En un rincón tranquilo del Eixample, en el cruce entre la calle Aribau y Consell de Cent, donde conviven turistas y vecindario con una naturalidad sorprendente, hay un restaurante que parece resistir el efecto escaparate del centro de Barcelona. El hecho de estar situado en un chaflán del pacificado Consell de Cent, le permite tener una terraza encantadora y amplia, que llama la atención por sus parasoles y marquesinas de entre un color rojo y naranja. Hoy cenamos en el restaurante Bruma uno de aquellos lugares que, a pesar de su ubicación céntrica, ha sabido conservar un alma local y fiel (si bien, evidentemente, también hay turistas). Quizás por eso, a pesar del paso constante de visitantes, todavía hay muchas mesas ocupadas por gente del país que repite, como si este fuera un secreto a medias compartido.

La calidad de la comida es indiscutible: platos elaborados con cuidado y sensibilidad, de aquellos que se notan pensados y guisados con afecto, pero la experiencia va más allá del paladar. Una presencia inesperada, Nami, una border collie elegante y silenciosa, compañera inseparable de uno de los propietarios. Nami aporta un punto de calidez difícil de describir. No ladra, no molesta, solo observa y acepta, con una delicadeza casi humana, las muestras de afecto y alguna golosina. En el restaurante Bruma, te cuidan como si fueras de casa. Y ella, también.

 

 

Basta de charla y empecemos a comer (siempre acompañados de una selección de vinos exquisita, dejaos asesorar). Empezamos con lo que para mí es el mordisco perfecto, una gilda. La gilda del Bruma está muy equilibrada y se puede comer fácilmente de un mordisco, y la anchoa es buenísima. Por cierto, sabíais que el nombre de gilda proviene de la película Gilda (1946), protagonizada por Rita Hayworth. Se dice que a mediados de siglo XX, en un bar de San Sebastián, alguien bautizó este aperitivo con el nombre de la diva porque, como ella, era salada, picante y un poco verde. Después de esta pequeña lección de historia gastronómica, continuamos con un entrante de lo más sorprendente: unos calamares a la andaluza. No os confundáis, que aquí no son como te los esperarías; en el Bruma, este entrante clásico se sirve encima de un bloque de polenta frita (que simula el rebozado), coronado con unas cintas de calamar marinadas con limón. Si cierras los ojos, parece exactamente que coma unos calamares clásicos.

Continuamos con una versión de las gambas al ajillo, pero nada que ver con la tapa típica, y muy buena, de una piscina de aceite candente, aquí las gambas se sirven con una crema y chips de ajo y ajo negro. Os aseguro que este ajo no repite. El platillo consta de unas gambas frescas y carnosas poco hechas, una crema de ajo suave, unos toques de otra crema de ajo negro y unas chips de ajo. ¡Llega una magnífica sardina encima de una tostada con mantequilla abundante, que ya me perdonaréis, yo siempre decía que quedaba mejor con pan con tomate, pero me estoy haciendo muy fan de las sardinas/anchoas encima de una buena mantequilla, y si es ahumada, todavía mejor!

Tàrtar Foto Restaurant Bruma
Tartar / Foto Restaurant Bruma

Si el producto es bueno, cuanto menos aliñado mejor

Uno de los platos que más nos ha sorprendido ha sido el tartar de ternera. Servido con una presentación limpia y elegante, el plato apuesta por una sencillez inteligente: la carne llega aliñada solo con sal y limón, sin las típicas salsas que a menudo enmascaran el sabor de la ternera cruda. Eso permite probarla primero en su estado más puro, directo y honesto, con un punto cítrico que la refresca sin disfrazarla. En la base del plato, una salsa vitello tonnato suave y bien equilibrada —con atún y anchoa— que añade profundidad y carácter cuando la mezclas. Una combinación inesperada.

También hay que destacar los puerros a la brasa, tiernísimos, servidos con un romesco casero y avellanas tostadas por encima que aportan un contraste crujiente y delicioso. Un plato sencillo, pero que como está bien ejecutado, se convierte en mucho más de lo que parece.

El plato preferido de Nami y el de muchos clientes

Cuando a la mesa se acerca un plato de meloso de ternera aparece, exultante, Nami, la perrita del propietario, quien ya nos advierte que el meloso es el plato preferido de su compañera de cuatro patas. Con el permiso de su dueño le damos un poco, y lo prueba antes que nosotros. Rápidamente, Nami me da un golpecito en la pierna con su patita pidiendo más, así que lo pruebo yo y entiendo por qué le gusta tanto. La carne está melosa y lleva encima una salsita verde y espesa que podría recordar a un pesto. Acabaremos los salados con una cazuelita de garbanzos y una pata de pulpo tierna con regusto de brasa. Plato para comer con cuchara y no dejar ni una gota del caldo de la base.

Reencuentro con el mejor flan de la ciudad

Los postres en el Bruma son prueba de su identidad y refinamiento. El flan, que ya había probado en el restaurante hermano SOMA, es un espectáculo —y no exagero si digo que es, para mí, el mejor flan de Barcelona. Sin florituras ni acompañamientos innecesarios, llega solo y seguro, con una textura extraordinariamente cremosa y un regusto que recuerda sutilmente al queso... aunque desde cocina insisten en que no lleva. El misterio añade encanto a estos postres. Y si el flan es clásico y sublime, la otra propuesta de postres juega con la sorpresa: un 'mel i mató' con textura granulada, casi como un requesón, coronado con un crumble crujiente y unas escamas de sal gruesa que hacen estallar los sabores en boca. Dulce, fresco y salado, todo a la vez y con equilibrio. Para mí, un dúo final redondo.

Mel i mató Foto Restaurant Bruma
Mel y mató Foto Restaurant Bruma

El Bruma no es solo un lugar donde se come bien —que también—, sino un espacio donde todo parece tener sentido: la cocina honesta y esmerada, el servicio próximo, la belleza del local y aquella presencia silenciosa y fiel de Nami, que ya es parte de la casa. Aquí no hay postureo ni efectismos, sino una manera de hacer que combina sensibilidad gastronómica con calidez humana. Es de aquellos restaurantes que no solo recuerdas por lo que has comido, sino por como te has sentido. Y eso, en Barcelona, es oro.