Tal día como hoy del año 1412, hace 606 años, se abría la primera sesión del Compromiso de Caspe, que reunía a tres representantes por cada una de las entidades políticas continentales de la Corona de Aragón, con el objetivo de dirimir a quién correspondía ocupar, entre las diversas candidaturas que optaban, el trono de la Corona de Aragón: es decir, el trono real de Zaragoza, el trono real de València y el trono condal de Barcelona. El Compromiso de Caspe, presentado en ocasiones como el testimonio más elocuente de la supremacía aragonesa; es, en cambio, la manifestación más patente del grado de igualdad y de independencia que cada una de aquellas entidades mantenían con respecto a las otras. En la asamblea compromisaria de Caspe, el reino de Aragón fue representado por tres compromisarios; el reino de València, también por tres; y el Principat de Catalunya, a pesar del pretendido rango inferior de su soberano, también por tres compromisarios.

El resultado llevaría a la entronización de la dinastía castellana de origen gallego de los Trastámara que, previamente, se habían enriquecido con una ambiciosa y calculada política de alianzas matrimoniales. Fernando de Trastámara era, por su fuerza económica y por su concepción castellana del poder vertical, el candidato preferido de las burguesías mercantiles de Barcelona, de València y de Zaragoza. En cambio, Jaime de Urgell, el terrateniente más rico de Catalunya y de Aragón, era el candidato preferido de las aristocracias militares y agrarias que conservaban una idea horizontal del poder de raíz feudal. Pero lo que más sorprende es la ausencia de representantes de las entidades políticas insulares. Mallorca —aunque se regía por las Constituciones catalanas— o Cerdeña y Sicilia, todas dominadas por sus aristocracias feudales, y que sumaban más del 50% de la población total, no se les permitiría enviar compromisarios.