Madrid, 16 de enero de 1716. Hace 309 años. Felipe V, primer Borbónn en el trono de Madrid, firmaba la Real Cédula de la Nueva Planta en Catalunya. El régimen foral catalán y las instituciones de gobierno catalanas que fechaban de los siglos XIII y XIV, habían sido desarticuladas después de la ocupación Borbónnica del país (1714). Pero con aquella Real Cédula, se daba el golpe de gracia definitivo al modelo confederal del edificio político hispánico —desde su creación (unión dinástica de los Reyes Católicos, 1479), hasta el final de la Guerra de Sucesión hispánica (1714-15). La Nueva Planta se convertiría en la lápida del sistema de monarquía compuesta, que al morir prematuramente no conocería la evolución histórica que lo habría transformado en un verdadero Estado confederal, en un Estado plurinacional.

Primera plana|llanura del Real Cédula que ordenaba la imposición de la Nueva Planta a Catalunya. Fuente Ministerio de Cultura (1)
Primera plana del Real Cédula que ordenaba la imposición de la Nueva Planta a Catalunya / Foto: Ministerio de Cultura

Rafael Casanova: "Por la libertad de los pueblos de España"

El 30 de junio de 1713, en las postrimerías de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1714/15), las potencias de la alianza internacional austriacista evacuaban a las últimas tropas estacionadas en Catalunya y en la península Ibérica (Convenio de L'Hospitalet). Y, una semana después, el 6 de julio de 1713, los Tres Comuns de Catalunya (el equivalente al actual Parlamento) votaban la resistencia a ultranza. A pesar de las especiales circunstancias del momento (Catalunya y las Mallorcas habían quedado solas en la guerra ante la poderosa Alianza de las Dos Coronas, la española y la francesa) aquella voluntad de resistencia a ultranza nunca tuvo un propósito independentista. Ni siquiera cuando la situación de Barcelona ya era desesperada (verano, 1714), la diplomacia catalana en Londres, Viena y La Haya propuso la independencia como primera opción.

Prueba de eso es que el 11 de septiembre de 1714, a las cuatro y media de la mañana, al baluarte de San Pedro y en el transcurso de una contraofensiva catalana; Rafael Casanova, conseller en cap de Barcelona y presidente de la Junta de Guerra (equivalente, en la práctica, a presidente de Catalunya); enarbolaría la bandera de Santa Eulalia y arengaría a los catalanes al grito "Por la libertad de los pueblos de España". La posterior capitulación de Barcelona (12 de septiembre) y la quema de la bandera de Santa Eulalia (13 de septiembre) ilustra, claramente, el objetivo último del régimen Borbónnico: liquidar la idea de una España confederal, articulada voluntariamente por las naciones que la componían. La derrota catalana de 1714 es la derrota de Catalunya y la de una idea catalana de España que se resumía en la arenga de Casanova.

Declaración de resistencia a ultranza. 06 07 1713 / Foto: Biblioteca de Catalunya
Declaración de resistencia a ultranza. 06 07 1713 / Foto: Biblioteca de Catalunya

Rafael Tristany: "Catalanes: Fe, abnegación y patriotismo, y habremos salvado el sacro depósito de nuestros Fueros. Amor, respeto y agradecimiento, y la Monarquía Cristiana, salvando España, librará Europa de la barbarie moderna"

Un siglo y medio después de la derrota de 1714, estallaba la Tercera y última Guerra Carlista (1872-1876). Carles de Borbónn plantearía aquel conflicto como la última oportunidad para instaurar una monarquía tradicionalista y, en aquel contexto de urgencias, aceptaría las históricas reivindicaciones de los carlistas de la antigua Corona catalanoaragonesa: la restauración del régimen foral. Rafael Tristany, general del ejército carlista en Catalunya que, durante buena parte del conflicto (1872-1875), controlaría la mitad norte del país, restauraría la Generalitat (1874) y proclamaría que "Catalunya, que conjuntamente con sus hermanas del norte (País Vasco, Navarra) va rescatando los pueblos del despótico yugo revolucionario, recibe la prueba de la estima (...) del rey Carlos VII, creando la Diputació General de Catalunya, con la cual devuelve al Principat su autonomía".

