En los meses que siguieron a las elecciones generales fallidas de mayo del pasado año y que, finalmente, tuvieron que repetirse en diciembre, el ganador de los comicios y candidato a la reelección cimentó una frase entre sus colaboradores que estos días vuelve con fuerza: "Necesito una mayoría de investidura; gobernar es otra cosa, ya que a diferencia de lo que le sucedió a Mariano no habrá una mayoría parlamentaria para ganar una moción de censura". Ninguno de los tres partidos que podían facilitarle gratis la investidura -PP, Ciudadanos y Podemos- estaban dispuestos a hacerlo y así la legislatura no nata naufragó en unos pocos meses.

Una mayoría de investidura. Esta era y sigue siendo la clave. Pedro Sánchez tiene un gobierno con Podemos que le importa lo justo, mucho porque no tiene alternativa y bastante menos si la tuviera. ¿Y en el Parlamento, qué decir? Logra la investidura con la abstención de Esquerra y Bildu y el compromiso escrito -2 de enero- con la formación de Oriol Junqueras de "crear una mesa de diálogo, negociación y acuerdo entre Gobiernos para la resolución del conflicto político" y "superar la judicialización conflicto". Algo más de dos meses después -14 de marzo- decreta el estado de alarma y aprovecha para armar un mando único y fulminar las autonomías. No ha habido otro poder que el suyo, ha jugado al ratón y el gato con las prórrogas del estado de alarma, cambiando de aliados sin inmutarse con tal de pagar el peaje más barato. Hace quince días se abrazó a Ciudadanos por primera vez y ahora lo ha vuelto a hacer.

Los votos ya le salen pero siguen abiertas las negociaciones con ERC y Bildu con el objetivo desde Moncloa de reducir el bloque del no. Antes del sí de Arrimadas, el aroma era de un retorno a la mayoría de la investidura de Sánchez. Ahora, después de que Arrimadas haya asegurado que el acuerdo con el PSOE incluye la paralización de la mesa de diálogo entre gobiernos, -algo que el ejecutivo de Sánchez niega- es algo menos seguro. Sobre todo, porque la credibilidad de Sánchez cotiza en la zona baja del suspenso.

Pero, a diferencia del cantante portorriqueño Ozuna y el estribillo de su pegadiza canción Baila, baila, baila, que el artista dedica a una chica que ha tenido un desengaño amoroso y en la que le anima a divertirse, mientras le repite Baila, baila baila/ Ponle música, pa' que esto no pare aquí, en la vieja política de Sánchez, solo baila él. Sus parejas políticas -estables, provisionales o simplemente puntuales- están siempre en riesgo. Me recuerda a aquella frase que repite Jordi Basté cuando hace actos públicos fuera del estudio de Rac1: primer que arriba, primer que seu. Y es que con Sánchez solo él tiene silla fija. Los demás son siempre rotatorios.

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