Cuándo una camina por la calle Pere IV tiene la sensación de tirar millas. No es extraño que Pere VI cruce como un tiro el distrito de Sant Martí: antiguamente era la principal entrada y salida de Barcelona en dirección Girona/Francia. Y todavía más, ya que antes del cambio en el nomenclátor, esta vía era conocida como la antigua carretera de Mataró, proyectada en 1763 sobre el todavía más antiguo camino real. Pasa que, allí donde hay tráfico, hay industria, y donde hay tráfico e industria, hay bares.

Se imagina fácilmente: circa 1925, al toque de campana, decenas de trabajadores emboinados huyen como un rayo de la fábrica para hincar los codos en la barra de una bodega vecina, en el número 460 de la calle Pere IV. Hoy pasa exactamente igual —bien, no exactamente: también hay que correr para meterse y para pescar alguna cosa con el palillo a modo de arpón, pero la boina ya no es común ni la mayoría escuchamos una campana cuando acaba nuestro turno (quizás porque ahora tiende a no acabar nunca). Aquella bodega, que mantiene toda la estructura del original, hoy se alza con otro nombre: el de Bodega J. Cala.

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La Bodega J. Cala / Foto: Christian Bosch

Joaquina Cala compró aquella bodega el 11 de mayo de 1981 y le puso su nombre. De rebote, la 'J' también es la inicial de su hijo, Juan Antonio, con quien operaron tras la barra y delante de los toneles y los centenares de llaveros decorativos después de que los antiguos dueños se jubilaran. Este año, la Bodega J. Cala se sigue alzando roja y de madera en el tramo final de Pere IV, en medio de una industrialidad que los barceloneses encuentran más que ajena, delante de Xatarra Fernández 2011 y cerca de Semillas Fitó y de la estropeada Fábrica de Colores Hispania.

Pero como la historia de esta ciudad ha avanzado como lo ha hecho, los barceloneses se encontrarán allí también aquello que más les gusta: comprar plantas para el piso y una buena exposición, ya que una vez embriagados pueden pasar a dejarse el sueldo en varias Strelitzia, abono y tiestos en el garden Casa Agustí o a pensar un rato con las diversas piezas que atesora La Escocesa. Y si no están ni para una cosa ni para la otra, que paseen por el nuevo Eje Verde de Cristòbal de Moura, que es un gozo, o que vayan a confesarse a la iglesia neogótica del Sagrado Corazón. "Padre, por qué bebo tanto vermú"?.

La Bodega J. Cala redescubre un agradable olor a bodega, a madera y vino y vermú, que ya no se encuentra en esta ciudad, y la nostalgia abre mucho el apetito y la sed a pesar de no se diga lo suficiente

Ahora que ya estamos –y convencidos, ¿no?–, basta de zarandajas. "Aquí la mejor anchoa del norte", dicen unas letras enganchadas al cristal. A su lado, el engráulido ha estado retratado en toda su magnificencia. "Nuestra especialidad, la mejor anchoa del norte" –se repite– "con vermouth de la casa". Podría parecer un farol, que no hay que malpensar, que es un reclamo cualquiera, pero me remito a los hechos: las anchoas hacen sold out a las 14:30 h. Lo he visto y escuchado con mis propios ojos y orejas, lo ve cada día el retrato de un joven Jesulín de Ubrique que preside discretamente la sala, y entiendo que tengan más éxito que (inserta aquí un nombre de artista que tenga tu consideración). Primero, porque son de las mejores anchoas que habrás probado en esta ciudad. Segundo, porque aquí la parroquia se coge a aquel filete de anchoa como si fuera un flotador donde tenderse a pasar el rato y donde aferrarse para navegar las oleadas de vermú, birra, vino o jerez que irán golpeando los labios. Y tercero, porque todo el mundo que entra por la puerta de la Bodega J. Cala redescubre un agradable olor a bodega, a madera y vino y vermú, que ya no se encuentra en esta ciudad, y la nostalgia abre mucho el apetito y la sed a pesar de que no se diga lo suficiente, todavía.

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Memorabilia de Jesulín de Ubrique en la Bodea J. Cala / Foto: Rosa Molinero

Rosa Lidia Flores, pareja de Juan Antonio González Cala, trabaja en la bodega desde hace 17 años, cuando la suegra murió. "Soy la que limpia las anchoas", dice con orgullo. "Juan Antonio también me ayuda el fin de semana, porque tenemos que preparar más de 600, que hacen 1.200 filetes". Sin duda, es una mujer con paciencia y así nos lo confirma: "yo no había limpiado nunca anchoas y cuando me tocó ponerme, ya me pareció bien. Tengo paciencia, lo hago sin prisas y, además, me gusta hacerlo perfecto. Limpiar una anchoa tiene mucho trabajo y se tiene que hacer con cuidado y mansedumbre porque, si no, la carne delicada de la anchoa se rompe en un abrir y cerrar de ojos". Y si bien la paciencia no tiene precio, estas anchoas sí: el combinado de vermú, anchoas y olivas sale a 5,25€. En caso de que el hambre acose, probad la mousse de anchoas que hace la ama, unos boquerones, cortes fríos de embutido y queso, morro frito u hojalatería variada de la que más os guste.

Quizás depilar anchoas de sus pequeñas y frágiles espinas será algún día una técnica de meditación mediterránea de altos vuelos

Quizás depilar anchoas de sus pequeñas y frágiles espinas será algún día una técnica de meditación mediterránea de altos vuelos o quizás alguien de la residencia de la Escocesa se marcará un Marina Abramović e irá estirando aquellos huesitos del pescado que un día decidimos salar hábilmente y con lo que le damos aquel contrapunto salado imprescindible a un vermú (¿cada vez...) más dulce. Si lo hace, que haga caso de Rosa: paciencia y "unas pinzas especiales, que son las que utilizan los restaurantes".