Todos vamos llenos estos días, es comentario en las redes, en la cola del pan y mientras te afeitan en casa del barbero. Todo el mundo habla del precio de los panellets. Parece que esta pequeña, querida e inocente bolita ha sido la que ha hecho salir de la cueva al ogro de la inflación, un ogro que da mucho más miedo que todos los zombis de Halloween. El elevado precio de los panellets de este año ha hecho aflorar el debate, pero ya hace días que hay brotes aquí y allí, como la huelga de los panaderos en Lleida, reivindicando medidas paliativas para compensar el incremento continuado del precio de la harina. Dudo que la huelga haya trascendido, dudo que las administraciones competentes actúen y dudo que hagan cambiar los hábitos de nadie. Una huelga posiblemente infructuosa, pero que muestra la desazón del pequeño empresario.

Sí, estamos sufriendo un cautivador aumento de precio de las materias primas, debido, principalmente, al conflicto entre Rusia y Ucrania (el granero de Europa). La crisis energética, con el encarecimiento del gas y la electricidad, y la falta de cereales y grano para alimentar el ganado, se han convertido en un cóctel que nos ha afectado directamente al bolsillo. Los empresarios íbamos trampeando, asumiendo la diferencia de coste de los suministros y haciendo malabarismos para no aplicarlo a los precios de venta y que nuestro adorado cliente se diera cuenta, como si no tuviera bastante edad para saber la verdad.

Este otoño viene cargado de temores de desdicha económica que me hacen vaticinar cambios de modelos empresariales. Solo me veo capaz de opinar sobre mi sector, la restauración. Y hace días que digo que aprovechéis, que vayáis a comer y a cenar, porque los restaurantes tal como los conocemos tienen los días contados. Añadamos la crisis de recursos humanos, la dificultad que estamos teniendo para encontrar personas que acepten trabajar con las condiciones inherentes al tipo de negocio —principalmente por la pirueta que se tiene que hacer para conciliar vida laboral y familiar— y concluiremos que eso se acaba. Disculpad este tono pesimista —adecuado, sin embargo, al día en el que estamos—. He aprovechado el simpático panellet para mostrar inquietudes que hace días que me carcomen el estómago. Pero de la misma manera que cuando señalamos el cielo hay quien mira solo el dedo y no las estrellas, el panellet es solamente el inicio de un debate que será recurrente. Nos esperan muchas castañas... económicas.