Tal día como hoy del año 1975, hace 50 años, en el Palacio del Pardo —en Madrid—, moría Francisco Franco Bahamonde, general en jefe del ejército español y jefe del Estado español durante el régimen dictatorial nacionalcatólico que había ganado el poder a través de una Guerra Civil (1936-1939) que se saldó con un millón de muertos. Franco murió oficialmente el 20 de noviembre de 1975, coincidiendo con el 39.º aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera —fundador y primer líder de Falange—. Pero una parte de la investigación historiográfica pone en cuestión que el 20 de noviembre de 1975 sea la verdadera fecha del deceso de Franco, y apuntan que el dictador podría haber muerto hacía semanas, pero el poder del régimen mantenía la versión de que aún estaba vivo mientras se ultimaba el relevo al frente de la jefatura del Estado.
Durante 36 años (39 en aquellos lugares donde había triunfado el golpe de Estado que provocaría la Guerra Civil), Franco había gobernado el país de forma personalista y autoritaria. Había reforzado su posición y su poder con una estrategia muy simple pero muy efectiva: observar sin intervenir cómo sus rivales se desangraban en luchas intestinas, y aparecer en el momento justo, con su porte marcial, para imponer su orden y su autoridad. Durante la II Guerra Mundial (1939-1945) no fue “el hombre de Hitler” en España, porque el dictador alemán lo consideraba un personaje mediocre y habría preferido a Serrano Suñer para dirigir España. Pero, en cambio, a partir de los convenios hispano-norteamericanos (1953) sí que fue “el hombre de Washington” en España.
Durante su gobierno dictatorial (1939-1975) se desplegó una terrible represión contra cualquier forma de disidencia al régimen nacionalcatólico. El autogobierno de Catalunya y la lengua y la cultura catalanas, y cualquier manifestación de catalanidad, fueron prohibidas, proscritas y perseguidas. También, durante su gobierno se vivió una larga posguerra de privaciones y precariedades (1939-1953), con una durísima represión contra la población derrotada (más de 20.000 muertos solo en las cárceles catalanas) y con episodios de hambre y epidemias mortales. No obstante, cuando parecía que el régimen de Franco ya no podía sostenerse, la administración norteamericana firmó un convenio que rompió el aislamiento internacional (1953) y que reforzó su figura y su autoridad hasta su lecho de muerte. Jamás pagó por sus crímenes.