El verdadero verano es a la memoria y también a las fotografías decoloradas que encuentras en las cajas de zapatos porque no tienen bastante calidad ni trascendencia para estar enmarcadas sobre el tapete de ganchillo de la mesa rinconera del comedor. Aquellas fotografías medio borrosas, minúsculas, con una orla blanca donde, con suerte, está imprimida la fecha. Mi fotografía es de 1973 y salgo con un traje de baño y comiendo con desazón un trozo inmenso de sandía. Revivo con nitidez aquel momento: estábamos en la piscina y la madre nos hacía salir del agua para merendar pan con tomate, fuet y sandía. La sandía, comida de pie, con los pies mojados, el pelo empapado y los labios azules, con el jugo chorreando por los brazos, es la libertad absoluta, la anarquía infantil.

Nostalgia, verano y un alimento para la eternidad

El verano de la infancia es el lugar donde todos querríamos volver. Claro que hay situaciones para todo y para todo el mundo, pero incluso los veranos aburridos generan nostalgia. Y la nostalgia casi siempre tiene el sabor de un alimento. Hay quien su verano es un Frigodedo, un pestiño del pueblo de los abuelos, unas cerezas, una Mirinda, una horchata, unos fartons, unas moras cogidas entre arañazos o un arroz a la cubana. Y poco tiene que ver con la temporada ni con el mercado. Los alimentos del verano de la infancia son recortes de la novela vital, de las historias particulares, de las minúsculas anécdotas agrandadas por la menuda medida del protagonista o del aroma persistente en el rincón más recóndito del cerebro que cuando, de repente, te invade, el retorno a los días que cantaban las langostas es inmediato.

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Los alimentos del verano de la infancia son recortes de la novela vital / Foto: Unsplash

Y, para mí, ya os lo he dicho, los veranos de la infancia son sandía. Trozos enormes en bocas minúsculas, galerías hechas con los dedos para sacar todas las semillas, cortezas cazadas hasta que no quedaba ni un rastro de rojo y, el regalo, la parte central, la más carnosa, liberada de entonces, el premio para los persistentes. He seguido profesando devoción por la sandía. Cada verano son postres obligados, aunque nunca volverá a tener aquel gusto, totalmente mitificado.

De la sandía no solo me gusta su precioso color, la textura de mordisco, la dulzura fresca, la frialdad que contrasta con el ardor del sol, de la sandía exalto sus valores: invita a compartir mesa, solo la comprarás si sois bastante gente a compartirla. Es la fruta que abandera la comensalidad. Es democrática. Recuerdo un chiste, bastante desvergonzado, que decía alguna cosa así como que el pariente pobre del "melón con jamón" era la "sandía con mortadela". Pues quizás sí, la sandía remite en chancletas, parasol y camping, las frutas también tienen su rango social, su casta.

De la sandía no solo me gusta su precioso color, la textura de mordisco, la dulzura fresca, la frialdad que contrasta con el ardor del sol, de la sandía exalto sus valores: invita a compartir mesa, solo la comprarás si sois bastante gente a compartirla. Es la fruta que abandera la comensalidad. Es democrática.

No solo es poco elitista, sino que es libertado, la libertad de no necesitar más que una navaja porque se come en mordisco franco, le sobran los cubiertos. Porque si la queréis disfrutar, los trozos que os tenéis que poner en la boca tienen que ser grandes, inmensos. Probadlo. El trozo enorme, apretado con el paladar, hace estallar el agua dulcísima. Por favor, no la servís cortada a añicos pequeños, la preciada agua quedará esparcida sobre la madera de cortar. Cortadla siempre a la clásica, en lunas, porque, de repente, se os dibujará en la cara una inmensa sonrisa roja. La sandía siempre es alegría.

Saberla escoger es un arte y un quebradero de cabeza

Pero tanta alegría desaparece cuando abres la sandía y... por desgracia, es una especie de cosa seca, blanda, fofa y sosa. ¡Qué disgusto una sandía disgustada! Y por eso, saberla escoger es un arte y un quebradero de cabeza. Como siempre, para escogerla, pondremos todos los sentidos. La vista: cuanto más redonda, mejor; sin heridas ni grietas en la piel, de piel oscura y una buena mancha amarilla en la zona de la flor. La mancha amarilla es una señal que es dulce. El tacto: la sandía tiene que pesar. Si es ligera es que está vacía. Y ahora, el momento de la percusión: tenemos que picarla por los lados y tiene que hacer un poco de eco, tienes que notar los golpes por el otro lado. Cuando picamos, tenemos que notar que es sólida.

Ahora, también la venden corte, que facilita el examen visual y es más fácil de escoger. Pero es bonito saber escoger una sandía, es como un pequeño triunfo. Una vez en casa, lo abriremos longitudinalmente, porque la parte más dulce se concentra en la mancha amarilla y, si lo abrimos de esta manera conseguiremos que quede más repartida. Cuando lo abrimos tenemos que oír que hace un ruido crujiente. Creo. La guardaremos a la nevera, pero que no le toque el hielo, que la crema y lo ablanda. A medida que pasa el tiempo, la sandía pierde textura y se licua. Pero caliente tampoco vale nada, de manera que lo abriremos un poco antes de comer y la mantendremos en la nevera.

La vista: cuanto más redonda, mejor; sin heridas ni grietas en la piel. La mancha amarilla es una señal que es dulce. El tacto: la sandía tiene que pesar. Si es ligera es que está vacía. Y ahora, el momento de la percusión: tenemos que picarla por los lados y tiene que hacer un poco de eco. Cuando picamos, tenemos que notar que es sólida.

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Ahora, también la venden cortada, que facilita el examen visual y es más fácil de escoger / Foto: Unsplash

¿Pero solo comemos sandía de postre? ¡No! También la podemos añadir al gazpacho, haciéndolo más dulce y aromático, podemos hacer ensaladas -combinada con tomate- y podemos soltarnos con platos creativos: combinadla siempre con lácticos (tipo cabra, sabrosos, o burrata) y también con pescado azul (anchoas, boquerones, sardinas a la brasa). Si aunque todas las medidas a la hora de comprarla han fallado y la sandía ha salido triste, la mejor opción es cocinarla, transformarla e incluirla en platos salados. Y si no queréis claudicar y la queréis servir para postres, si no es muy dulce, tres trucos:

- Poned un poco de sal, que la hará más dulce.
- Aromatizadla con un chorro de zumo de limón o lima y un poco de menta picada.
- Añadid una pizca de canela.

Cada trozo inmenso que hago meter dentro de la boca me transporta a la felicidad edénica de las vacaciones cuando la única preocupación era hinchar las ruedas de la bicicleta y asustar a los mosquitos. Y a aquella fotografía decolorada de 1973 que he encontrado hoy en la caja de zapatos.