, la UPF y la UB en su currículum. En ningún sitio encontrarás la asignatura de periodismo gastronómico. No sé si esto es negar o desconocer la realidad, quizás desmerecerla, pero lo que tengo claro es que es un error nacional.
Porque después de casi tres años escribiendo y coordinando La Gourmeteria, he entendido lo que representa la gastronomía para el país. Y es que le dices “Catalunya” a alguien de fuera y te responde “Barça, arquitectura, música”, pero tenemos un baluarte en cada uno de los miles de fogones de las casas de comida del territorio. Deberían responder también “cocina catalana”. Si queremos aspirar a ser un buen país, esto es así. Tenemos un abanico enorme de cocineros y cocineras, pasteleros y pasteleras y sommeliers catalanes que son reconocidos en todo el mundo. Todas las guías de gastronomía, nacionales e internacionales, subrayan y elevan a Catalunya a un nivel al alcance de nadie. Somos los mejores y nos lo tenemos que creer. Los primeros, nosotros.
1.030 artículos después; dos largas decenas de entrevistas después; reportajes por todo el territorio después; y más de un centenar de restaurantes visitados después, puedo afirmar que yo me lo creo. Que yo levanto la cabeza bien alta para gritar “viva la cocina catalana”. Vivan los desayunos de tenedor, la cocina centenaria de las abuelas, el fricandó, el trinxat de la Cerdanya, los pies de cerdo, los caracoles a la llauna, el pollo a la catalana, los mar y montaña, la esqueixada, la escudella, el pan con tomate, los calçots, el romesco, las castañas, los boniatos, los panellets, la butifarra con mongetes, la crema catalana y un etcétera infinito. Vivan los cocineros y cocineras, pasteleros y pasteleras y sumilleres catalanes que nos han hecho el mejor escaparate culinario del planeta.
Y vosotros también os lo tenéis que creer. Y tanto si ya lo hacéis como si todavía no, no dejéis de leer La Gourmeteria, porque sin ningún tipo de duda es el mejor contenido en catalán que encontraréis para informaros de todo aquello que se relacione con la comida y la cocina catalana. Como tampoco dejéis de ir a restaurantes humildes y familiares que se esfuerzan día tras día para brindarnos la mejor comida posible y enriquecer este país. Me despido 1.006 días después desde que empezó la aventura un 24 de enero de 2023, diciendo que he sido un privilegiado por disfrutar y vivir el placer de escribir para todos vosotros sobre un ámbito apasionante. Larga vida al periodismo gastronómico y a La Gourmeteria.