La política española va a celebrar el próximo día 21 unas elecciones autonómicas en Extremadura en las que poco más de un millón de habitantes pueden acabar decidiendo el destino de Pedro Sánchez. En un terreno tan fértil como el extremeño para los intereses socialistas —han gobernado desde 1983 hasta 2011 y desde 2015 a 2023—, el PSOE se arriesga no solo a tener un resultado imposible para recuperar la presidencia que perdió hace algo más de dos años, aunque entonces ganó las elecciones por unos miles de votos al Partido Popular, sino a hacer simple y llanamente el ridículo. La popular María Guardiola le llega a sacar en algunas encuestas hasta diez puntos al candidato socialista, y aunque los sondeos no le dan la mayoría absoluta, le vaticinan más escaños que la suma de la izquierda extremeña, PSOE y Unidas Podemos.

El PP no logrará, seguramente, la absoluta, porque la fuerza de Vox es ascendente, una constante en autonómicas, municipales y españolas, produciéndose un fenómeno enormemente distorsionador: sube enormemente la derecha frente a la izquierda, pero el auge de la ultraderecha condena a los populares a pactos incómodos con los de Abascal. Pero la gran pregunta es la siguiente: ¿cómo es posible que en un granero tan repleto de votantes socialistas como Extremadura, en el que han gobernado 36 años de los 42 en los que ha habido gobierno autonómico, el desplome haya sido abrupto? Porque los más jóvenes no recuerdan los años de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, aquel barón socialista que de cada dos palabras una era contra Catalunya, sin perdonar críticas a los suyos, incluido Pasqual Maragall, al que llegó a calificar de cretino.

Veremos todo ello como acaba quedando en Extremadura, que puede acabar siendo la espoleta que lo haga saltar todo, con los barones socialistas en un evidente estado de nervios, cuando no de pánico

Tres son las razones de la caída socialista: la primera, la dependencia del PSOE y de Moncloa. Hoy la imagen socialista está ligada a la corrupción, y Sánchez, en vez de hacer ganar votos, es un factor que lo que hace es restar. En segundo lugar, la capacidad de atracción del PSOE hacia cualquier conflicto, sea el tipo que sea. El último caso ha sido cómo se ha gestionado el caso de Paco Salazar y las denuncias de acoso sexual que ha tenido. Primero se intentó tapar, después meterlo en un cajón y no resolverlo, hasta que el caso ha estallado de la peor manera posible al ser Salazar un hombre de confianza de Sánchez. El caso aún está pendiente de llegar a la Fiscalía, como piden muchas mujeres del PSOE; quizás la única solución para que Moncloa de imagen de transparencia. Por en medio se ha cesado a un colaborador de Salazar, Antonio Hernández, director del departamento de Coordinación Política en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno.

El tercer error del PSOE en Extremadura ha sido designar un candidato manchado por la corrupción, y no uno cualquiera, sino vinculado al hermano de Pedro Sánchez. Es evidente que peor no se podían hacer las cosas y que todo parece responder a un cúmulo de favores para que ninguno de los implicados acabe hablando. Así se hizo en el pasado, protegiendo a Koldo, después a Ábalos y más adelante a Santos Cerdán. Eso a medida que emergen nuevos escándalos y los socialistas pasan a llevar tanto plomo en las alas que cualquier movimiento es peor al anterior. Veremos todo ello como acaba quedando en Extremadura, que puede acabar siendo la espoleta que lo haga saltar todo, con los barones socialistas en un evidente estado de nervios, cuando no de pánico.