Leo no sé dónde (disculpadme la poca concreción, pero por delante de todo, sinceridad) una noticia que me deja aturdida: 'El café se acaba'. Sí, la producción de café ha descendido tanto que amenaza con ser "producto en extinción". Las causas de esta hecatombe son una mezcla entre crisis climática, encarecimiento de los suministros y abandono del oficio de cafetero. La noticia es devastadora para millones de cafeinómanos del mundo; nos vierte a un universo bastante desconocido, nos vierte a un drama. Para mí es un drama porque confesaré que estoy enganchada. No con tantas tazas como dicen que tomaba Balzac (más de 50!), pero sí con cinco o seis. Estoy convencida que sin café, moriría... de pena. Soy capaz de pagar lo que haga falta (siempre que sea bueno, hecho con cuidado, sopesando la temperatura y la presión del agua), de recorrer medio mundo, de modificar el programa de una excursión para tomar una taza, de posponer una cita ineludible porque todavía no he tenido tiempo de hacer el cortado... y sin "cafés pendientes" la vida no tiene sentido, no tiene futuro.

Ante esta situación de extrema importancia, hago un análisis exhaustivo de lo que significa el café. Y a medida que me adentro en el razonamiento voy concluyendo que, objetivamente, si el café se acaba será, incluso, beneficioso para la humanidad. ¡Eh! ¡Permítame acabar la reflexión y deje de escribir esta carta al director en la que exige que me saquen a patadas del diario por blasfemar! Insisto en que es una valoración objetiva. Convendremos que el café no es un nutriente esencial de nuestra dieta, no nos es imprescindible para nuestra supervivencia, como sería el trigo o el arroz. Y según el consejo de mi médico, que siempre me alerta de que tomo en exceso, viviría mejor y más tranquilamente sin él.

Granos de café / Unsplash
Granos de café / Foto: Unsplash

Más tranquilamente porque la cafeína, el elemento primordial y que, quizás por esta razón, el producto se llama café... nos excita, nos despierta y nos pone nerviosos. ¡Más nerviosos! ¡Pero si ya tenemos la agresividad y la desazón a flor de piel! Quizás nos harían falta un poco de calma y chachachá... precisamente aprender del estilo de vida de los habitantes de los países productores. ¿De qué estilo de vida estamos hablando? Cuando los occidentales usurparon el territorio americano en forma de colonias, la producción de café fue uno de los negocios más golosos para los empresarios europeos que, sin escrúpulos, prosperaron a base de la fuerza de la esclavitud y de las condiciones infrahumanas en que se hace el trabajo. Esclavitud de antes o mafias de ahora... subyugación y subordinación económica.

De esta manera, los principales países productores (Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Brasil, pero también Vietnam, Etiopía y Kenia) se ven debilitados económica y socialmente, a pesar de ser ricos en recursos naturales. Mafia y eliminación de la soberanía alimentaria de los pueblos productores. No solo hablamos de producción, sino que el principal manipulador de café en el mundo tiene la sede en Suiza. Está en Centroamérica, Asia y África donde las condiciones climatológicas favorecen el buen cultivo, pero Europa es uno de los principales consumidores. Aviones arriba, barcos abajo, trenes para acá, camiones hacia allí, el café se tiene que importar. Concluiremos que no es el producto más sostenible medioambientalmente hablando. Objetivamente, tendríamos que volver a la pesadilla de nuestros abuelos, la infusión de algarroba haciéndola pasar por café: más sostenible, más justa, más económica, más nutritiva. O a las sanadoras infusiones. Solo de pensarlo me entristezco.

Seamos serios: ¿el valor del café es objetivo? El café es una cultura. El crítico y filósofo George Steiner decía que la idea de Europa se fundamenta en los cafés. El café —el establecimiento, el espacio, el lugar donde se toma— es la base de la cultura, del arte, de la civilización. Desde el café Pedrocchi, de Padua, el más antiguo, hasta los cafés vieneses o los romanos, en el Café de la Ópera de las Ramblas de Barcelona, la bebida y el entorno que se crea a su alrededor, es una manera de ser y de estar en el mundo. Para mí el café es mi meditación, imprescindible a primera hora de la mañana para encarar con fuerza el día. Aquel aroma, aquella taza, aquella penumbra, aquel momento mío es la principal motivación para quitarme los días de diario y los de fiesta. El café es el vínculo social, la gran excusa para encontrarme con aquel amor secreto, con aquel amigo de la infancia, con aquel familiar añorado, con aquel socio enojado, con aquel sabio profesor y con aquel intelectual esquivo. El café predice siempre un tiempo futuro, un deseo no cumplido. Solo por eso, el café es del todo necesario, subjetivamente hablando.