Tal día como hoy del año 1640, hace 385 años, y en el contexto de la crisis de los Segadores, que conduciría a la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59), se producía un movimiento de la cancillería hispánica que tenía el objetivo de dividir a las clases dirigentes catalanas e impedir una revolución inevitable. En 1635, Felipe IV y su primer ministro Olivares habían desplazado, a propósito, el principal frente de guerra con Francia al límite entre Catalunya y el Languedoc, y habían acuartelado a 40.000 tercios de Castilla en el país, los cuales se habían comportado como un ejército invasor: robaban, arruinaban, mutilaban, violaban y asesinaban a la población civil catalana con total impunidad.

A principios de 1640, la revuelta ya era inevitable. El conseller-protector Francesc de Tamarit (el principal cargo militar en Catalunya) había recuperado el castillo de Salses con un contingente catalán —formado con leva forzosa—. Pero se había opuesto a prorrogar esa leva, ya que la intención de Felipe IV era introducir al ejército de Tamarit en campos de batalla franceses, y las Constituciones catalanas prohibían que los catalanes fueran reclutados para combatir fuera de las fronteras de Catalunya. Por dicho motivo, había sido encarcelado (18 de marzo de 1640), hasta que el pueblo de Barcelona asaltó la prisión real y lo liberó (22 de mayo de 1640).

La situación se descontroló totalmente el 7 de junio de 1640, festividad de Corpus, que sería recordado como el Corpus de Sangre. Durante esa jornada, los segadores acampados en el llano de Barcelona (procedentes de la Catalunya Vella, el territorio más castigado por los crímenes del ejército hispánico) y el pueblo de Barcelona asaltaron las casas de los jueces y fiscales de la Real Audiencia (que con su prevaricación habían contribuido a encender ese conflicto) y del virrey hispánico, el conde de Santa Coloma. Aquella revuelta se saldó con el asesinato de varios personajes del aparato judicial hispánico, y el del virrey, que algunos historiadores contemporáneos catalogan como un crimen de falsa bandera.

Con el cadáver de Santa Coloma todavía caliente, el rey hispánico Felipe IV nombró a Enrique de Aragón-Cardona-Córdoba, que en su calidad de 6.º duque de Cardona —la casa aristocrática más poderosa del Principat y condados— era el jefe del estamento nobiliario de Catalunya. Con este nombramiento, pretendía dividir el brazo nobiliario catalán, uno de los tres estamentos del poder (junto con los brazos civil y eclesiástico), y desactivar una revolución que, tras cinco años de política contra Catalunya, ya era inevitable. El Dietari de la Generalitat consigna que Cardona llegó a Barcelona el 19 de junio de 1640, hace 385 años, con el nombramiento real bajo el brazo.

Cardona, conocedor de la realidad catalana y consciente de la gravedad de la situación, buscó —de inmediato— una salida negociada. Pero su iniciativa disgustó a Felipe IV y Olivares, que querían resolver aquella crisis con una derrota total de Catalunya y con el encarcelamiento y la incautación de bienes de todos los dirigentes políticos catalanes. Mientras la tensión escalaba, Cardona murió en Perpinyà, de un modo sospechosamente extraño (como su antecesor Santa Coloma), tan solo treinta y tres días después del nombramiento (22 de julio de 1640), mientras recababa información sobre los crímenes que los oficiales del ejército hispánico habían cometido contra la población civil catalana.