Ya en la noche electoral del pasado 14 de febrero me aventuré a señalar que la negociación para la confección del nuevo Govern en Catalunya no iba a ser rápida y, además, iba a ser enormemente farragosa. Hoy, nadie escapa a esta reflexión e incluso el único aspirante posible a presidir la Generalitat, el candidato de Esquerra Republicana, Pere Aragonès, en el marco solemne de una conferencia pública  ha hecho un llamamiento a sus posibles aliados para superar contradicciones y evitar la temeridad de una repetición electoral. Puede ser que este haya sido el último emplazamiento a los comunes para que dejen de vetar a Junts per Catalunya como integrante del futuro Ejecutivo. Sin los 32 escaños de la formación de Puigdemont, Sànchez y Borràs no hay manera de ligar una mayonesa lo suficientemente sólida que aguante lo que en estos momentos debería ser condición imprescindible: un Govern estable que no únicamente dé el pistoletazo de salida a la legislatura, sino que tenga voluntad de completar los cuatro años que debería durar.

La lentitud en los avances en las negociaciones entre ERC y Junts es más que evidente mientras los primeros avanzan con la CUP en el terreno social y los segundos lo hacen en lo que se podría denominar propuestas identitarias. Pero que nadie se engañe: los votos de la CUP son imprescindibles para que la investidura pueda salir adelante, pero ni ERC ni Junts se mueren de ganas de tenerlos ni en la presidencia del Parlament ni muchos menos en el Govern. Otra cosa es que ninguna de las partes lo verbalice. Pero el reloj va corriendo, y si para la sesión constitutiva del Parlament había 20 días hábiles desde la celebración de las elecciones —hasta el 12 de marzo— y para que el president o presidenta del Parlament proponga a la Cámara un candidato oficial a la investidura otros diez días —hasta el 26 de marzo apurando todos los plazos— ya casi se ha completado la mitad de los días que estaban disponibles el 14-F... y aún se está en la fase de la hoja de ruta del nuevo Govern y cómo casar qué es lo que se va a hacer de acuerdo con los programas electorales de Esquerra y Junts. Por delante, dos escollos: el qué y el cuándo o también el hasta cuándo en cuestiones como, por ejemplo, la evaluación de los resultados de la mesa de diálogo.

Encallados como parece que están por su silencio y discreción absoluta, los días del calendario van cayendo y se corre el riesgo de convertir en una especie de ruleta el desenlace de las negociaciones. Ambas partes quieren resolverlas bien, sobre todo porque los resultados del 14-F fueron excepcionales para el independentismo y con el 52% de los votos y 74 de los 135 escaños en juego convocar de nuevo a los catalanes a las urnas por desacuerdos internos solo beneficiaría al PSC. Esquerra, que como es lógico marca el ritmo de las negociaciones, deberá despejar antes del viernes la ecuación de la presidencia del Parlament que, en una repetición milimétrica de la legislatura pasada, correspondería a Junts. Cerrar esta cuestión de una manera u otra será el primer indicio de si el arranque de la legislatura coge ritmo o, por el contrario, se estanca. En cualquier caso, es evidente que algo falla cuando en el calendario el tiempo transcurrido se acerca al 50% y en los acuerdos se está, si se pudiera tasar, no más lejos del 10%. Aunque es verdad que si los negociadores consiguen desbloquear la hoja de ruta, la velocidad de crucero será otra.

Resumiendo: es probable que a estas alturas Esquerra y Junts ya sepan que no hay escenarios alternativos de acuerdo, ni tampoco plan B que no sean unas nuevas elecciones. Otra cosa es que aún están muy lejos de ver el final del plan A y de un acuerdo, en palabras de Aragonès en su conferencia de este jueves, "sólido, honesto y generoso".