El Barça ha vuelto. Y lo ha hecho por la puerta grande, como nadie podía esperar hace tan solo doce meses. Ya se puede realizar el balance de la temporada que había quedado aplazado tras la victoria del Barça frente al Real Madrid (4-3) en Montjuïc del pasado día 11 y que dejaba en bandeja el título para los azulgranas, a expensas de una victoria como la de este miércoles en Cornellà frente al Reial Club Deportiu Espanyol. El final de curso otorga una matrícula al equipo de Hansi Flick que no llega al 10 porque el fútbol tiene también su parte de injusticia y el equipo no podrá estar el 31 de este mes en Múnich, como hubiera sido justo, disputando la final de la Champions. Pero el Barça ha vuelto. Y lo ha hecho sin renunciar a nada ni a su estilo de juego, con futbolistas de la Masia y con un grupo cuyos miembros, asombrosamente jóvenes, sienten los colores de una manera muy poco habitual en el fútbol profesional de élite. Hoy son una gran familia y este es el valor más grande a preservar en el futuro para marcar una época como antes lo hicieron, en otro momento de la historia, los Messi, Xavi, Iniesta, Piqué, Alba, Busquets, Alves, etcétera. Que a su vez habían recogido el testigo de Ronaldinho, Eto'o, Puyol, Víctor Valdés, Márquez, Deco, Larsson, Belletti…
Hay una línea de continuidad de la historia y también hay una manera de entender el barcelonismo y la catalanidad. El club como representante de la ciudad y embajador del país ante el mundo. Esta comunión la representan perfectamente un entrenador alemán, Hansi Flick, que con una rapidez sorprendente ha entendido en la primera temporada dónde estaba, lo difícil que era hacer campeón al Barça, que siempre tiene más cosas en contra que a favor en el terreno de juego y en los despachos. No ha hablado catalán, pero ha entendido más Catalunya que otros que han nacido aquí. No ha necesitado la lengua para ganarse el corazón de una afición. Jogo bonito, que decían Neymar y Ronaldinho, y que en este teatro de las vanidades que es un terreno de juego han protagonizado muchos jóvenes, y unos pocos no tanto, con Lamine Yamal al volante, como nuevo galáctico planetario y en condiciones de ganar el balón de oro con tan solo 17 años. Y, a su lado, un talento como Pedri al volante de un coche de carreras que hace tan solo doce meses parecía un inservible utilitario.
Sería injusto hablar solo de Lamine y Pedri, ya que la gran diferencia con otros clubs que han fracasado esta temporada es la comunión que ha habido entre la plantilla —de Raphinha a Cubarsí y Balde o de Iñigo a Lewandoski y Ferran Torres— frente a las individualidades, por ejemplo, del Real Madrid. En una conmemoración de un título en el ayuntamiento, el presidente fallecido Josep Lluís Núñez le dijo al alcalde de Barcelona, que en aquella época era Joan Clos, que "Barcelona es la ciudad que lleva el nombre de nuestro club". Fue uno de sus clásicos lapsus dialécticos que en aquella época tanto servían en los programas de humor. Pero Barcelona y Catalunya serían otra cosa si el Barça no fuera lo que es y no representara sus mejores valores, entre ellos, la catalanidad. Algo a lo que no se ha renunciado por más intentonas que ha habido para que no fuera así: la lengua oficial es la catalana, la comunicación oficial es en catalán, el brazalete de capitán es la senyera y la simbiosis entre el Barça y Catalunya es total. La catalanidad del club es innegociable y se puede ganar perfectamente siendo así, con estos valores y sin que se tenga que poner una vela a dios y otra al diablo, como muchos querrían.
Barcelona y Catalunya serían otra cosa si el Barça no fuera lo que es y no representara sus mejores valores, entre ellos, la catalanidad
El Barça enfila el retorno al estadio del Camp Nou, la vuelta a casa tras el agotamiento que ha supuesto jugar en Montjuïc, con las velas desplegadas y la vitola de un equipo ganador y con futuro. Un equipo que ha ilusionado, incluso a los no aficionados al fútbol que han visto un renacer del club tras una etapa agónica que heredó Joan Laporta en marzo de 2021. Nadie daba un duro entonces, todo eran críticas y a la vuelta de la esquina le esperaba una legión de vendehúmos dispuestos a repartirse sus despojos, empezando por ese aspirante que no creo que llegue nunca a la presidencia del Barca que es Víctor Font y que tiene una habilidad excepcional: habla cuando tendría que callar y calla cuando tendría que hablar. Los mimbres existen para marcar una época y solo el tiempo dirá si la ilusión de hoy acaba siendo una realidad mañana. Mientras tanto, cuidemos a esta plantilla, defendamos sus valores blaugranas —¿cuándo un jugador del primer equipo había ido a Canaletes, como hizo Marc Casadó, a abrazarse con los aficionados la noche de una celebración?— y su amistad como grupo y en un entorno de máxima competitividad. Disfrutemos de ver a Dani Olmo, Íñigo Martínez, Eric García y su inseparable Pedri cogiendo un Bicing y enfilando el camino al hospital por la Diagonal para que Ferran Torres, recién operado de apendicitis, también pudiera celebrar el título de Liga. Y soñemos porque el futbol es más que un juego. Es, sobre todo, un sueño.