Una vez más, un gobierno de la Generalitat, en este caso el del PSC, ha tenido que dar explicaciones por los malos resultados en las pruebas de competencias básicas de primaria después de que los alumnos de 6º, o sea, los que tienen 11 años, obtuvieran peores notas este año en comparación con el curso 2023-24.  El retroceso se ha producido en lengua catalana, matemáticas y en el ámbito de ciencia, tecnología e ingeniería. Parece que se ha convertido en un estándar educativo en Catalunya que en todas las presentaciones del Departament d'Educació se informe, una vez al año, que nuestros alumnos de primaria siguen yendo hacia atrás. Los alumnos de 4º de ESO, de alrededor de 15 años, han empeorado en castellano, inglés y en competencia científico-tecnológica. Las predicciones de la consellera d'Educació i Formació Professional, Esther Niubó, que remontar los pobres resultados que se han ido acumulando no será fácil, se han cumplido. Y la cuestión es qué más se piensa hacer para revertir la situación.

Como la caída que se ha ido produciendo desde 2015 afecta a varios presidents —cinco en los últimos diez años— y a un número de consellers del ramo aún —y sorprendentemente— más alto, siete, hay una responsabilidad compartida de las principales fuerzas políticas. Tampoco ha ayudado que siete consellers en diez años no pudieran desarrollar una política educativa y que no se les puedan exigir muchas responsabilidades individuales. La actual, por ejemplo, está en el cargo desde agosto del pasado año, pero su antecesora, Anna Simó, estuvo catorce meses, y el anterior, Josep Gonzàlez Cambray, 25 meses. Así no hay política educativa que se pueda realizar, máxime si lo que se acaba haciendo es una política de partido más que de país. Ya sé que no hay president que no haga bandera de querer mejorar los resultados escolares pero, al final, las estadísticas son más realistas que las promesas y no se consigue salir del pozo y enviar un mensaje positivo al conjunto de la sociedad, y muy especialmente a padres y educadores.

Es necesario que a la escuela se vaya a aprender, se recupere la cultura del esfuerzo y no dé miedo aspirar a la excelencia para salir de la mediocridad

Cuesta, seguramente, abordar la evidencia: es necesario que a la escuela se vaya a aprender, se recupere la cultura del esfuerzo y no dé miedo aspirar a la excelencia para salir de la mediocridad. Hemos pasado décadas defendiendo oficialmente que el aula era un espacio de diversión y de distensión de otro tipo de problemas y la transmisión de conocimiento no era la columna vertebral de la educación. Confrontarse con el pensamiento políticamente correcto era imposible porque se estresaba a los niños y, en consecuencia, no había ninguna necesidad de formarse. El resultado de esa política educativa buenista a la vista está: un fracaso, después otro fracaso y finalmente un nuevo fracaso. Hacía falta ser ciego para ver que la educación tal como está concebida hoy no lleva a ningún sitio y no hace a nuestros niños y jóvenes mejores. Los alumnos van superando cursos en medio de medidas tan laxas que los problemas se acaban viendo en los cursos superiores, cuando ya no se puede hacer nada.

La reciente polémica sobre las faltas de ortografía en las pruebas de selectividad y la decisión inicial de que no contaran para la puntuación final obedecía a ello. Es cierto que fue corregido, en parte, pero la metedura de pata y el mensaje que se enviaba allí quedó. Entonces, lo mejor sería no engañarse. Se tiene que enmendar el sistema en su conjunto y no ir poniendo parches para responder a unas estadísticas o aplacar la ira por una información determinada. Mientras no se haga así, seguiremos yendo hacia atrás, aunque siempre se pueda presentar un dato puntual como bueno. Incluso, puede haber algún indicador que se presente como un cambio de tendencia. Pero será engañarse. El problema está en la raíz: la autoridad del maestro, la exigencia educativa, el retorno a la formación por encima de pasar un buen rato en el colegio. El que sea capaz de poner el cascabel al gato quizás no recibirá aplausos, pero hará algo mucho más importante: revertir la pésima imagen que estamos dando.