Hay bebidas extrañas, como el Cynar de alcachofa, y las hay que tendrían que ser la mar de normales en un país de uva como el nuestro, pero que en cambio hacen sentir extraño a quien las bebe. Es lo que pasa con el brandy, un destilado de vino que solo se bebe en dos contextos diametralmente opuestos: te puedes pedir una humilde copita de euro y medio en un bar de toda la vida o te puedes pedir un cóctel en algún local barcelonés de moda donde cualquier copa no baja de quince euros. No hay término medio: carlismo o vanguardia posmoderna. Preguntar si tienen brandy en cualquier otro entorno es francamente una misión imposible, ya que nunca hay brandy en las barras de conciertos de Fiesta Mayor, ni en las fiestas de Fin de Año en casa de algún amigo, ni a cualquier boda con barra libre donde donde a nadie le pasa por la cabeza pedir, qué sé yo, un Mascaró con Coca-Cola.

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Un barman sirviendo un gin-tonic, el combinado más famoso ahora mismo del mundo. | Bjarne Vijfvinkel

A diferencia de la ginebra, el güisqui, el ron o el vodka, el brandy no juega en la liga de los destilados que cada fin de semana encienden el alma de los que se aferran a un vaso de tubo para hacer más eléctrica la noche. Por eso, seguramente, medio mundo piensa que es más bien cosa de hombres casposos con las manos grandes que beben Soberano después del café mientras juegan al dominó y la otra mitad piensa que es cosa de esnobs que van a locales sofisticados del Born para beber cócteles de autor con nombres que son de todo menos explicativos. En medio, por suerte, unos cuantos hemos descubierto recientemente que la marca de brandy más prestigiosa de Catalunya no solo ha creado el primer brandy cristalino de la historia, Torres Alta Luz, sino que es el brandy perfecto para crear una cubata refrescante, popular y fácil de hacer, que es como tienen que ser los cubatas. Os lo explico.

Una luminosa alternativa al gin-tonic

Empezaré por el principio. Hace unos cuantos meses tuve la suerte de visitar la Brandy House de Torres en Sant Martí Sarroca y conocí a Javier Reynoso, el Global Brand Ambassador de Torres Brandy, un argentino magnífico que me explicó la importancia de los ángeles en la elaboración del brandy. Meses más tarde, antes de Navidad y por sorpresa mía, recibí un obsequio suyo: una botella de Torres Alta Luz, que a diferencia de todos los otros brandys, es transparente. En el paquete, dentro de una carta escrita a mano, él me deseaba buenas fiestas y me explicaba que era un brandy diferente, ya que era blanco. Rápidamente lo probé, pero no me hizo el peso. Al día siguiente volví a intentarlo, pero tampoco. Me lo servía en una copita, solo y a temperatura ambiente, al igual que hacía con el chupito de Torres 20 que siempre me acompaña cuando empiezo a escribir un artículo. El Alta Luz era más suave y sedoso, incluso lo notaba ligeramente afrutado, por eso pensé que el problema debía ser mío: quizás me había acostumbrado al brandy de siempre, el que tiene sutiles notas de roble y me deja la lengua aterciopelada justo cuando busco el adjetivo correcto para cerrar una oración.

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Un Mir Geribert casero, con un poco de menta. | Patrick Fore

Semanas después coincidí con Javier en la cena del Torres Brandy Cero Challenge, la competición global de proyectos de bares sostenibles que celebró la gran final en Barcelona el jueves 30 de marzo y que galardonó al Paradiso Cocktail Bar de Barcelona como bar más sostenible, valorando sobre todo el Paradiso Zero Waste Lab y su propuesta de eco-cóctel. Todo iba bien hasta que él me preguntó qué me había parecido el Alta Luz y casi me atraganto con una croqueta, ya que no sabía qué decirle. Para desviar la atención, le dije que había bebido una copa mientras miraba la final del Mundial, cosa que me permitió gastar veinte minutos de conversación hablando de fútbol, pero cometí el error de comentar el paradón providencial del Dibu Martínez en el último minuto de la prórroga y él me confesó, en su catalán transatlántico, que justo en aquel momento del partido vio claro que Argentina ganaría. "Fue como ver la luz de golpe", me dijo. "Por cierto, hablando de luz, no me has dicho todavía qué te pareció el Alta Luz", remachó. Absolutamente roto, encontré la manera de responder sin pifiarla: "no me apasiona, a Javier, pero debe ser porque yo no lo sé beber". En efecto, no lo sabía beber. Según él mismo me explicó, risueño, el Alta Luz está pensado para disfrutarlo fresco y con hielo, no con una copita ancha de aquellas que tienen una raya roja y que en los bares de pueblo siempre sustenta en la mano algún parroquiano que pide "unas gotas" de coñac con el café.

