Barcelona, 17 de abril de 1456. Hace 569 años. El Dietari de la Generalitat (el equivalente al DOGC actual) consignaba “Aquest die fonch feta crida pública per la ciutat de Barchinona que la festa de sent Jordi fos colta generalment per tothom, com la Cort General del principat de Cathalunya, qui de present se celebre en la claustra de la Seu de la dita ciutat, ne hagués feta novament constitució”. San Jorge, que desde el siglo XI ya era el patrón del estamento nobiliario catalán (uno de los tres poderes del país), se convertía también en el patrón del país.
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Aquella proclama, a pesar de emanar de la reunión del poder (era fruto de un acuerdo de las Cortes permanentes —Generalitat— de 1454, que eran la representación de los tres poderes del país), habría podido quedar recluida en el ámbito puramente institucional. Y, como tantas altas proclamas —de cualquier tipo—, no trascender al imaginario colectivo. Pero, en cambio, el pueblo de Catalunya —todos los estamentos de la sociedad— enseguida la asumió como propia y convirtió a san Jorge en el patrón nacional y, de rebote, en la primera gran festividad de alcance general. ¿Por qué el pueblo de Catalunya abraza la figura de san Jorge y lo aclama como su patrón nacional?
El contexto
La primera respuesta nos la da el contexto histórico de la época. En 1456, Catalunya estaba inmersa en un escenario extremadamente convulso y profundamente crítico, que anunciaba el tránsito de una era a otra (de la edad media a la edad moderna) y de un sistema político y económico a otro (del régimen feudal al régimen mercantil). En 1456, Catalunya venía de una mortífera peste negra (1348-1351) y de sus rebrotes sucesivos (segunda mitad del siglo XV), de los terribles pogromos contra la minoría judía (1391) y de dos guerras civiles consecutivas (rebelión de Jaime de Urgell, 1413, y conflicto de la Biga y la Busca, décadas de 1420 a 1460).
Y entre la proclamación institucional (1456) y la aclamación general (principios del siglo XVI), estallaría la Guerra Civil catalana (1462-1472) que sería una matrioska bélica, que, entre otras crisis y conflictos, proyectaría la formidable Revolución Remença y una importante corriente migratoria hacia Sevilla y Nápoles (las clases mercantiles urbanas) y hacia el País Valencià (los campesinos remença fugitivos). Los fogajes de 1497 (los censos fiscales de la época) revelan una pérdida de población, con relación al máximo demográfico de 1348, del 33%. Catalunya había pasado de ser un país rico y poblado (500.000 habitantes, en 1348) a un páramo carbonizado (300.000 habitantes, en 1497).
El caballo blanco de san Jorge
La leyenda de san Jorge se construye sobre la trilogía formada por el caballero, el dragón y la princesa. Y, en cambio, el caballo —que no olvidemos que es de un revelador color blanco— es una figura que, en el relato moderno de la leyenda, pasa desapercibida. Pero no siempre ha sido así. En el proceso de proyección social y aclamación general de san Jorge como patrón nacional, aquel caballo blanco —que cabalga, rampante, con su caballero a lomos— posee un simbolismo extraordinario. Algunos antropólogos han querido ver, en aquel caballo, la representación de la Iglesia, conservadora de la fe y de la tradición, en un contexto general marcado por la convulsión, la crisis y la incertidumbre.
Pero otras investigaciones afirman que en el proceso de proyección y aclamación de la figura de san Jorge, el imaginario popular jugaría un papel fundamental. En aquella sociedad postmedieval, de tradición antigua y de pensamiento espiritual, el caballo blanco se presenta con una doble simbología, pero reveladoramente complementaría. Por una parte, estaría asociado a un mito de la antigüedad —la yegua blanca— extendido por toda la mitad occidental de Europa y relacionado con la fertilidad (la humana y la agroganadera). Y, por otra parte, estaría indisociablemente vinculado al caballero heroico que monta a sus lomos y que combate las fuerzas del mal (la peste, la guerra, la muerte…).
El caballero
En aquel proceso de proyección y aclamación (1456-principios del siglo XVI), el imaginario popular construye un mito que va más allá de la figura del esforzado personaje que se mueve guiado por el ideal caballeresco. El imaginario popular catalán concibe san Jorge como un héroe moderno (entendido moderno en el contexto de la época), que significaría que, además de las tradicionales virtudes morales que se le presuponían a uno esforzado caballero medieval (coraje, honor, lealtad, proeza, perfección, rectitud), atesoraba una inteligencia política moderna (liderazgo, voluntad, competencia y sagacidad para vencer todos los obstáculos del presente y del futuro).
En definitiva, el mito de san Jorge que el imaginario popular catalán construye a caballo entre los siglos XV y XVI está claramente inspirado en la figura política del Hombre Principal —de raíz romana y de tradición catalana—, que, como jefe legítimo de la nación, está llamado a derrotar a los demonios (los barones feudales) que le habían usurpado el poder y que habían violentado al pueblo. En aquel contexto historicoideológico, el imaginario popular catalán —que conserva la memoria de una época pasada de plenitud— concibe la figura de san Jorge como la del Hombre Principal que, después de la victoria revolucionaria remença (1486), tiene que liderar a sus hijos —el país— hacia la restauración de la plenitud.
El dragón y la princesa
El dragón y la princesa son los otros dos personajes que completan la trilogía de la leyenda de san Jorge. En la construcción de la leyenda, la simbología del dragón y de la princesa está clarísima. El dragón simboliza el mal (los abusos señoriales, el hambre, las enfermedades, la peste, el enemigo exterior, la guerra, la muerte). Y la princesa simboliza la nación, violentada y amenazada por el dragón. Sin embargo, en este "conjunto representativo", el dragón y la princesa tienen una función totalmente subordinada, pero al mismo tiempo necesaria para dimensionar la figura central y completar el relato. El del Hombre Principal, moderno y capaz, que extermina los males que amenazan al país.