Tal día como hoy del año 801, hace 1.222 años, el emperador Carlomagno nombraba a Berá primer conde carolingio de Barcelona. Este nombramiento se hacía efectivo ocho meses y medio después de la entrada del ejército carolingio en Barcelona (4 de abril de 801), que se había producido de forma pactada. La población de la ciudad (de cultura latina, de religión cristiana y de etnia hispanorromana) había presionado la guarnición árabe para rendir la plaza y para abrir las puertas de la muralla. A cambio, las élites civiles de Barcelona se habían comprometido a interceder ante el mando carolingio para garantizar una salida de los árabes sin derrame de sangre.

Berá, el nuevo delegado del poder central carolingio, era un producto del exilio que se había producido durante la invasión árabe del cuadrante nordoriental peninsular (provincias de la Tarraconense y de la Narbonense). Aquel exilio se había establecido en los dominios meridionales del reino de los francos (717-723) y, posteriormente, durante la empresa carolingia de recuperación del territorio (757-801) había formado parte de los ejércitos de Carlomagno. Berá era hijo del conde Guillem de Tolosa (delegado del poder franco en el valle medio del Garona y descendiente de la élite del exilio que se había mestizado con las oligarquías de la tierra de acogida).

El origen carolingio del estado cristiano catalán-languedociano (la llamada Marca de Gotia) tendría una importancia primordial. Mientras que las oligarquías de los estados cristianos peninsulares (Aragón-Navarra-Castilla y León-Asturias-Galicia) fabricaron una ideología "hispanista" para legitimar su existencia (la ambición de restaurar el estado hispano-visigótico que había colapsado el año 711, con la invasión árabe); las élites de la Marca de Gotia, de fábrica carolingia, siempre tuvieron su mirada orientada hacia el norte (hacia el núcleo del mundo franco). Una clara manifestación de estas ideologías opuestas sería la rápida penetración, en Catalunya, de la escritura y de la liturgia carolingias.