Tal día como hoy del año 1905, hace 120 años, en el presidio de Portoferraio (isla de Elba, Italia), moría Carmine Crocco, quien durante la fase final de la Guerra de Unificación de Italia (1852-1864) había sido el jefe bandolero y el guerrillero mercenario más temido del Mezzogiorno italiano (el tercio sur de la península italiana). Crocco había nacido en 1830 en una casa de pastores de Rionero in Vulture (en la parte continental del reino borbónico de las Dos Sicilias), en una zona muy abrupta y montañosa de los Apeninos de la región de Basilicata (a unos 160 kilómetros al este de Nápoles).
En 1852 y en plena ofensiva de las fuerzas unificadoras de Garibaldi, fue captado por el ejército borbónico de Francisco II, pero tuvo que huir después de matar a un hombre que había agredido a su hermana (1853). Se refugió en el entorno delictivo de la región, y al cabo de poco ya lideraba un grupo de bandoleros que se dedicaban al robo, la extorsión, los secuestros y los asesinatos por encargo. Fue detenido y encarcelado (1855), pero a pesar de los crímenes que acumulaba, no solo no fue condenado a muerte, sino que —transcurrido un tiempo— le facilitaron su fuga (1859).
Giustino Fortunato, antiguo vecino de Crocco, ministro del reino borbónico y probablemente quien le facilitó su fuga, lo puso al frente de un ejército de 2.000 hombres reclutados en los ambientes delictivos urbanos, que lograron expulsar al ejército de Garibaldi de Basilicata y Apulia. No obstante, entre 1859 y 1860, Crocco impuso un régimen de terror para sostener económicamente a su contingente de bandoleros, y el rey borbónico Francisco II mandó al general catalán Josep Borges para disciplinar a las bandas mafiosas que actuaban impunemente.
Josep Borges era un antiguo militar carlista catalán, nacido en 1813 en el pueblo de Vernet, cerca de Artesa de Segre, que había luchado en la Primera y en la Segunda Guerras Carlistas (1833-1840 y 1846-1849) y que formaba parte de un grupo de oficiales carlistas catalanes que, desde el exilio de la derrota, se habían puesto al servicio del pontificado y de la monarquía borbónica de las Dos Sicilias para combatir al ejército unificador piamontés de Garibaldi. Borges se ganó la amistad y la confianza de Crocco, pero las traiciones en el campamento napolitano los condenaron al fracaso.
Borges fue capturado y ejecutado por los piamonteses (30 de noviembre de 1861). En cambio, Crocco consiguió huir a Roma y se ofreció al papa Pío IX para dirigir un regimiento pontificio. Pero el papa lo detuvo y encarceló y le imputó centenares de asesinatos (también de religiosos). Estuvo encarcelado hasta que Roma fue conquistada por Garibaldi (1861). En ese momento fue extraditado por el ejército unificador y juzgado y condenado a muerte, pero acto seguido —sorprendentemente— le conmutaron la pena capital por la reclusión a perpetuidad.