El Partido Popular es el gran ganador de las elecciones generales celebradas en España este domingo. Mariano Rajoy lo es en términos aritméticos y también en el plano político. El PP ha demostrado un nivel de resistencia alto, más alto del que muchos se podían imaginar, empezando por las diferentes casas de encuestas a pie de urna, que difundieron unos datos por las televisiones y que han fracasado estrepitosamente. El quietismo como fórmula política le ha funcionado al PP y es obvio que si los populares salieron del 20-D sin opciones para retener el Gobierno español hoy casi tienen todos los números para mantenerse y la única incógnita es, en todo caso, la del candidato.

La otra cara de la moneda, la de la derrota, tiene también nombre y apellidos: Pablo Iglesias, el máximo dirigente de Podemos. Su resultado queda muy lejos de las expectativas generadas durante toda la campaña y su estrategia política se ha demostrado enormemente corrosiva para la izquierda. Impidió a Pedro Sánchez ser presidente del gobierno la pasada primavera con demandas en las que no creía y con el único objetivo de hacer descarrilar el proyecto socialista y ocupar su lugar. Su avaricia sin límite le coloca hoy en una posición imposible: tendrá que negociar con la cabeza gacha con los socialistas si es que está a tiempo y pasará a la historia como el hombre que desde la nueva izquierda consolidó al PP en el gobierno de España. Todo un récord en tan solo seis meses.

El tercer agente político de la noche es el independentismo catalán. Como el pasado mes de diciembre ha afrontado los comicios en unas condiciones ambientales extraordinariamente difíciles. Ausente de los medios de comunicación, especialmente de las televisiones pero también de la prensa escrita; con buena parte de su electorado muy desorientado por los cambios de ritmo en el proyecto que ganó las elecciones catalanas el pasado 27-S; y con el factor CUP torpedeando siempre que ha podido las iniciativas conjuntas de Esquerra y Convergència. Las dos formaciones retienen sus 17 escaños y no hay cambios en la distribución, nueve para los republicanos y ocho para los convergentes. Aquí también las encuestas hicieron un estropicio ya que en el inicio de la noche las previsiones eran de 11-12 para ERC y de 5 para CDC. Para los primeros el resultado es agridulce y para los segundos agua bendita.

No son, obviamente, estos los únicos titulares de la noche electoral, pero quedan lejos de los tres más importantes. Hay que reseñar los diputados logrados por Pedro Sánchez, que aunque retrocede retiene la segunda posición en el mapa político español. Su gran rival Susana Díaz sale debilitada a Andalucía, cosa que alivia en estos momentos al secretario general del PSOE. Por cierto, la campaña anticatalana de la líder andaluza no le ha dado rédito político y quizás sea porque el anticatalanismo únicamente le funciona al PP. En cualquier caso valdrá la pena retener en el futuro el lenguaje soez e insultante que Díaz ha empleado.

Un último apunte para los ganadores en Catalunya, En Comú Podem. Si la campaña dura algo más de tiempo sus dirigentes habrían entrado en tantas contradicciones como renuncias electorales han tenido que hacer. El más grave, el del referéndum en Catalunya que ha ido basculando como una peonza de línea roja a un color indeterminado que en palabras del cantante/político Lluís Llach se podría parecer al marrón merda d'oca. Los frenazos en seco, en política se pagan. Como ha pagado el PSC en Lleida su pacto con Ciudadanos y sus renuncias catalanistas, empezando por la lengua. Por primera vez desde las elecciones de 1977, los socialistas catalanes no tienen diputados en una provincia catalana. ¿Y Ciudadanos? Una posición residual en España que les hace prescindibles para todo. Por cierto, en Catalunya quedan últimos.