El antídoto contra el mal branding del brandy

Aquella conversación con Javier fue como iluminarse de golpe, sin duda, sobre todo cuando él mismo me preparó un cóctel de Alta Luz que desde aquel día he preparado insistentemente a todos los amigos que últimamente han venido a cenar en casa. Es fácil: en un vaso alto y ancho, colocar el hielo, verter 50ml de Torres Alta Luz y después completar con agua carbonatada de limón, es decir, Sprite o 7up. Ah, claro está, y añadir una rodaja de lima o limón, lo que los entendidos denominan twist. "Esto no solo es una cubata excelente, Javier", le dije, "sino que ¡es el antídoto perfecto contra el mal branding del brandy!", dado que una de mis obsesiones en la vida es preguntarme por qué narices el brandy, también mal denominado coñac -el coñac es un tipo de brandy, concretamente el brandy que hacen en la región francesa de Cognac-, tiene tan poca fama entre la gente joven. ¿Sería posible hacerlo con tónica? ¿Y con soda? ¿Y con Vichy? Después de haber probado las tres opciones, ya os bien aseguro que Javier tenía razón cuando le hice la pregunta a él: la respuesta buena es Sprite o 7up, siempre. El motivo es simple: son bebidas aromatizadas, cítricas y con una cantidad concreta de azúcar que casa maravillosamente bien con este brandy.

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La botella de Alta Luz y un combinado con Sprite, a mano izquierda.

La botella de Alta Luz que recibí en casa por Navidad ya se ha acabado, de tantos combinados con Sprite o 7up que he hecho en las últimas semanas. Todo el mundo que ha probado uno ha coincidido en tres cosas: que es buenísimo, que el brandy mola más de lo que recordaban y que este cubata solo triunfará si alguien lo bautiza con un nombre, cosa la mar de lógica. El único precedente exitoso de combinado de brandy es el 'lumumba', una cosa extrañísima basada en Cacaolat mezclado con coñac que en los años setenta, según mi madre, lo petaba en el Bocaccio de turno. Se llamaba así por el simple hecho de que era de color marrón y que uno de los hombres negros más famosos del momento era el guerrillero Patrice Lumumba, líder de la independencia del Congo. Sabiendo que el Alta Luz es cristalino, la cubata en cuestión se podría llamar Chihuly en honor al escultor más famoso de todos los tiempos en el arte de trabajar con el cristal ablusado, pero el nombre es demasiado complejo y reclama unos niveles de wikipedismo demasiado altos.

También podría decirse Diderot, por aquello de la relación entre el nombre del brandy y la Ilustración como periodo de más alta luz en toda la historia de Occidente, pero la verdad es que un servidor siempre es partidario de barrer hacia casa, por eso, sabiendo que el brandy en cuestión está elaborado en el Penedès, creo que se tendría que llamar Mir Geribert, el mítico príncipe de Olèrdola que en el siglo XI se sublevó contra Ramon Berenguer I y que para todos los penedesenses es un Lumumba particular. No engaño a nadie si digo que fantaseo con la posibilidad de ir a la Fiesta Mayor Alternativa de Vilafranca de este año, pedir un Mir Geribert en la barra y que me sirvan un brandy con 7up en vaso de plástico. Como sé que posiblemente esto no pasará, sin embargo, de momento me conformo con una cosa mucho más realista y simple. O mejor dicho, dos. La primera, que algún día el Institut de Estudis Catalans acepte de una puñetera vez cubata como palabra para definir los combinados. La segunda, que los barman de medio mundo se iluminen de una vez por todas, nunca más bien dicho, y se den cuenta de lo mismo que yo me di cuenta hace poco: que existe una combinado tan genial que incluso a mí, que sería capaz de ponerle Seagram's a mi perro, me ha hecho abandonar a la fiel militancia del gin-tonic para abrazar la del brandy cristalino, un cubata transparente por fuera pero lleno de luz por dentro.