Hay que ver cómo cambian las cosas en política en una semana. Y si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez. El pasado domingo se quedó con la miel en los labios que le había puesto José Félix Tezanos, su gurú de cabecera instalado en la presidencia del CIS, una vez se supieron los resultados de las elecciones en Galicia: mayoría absoluta del PP y descalabro del PSOE, que firmó su peor resultado en unas autonómicas con tan solo nueve escaños y el 14% de los votos. Eso fue el domingo. A las pocas horas le estalló a Sánchez el caso de corrupción más grave desde que está en el Gobierno, ya que afecta directamente a uno de sus ministros durante la época de la pandemia, el de Transportes, José Luis Ábalos, quien compatibilizaba este cargo con el de secretario de organización del PSOE.

Con Ábalos en el ojo de huracán y la Moncloa empujándole a abandonar el escaño para soltar lastre como sea —por un lado, le aprieta la vicepresidenta Montero y, por otro, los medios considerados afines—, aparece un oscuro personaje, de nombre Koldo García, que era mucho más que la sombra del ministro. De hecho, el tal Koldo llamaba en nombre suyo, colocaba a su familia en las empresas públicas del ministerio y había prosperado tanto que en pocos años había pasado de portero de un prostíbulo a consejero de Renfe y vocal del consejo de Puertos del Estado. Su sueldo de cien mil euros anuales le debía parecer insuficiente y de ahí que utilizara su cargo para mediar en la compra de mascarillas en los primeros momentos de la pandemia. No lo hizo gratis y su patrimonio ha crecido más de 1,5 millones tras la pandemia.

Con Koldo ya señalado por la investigación judicial, Ábalos en el banquillo de la opinión pública, que no podrá resistir mucho tiempo, el nuevo frente de la corrupción es un problema añadido a la inestable legislatura de la política española. Sánchez necesita, como aquellos náufragos en el océano, una tabla a la que agarrarse. Cierto que no debe haber un gato que tenga tantas vidas como él, pero, quizás, empieza a saber que como no estabilice con urgencia la legislatura, se puede acabar encontrando sin haber llegado a tierra firme y sin tabla alguna en la que poder sujetarse.

El nuevo frente de la corrupción es un problema añadido a la inestable legislatura de la política española; Sánchez necesita, como aquellos náufragos en el océano, una tabla a la que agarrarse

La amnistía era un puente de plata perfecto, pero el lío en que se metió la Moncloa con el tema del terrorismo y de la traición, introduciendo una inexistente doctrina europea, ha mantenido hasta la fecha el bloqueo y la solución a la ley. Ahora, tras la derrota del Gobierno, propiciada por Junts que no le dio los votos, la ley ha vuelto a la comisión de Justicia, que tiene un nuevo plazo para volver al pleno de la cámara que finaliza el 7 de marzo. Todo ello, en medio de las maniobras de la judicatura, con el titular de la Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón, y el juez de Barcelona Joaquín Aguirre como arietes.

Aunque las posturas parecen irreconciliables y, en consecuencia, alguien tendrá que ceder si la ley tiene que salir adelante, el PSOE puede haber encontrado una vía inesperada en el informe que ha elaborado la Comisión de Venecia, órgano consultivo del Consejo de Europa, que señala que ningún país excluye de sus leyes de amnistía los delitos de terrorismo. En un estudio comparativo que ha analizado la legislación en los 56 estados que forman parte, entre los cuales hay unos quince de fuera de Europa, solo Brasil y Kirguistán dejan fuera los delitos de terrorismo de la amnistía.

El gobierno de Sánchez tiene ya la palanca que necesitaba para corregir el rumbo mantenido hasta la fecha. El clavo ardiendo existe. Es lo contrario de lo que defendía la Moncloa, pero eso será lo menos importante si quiere coger un camino diferente. Habrá que estar muy atentos.