Pero la iniciativa del carlismo catalán encontraría la oposición no solo del régimen liberal-constitucional español —centralista y uniformista— sino que, también, la de los líderes del carlismo castellano y andaluz. Los carlistas perdieron la III Guerra porque la proclama de Tristany soltó a aquellos demonios que, durante la I Guerra (1833-1840), habían sido capaces de sacrificar la victoria, asesinando al general Zumalakárregi, el icono carlista del régimen foral. En la III Guerra, los generales liberales no aceptarían la capitulación carlista porque el objetivo de la España constitucional era liquidar por las armas un movimiento que ya no era, solo, tradicionalista, sino que había restaurado un proyecto político que amenazaba la España monolítica, de fábrica castellana, creada por los Borbones y redimensionado y alimentado por el liberalismo español.

Carles de Borbó y Austria Este y Rafael Tristany / Foto: Biblioteca Pública de Nueva York y Biblioteca Nacional de Francia
Carles de Borbón y Austria Este y Rafael Tristany / Foto: Biblioteca Pública de Nueva York y Biblioteca Nacional de Francia

Lluís Companys: "Proclamo el Estado catalán dentro de la República federal española"

El 6 de octubre de 1934 hacía poco más de tres años que había sido restaurada la Generalitat (abril, 1931); pero el triunfo electoral de la coalición involucionista formada por la CEDA, el PRR y el Partido Agrario a los comicios generales de 1933 había situado el autogobierno de Catalunya (en aquel momento, el único territorio autónomo del territorio republicano) al borde del derribo. El president Companys y su gobierno, buscando el apoyo de los autonomistas vascos, gallegos y valencianos (que, en aquel momento, debatían sus proyectos estatutarios), proclamó "el Estado catalán dentro de la República federal española"; que no era ninguna declaración de independencia, sino el intento de modificar la arquitectura política del Estado: transitar de un modelo unitario hacia un modelo federal; que pusiera fin a la maniobra de acoso del gobierno estatal en el gobierno catalán.

El gobierno central y el aparato policial, militar y judicial del Estado reaccionaron provocando una guerra urbana en Barcelona. La Generalitat y las corporaciones municipales del país fueron intervenidas y el Parlament fue clausurado. Y el gobierno catalán fue encarcelado, acusado de rebelión y de sedición, juzgado y condenado a treinta años de reclusión (junio, 1935). Pasados unos meses, la situación política se invertiría totalmente. Las izquierdas ganarían las elecciones generales (febrero, 1936) y el gobierno y las instituciones de Catalunya recuperarían su normalidad. Pero no olvidemos que el golpe de Estado que condujo a la Guerra Civil (julio, 1936) fue perpetrado por los que consideraban que el autogobierno de Catalunya (y el futuro autogobierno de Euskadi, de Galicia y del País Valencià) —la proclama de Companys— eran la peor amenaza posible a la unidad de España.

La España plurinacional no existe

La España plurinacional no existe ni existirá nunca. Nos guste o no. Porque el proyecto de una España confederal —el sueño de Rafael Casanova— que tenía que transitar de una monarquía compuesta moderna (la monarquía hispánica de los Habsburgo) a un Estado plurinacional contemporáneo (Suiza, Canadá); murió prematuramente, masacrado por el régimen Borbónico y vilipendiado por el liberalismo nacionalista español, que hace dos siglos que mea sobre su tumba. Y porque cuando han surgido iniciativas para resucitarlo (el sueño de Tristany y de Companys); la reacción castellanoespañola ha sido de una visceral brutalidad. Casanova murió en el olvido; Tristany, en el exilio y Companys fusilado. Así paga España a quien quiere introducir otras naciones que no son la castellana. La España plurinacional no existe. Ayuso tiene razón.

Caricatura del general Pavia, uno de los grandes represores del carlismo foralista / Foto: La Madeja Política
Caricatura del general Pavia, uno de los grandes represores del carlismo foralista / Foto: La Madeja Política