Cuando por fin llega la temporada, el melón se convierte en la estrella de cualquier mesa. Su pulpa jugosa, su aroma dulzón y esa frescura inmediata al primer bocado nos transportan directamente al verano. Ya sea solo como postre, en ensaladas frescas o licuados, el melón es esa fruta que, a la mínima, alivia el calor y deleita al paladar. Sin embargo, disfrutarlo de verdad pasa por un detalle que pocos conocen, la forma en la que lo cortamos y conservamos puede echar a perder esta fruta tan deseada. Un paso aparentemente inocuo puede arruinar todo su dulzor y acelerar su deterioro, dejando la pulpa seca, insípida y blanda al día siguiente.
El error más común al cortar melón
En la mayoría de hogares, el melón se pela, se descorazona y se trocea directamente en cubos o bolitas para tenerlo listo en el frigorífico. El problema es que exponer toda la superficie de la pulpa al aire desata un rápido proceso de oxidación y deshidratación. Cuanto más carne queda expuesta, más humedad pierde y más se diluyen sus azúcares naturales. Esto provoca dos efectos inmediatos: la textura se vuelve menos jugosa y el sabor se apaga. Además, las enzimas presentes en la pulpa comienzan a degradar sus compuestos aromáticos, dando lugar a un ligero amargor o acidez que nada tiene que ver con la frescura original.

Por si fuera poco, los trozos de melón a menudo se apilan en un recipiente o se colocan en bolsas de plástico sin ventilación, lo que genera condensación y favorece la proliferación de microorganismos. En pocas horas, un melón perfectamente dulce puede transformarse en una masa blanda y descolorida, difícil de rescatar.
Así sí: el truco para cortar y conservar sin errores
La regla de oro es dejar el melón entero hasta el último momento. Solo así conservarás todos sus jugos y aromas intactos. Cuando vayas a comerlo, sigue estos pasos. El primero de todos es lavar la piel. Hay que pasar el melón bajo el grifo para eliminar posibles restos de tierra o microorganismos en la cáscara. Luego, córtalo en gajos o cuñas grandes. La idea es que cada pieza tenga menos superficie expuesta para que no se dañe. De la misma forma, las semillas también se retiran en el último momento y nunca es buena idea vaciarlo por completo nada más abrirlo. Finalmente, evita apoyar la pulpa directamente sobre la tabla. Apóyalo, si es posible, con el interior ligeramente levantado, para que el mínimo líquido posible entre en contacto con la superficie de trabajo.

Si el melón aún no está maduro —lo notarás porque la piel sigue con cierto tono verdoso y no cede al apretarlo—, colócalo entero en una bolsa de papel junto a una manzana o un plátano (ambas frutas liberan etileno, el gas que acelera la maduración). Mantén la bolsa a temperatura ambiente y verifica a diario hasta que el melón ceda un poco al presionarlo. Otros despistes que arruinan el melón es el hecho de cortar melones excesivamente duros o comprar piezas duras pensando en su conservación puede resultar contraproducente. Un melón demasiado firme suele haber sido recolectado antes de madurar y jamás alcanzará la dulzura ni el aroma adecuados. Tampoco es bueno amontonarlos en bolsas plásticas, ya que estas atrapan la humedad y favorecen la aparición de manchas oscuras en los puntos de presión. Esto acelera el deterioro, crea zonas acuosas y conduce a fermentaciones localizadas.
Comerlos recién sacados de la nevera
El frío inhibe la liberación de aromas y adormece las papilas gustativas, por lo que morder un melón helado equivale a un sabor insípido. Déjalo al menos 10–15 minutos a temperatura ambiente para que recupere su fragancia natural. Al final, disfrutar del melón es mucho más sencillo de lo que parece, aunque no quede muy bonito plantar un melón en la mesa, es la forma más acertada para aprovechar su dulzor natural.