Al cumplirse este domingo los seis meses de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el único balance que puede realizarse es que está poniendo en práctica todo lo que llevaba en su programa electoral y que nadie, o muy pocos, creía que fuera capaz de hacer. Trump ha pasado de ser un aspirante a presidente megalómano a controlar el mayor imperio del planeta y ponerlo patas arriba con signos preocupantes de buscar una república semiautoritaria en que los contrapesos de las democracias liberales desaparezcan. Así, ha limitado competencias del Congreso en beneficio de la Casa Blanca haciendo uso de la mayoría republicana de la que dispone o ha limitado las competencias del poder judicial al conseguir que el Tribunal Supremo restrinja los poderes de los jueces federales.
No se ha limitado a eso: ha cerrado agencias federales y ha pleiteado con universidades tratando de imponer su criterio, como es el caso de su litigio con Harvard donde prohibió inscribir alumnos extranjeros en una lucha de su administración, y a la que ha retirado los fondos federales por sus ideas progresistas y antisemitas. De estas acusaciones de Trump tampoco se ha librado otra prestigiosa universidad, la de Columbia, fundada en 1957 y con sede en Nueva York, conocida igualmente por su excelencia académica y sus rigurosos requisitos de admisión. Nada de eso parece preocupar a Trump que, a diferencia de su anterior mandato en la Casa Blanca (2015-2019), tiene perfectamente claro el guion que debe cumplir para acabar con la herencia recibida, que arranca en muchos casos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, tanto en el plano interior como en el exterior.
Si fuertes y traumáticos —recortes sociales o política migratoria— han sido algunos movimientos en política interior, la verdadera batalla la ha protagonizado en su política exterior. Llegó como el abanderado de una reconversión de la Rusia de Putin, con el que presumía de tener una buena relación personal, y ha fracasado absolutamente. Ha abierto una guerra arancelaria con sus socios históricos en Occidente y también con el resto del planeta de la que ha reculado en varias ocasiones y temporalmente, pero mantiene posiciones enormemente beligerantes y ha provocado una implosión de la OTAN como fuerza de defensa occidental exigiendo aportaciones desproporcionadas entre amenazas y chantajes.
No hay ningún indicio de que vaya a rectificar sus políticas y lo más probable es que mantenga sus ejes de confrontación, autoritarismo e intolerancia
Tiene a su favor, hasta el momento, que la economía norteamericana ofrece signos positivos, aunque muchos empleos son en precario, la inflación no da su brazo a torcer y veremos si el segundo semestre sigue manteniendo el optimismo y el crecimiento de los mercados bursátiles no se tuerce. Ahí, en todo el paquete económico, tiene el inquilino de la Casa Blanca uno de sus principales talones de Aquiles. Su batalla con el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, al que ha insinuado que piensa despedir, daría paso a una situación desconocida y preocupante. Ya el pasado mes de abril, al inicio de la crisis de los aranceles, Trump se vio obligado a recular ante el desplome bursátil y la ebullición de su base electoral, familias blancas, con edad superior a la media y con importantes ahorros en los mercados de valores.
¿Cómo será el Trump de los próximos seis meses? No hay ningún indicio de que vaya a rectificar sus políticas y lo más probable es que mantenga sus ejes de confrontación, autoritarismo e intolerancia. Como algunos pregonan en Washington, un progresivo abandono de las pautas de un presidente convencional que respeta las normas democráticas y que trata de comportarse como un monarca de tiempos pasados.