Con la visita a escondidas de los Reyes a Barcelona para entregar el Premio Cervantes al poeta Joan Margarit, la monarquia española completa la gran metáfora de lo que está siendo su relación con Catalunya: un viaje a cualquiera de las 41 comarcas solo lo puede realizar en secreto. La Corona ha aceptado la realidad y en uno de sus actos más emblemáticos a lo largo del año, como es la entrega del Premio Cervantes, solo se ha reunido un reducidísimo grupo de personas alrededor de Felipe VI, Letizia y el premiado en un encuentro privado y deslucido que solo se conoció una vez los monarcas abandonaron el palacete Albéniz y Barcelona. Fue un acto sin prensa, sin invitados, sin cámaras, en definitiva, sin ceremonia, pese a tratarse de un premio emblemático —creado en 1976, hace 44 años— que pretende distinguir la labor creadora de escritores hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española.

No debe haber un precedente de una situación como esta que no hace sino reflejar la fragilidad de la institución. Tradicionalmente, la entrega del premio se realiza el 23 de abril en la madrileña Universidad de Alcalá de Henares. La Covid obligaba a un replanteamiento, ciertamente, pero no a un acto clandestino sin publicidad alguna y que solo se explica en base a las protestas ciudadanas que se producen cada vez que viajan a Catalunya. Además, el Govern y el Parlament han llevado a cabo en los últimos años iniciativas para expresar su rechazo a la monarquía española como forma de Estado y su voluntad de convertirse en una república independiente. Además, Felipe VI abordará esta semana una importante prueba, ya que las miradas de la clase política y de los medios de comunicación están puestas en el discurso de Navidad que ofrecerá el día 24 y de cómo abordará, y si lo hará, la excepcional situación que se produce con su padre huido de España desde el pasado mes de agosto.

La corrupción en el epicentro de la familia real deja a la monarquía española en su mayor descrédito desde la restauración de la institución tras la muerte del dictador. Ya no es el caso de los elefantes de Botswana de abril de 2012, del cual, mirándolo por el retrovisor, solo han pasado algo más de ocho años. Un tiempo suficiente para que se abriera en canal el comportamiento ético y político primero del ahora rey emérito y más tarde de toda su estirpe. No hay semana que no se conozcan detalles sobre casos de corrupción en los que aparece Juan Carlos I salpicado y que, por su propia idiosincrasia, acabe teniendo repercusiones en la familia real. El último episodio de las tarjetas black y la regularización fiscal con Hacienda en la que aparecían implicados varios de sus nietos es un ejemplo de cómo las ramificaciones se extienden a varios miembros de los Borbón.

El acto opaco y oculto del Cervantes señala, además, las dificultades del jefe del Estado para moverse por una parte del territorio español. En buena medida, Catalunya la perdió aquel 3 de octubre de 2017 con aquel discurso que le alejó definitivamente de la sociedad catalana y le situó como un monarca imperturbable ante la violencia policial y el deseo muy mayoritario de los catalanes de votar aquel 1 de octubre. La represión y las condenas impuestas por el Tribunal Supremo no han hecho más que ensanchar un abismo que solo superaría una ley de amnistía de la que el gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no quieren ni oír hablar ya sea por miedo al deep state o porque no han comprendido nada sobre Catalunya.