Barcelona, 5 de agosto de 1835. Hace 187 años. Un incendio provocado devastaba la Fábrica Bonaplata, situada en la calle Tallers; en el barrio del Raval de la capital catalana. La Fábrica Bonaplata había sido la primera industria del país que había incorporado las máquinas de vapor como fuerza motriz. El incendio y destrucción de la Bonaplata, perpetrado por un grupo de trabajadores de la fábrica, marcaría el inicio de una etapa extremadamente conflictiva, que conduciría a un nuevo estadio de relaciones entre patrones y obreros. La Revolución Industrial no fue, tan solo, un gran salto tecnológico. Representó, también, una profunda alteración en el sistema relacional tradicional entre patrones y jornaleros; que sentaría las bases para la creación y desarrollo de las primeras organizaciones obreras: la raíz primigenia de los actuales sindicatos.

Grabado que representa el incendio de la Fábrica Bonaplata (1835). Fuente Wikimedia Commons
Grabado que representa el incendio de la Fábrica Bonaplata (1835)

¿Cómo era la Barcelona de 1835?

En 1835, Barcelona era una ciudad de 120.000 habitantes; que, por imposición del régimen borbónico, continuaba recluida dentro de las murallas. En el interior del cercado amurallado convivían edificios residenciales, industriales, religiosos, militares y de espectáculos; en un equilibrio casi imposible que había convertido Barcelona en una de las ciudades más insalubres de Europa. Para tener una idea de lo que eso significaba, solo hay que ver el impacto de la epidemia de Fiebre Amarilla que asoló la ciudad en 1821: en pocas semanas se había propagado por todos los rincones de Barcelona y había causado más de 6.000 muertes. También las pésimas condiciones de habitabilidad eran un elemento destacado de aquel paisaje. Las clases populares se veían obligadas a compartir la vivienda. En aquella Barcelona de principios del XIX, los realquilados representaban el sector poblacional mayoritario.

Las crisis alimentarias

Barcelona era una ciudad de bullas. Por la composición de su sociedad y por las condiciones generales de vida; era una ciudad con una larga tradición de revueltas urbanas. Y una de las causas que, con más frecuencia, impulsaban estos movimientos —denominados popularmente como "bullangas"— eran las crisis alimentarias. En aquella época (principios del siglo XIX), el sistema económico general era significativamente más débil que el actual. Con lo cual un par de malas añadas agrarias consecutivas, o la acción depredadora de los especuladores de alimentos, provocaban alzas repentinas y brutales de precios que impedían a las clases populares acceder a los alimentos básicos. Cuando se producía una crisis de esta naturaleza, Barcelona se convertía en una enorme bola de fuego que reunía todas las reivindicaciones sociales chisporroteando en una misma pira.

Grabado que representa una bulla (1835). Asesinato del general Balsa|Alberca. Fuente Wikimedia Commons
Grabado que representa una bulla (1835). Asesinato del general Balsa|Alberca.

Las relaciones entre patrones y jornaleros

Barcelona era, también, una ciudad con una fuerte tradición fabril que remontaba a las décadas centrales y finales del siglo XVII; y que se había hecho especialmente manifiesta a partir de la conquista comercial de los puertos de la América colonial hispánica (1750-1800). A principios del siglo XIX, las fábricas barcelonesas —básicamente del sector textil— reunían centenares de jornaleros (hombres, mujeres y niños). Y las relaciones entre los patrones y aquellos jornaleros tenían un dibujo muy característico. Según el profesor Jordi Cassassas, de la Universidad de Barcelona y uno de los grandes investigadores del fenómeno obrero primigenio en Catalunya; los patrones y los trabajadores más cualificados cultivaban una satisfactoria relación de mutua complicidad que tenía el propósito de mantener o, incluso, mejorar los niveles de calidad del producto que fabricaban.

El paisaje social en las fábricas antes de la máquina de vapor

Otra cosa era el resto de jornaleros, la mano de obra no cualificada, denominado popularmente "la patacada". Las relaciones entre patrones y jornaleros de "patacada" eran más frías y distantes; pero sus reivindicaciones, paradójicamente, tenían un recorrido muy corto a causa de la influencia y del control que los trabajadores cualificados desplegaban sobre el conjunto de los jornaleros. En este punto es importante aclarar que antes de la introducción de la máquina de vapor en las fábricas, las reivindicaciones obreras difícilmente trascendían los muros de la fábrica. Y eso quería decir que "cada tierra hacía su guerra". Y si bien era cierto que, en aquel contexto, el paisaje socioeconómico no variaba prácticamente nada de una fábrica respecto a otra; también lo era que cada empresa era un universo de relaciones propias y diferenciadas.

Grabado que representa la familia del industrial Macià Vila. Fuente Archivo Historic de Reus
Grabado que representa la familia del industrial Macià Vila.

¿Qué pasó con la introducción de las máquinas de vapor?

La introducción de las máquinas de vapor a las fábricas fue interpretada por los trabajadores como una amenaza a sus puestos de trabajo. Pero eso solo era la parte visible; porque la introducción de aquellas máquinas contenía un mensaje que iba mucho más allá de aquella amenaza: proclamaba que los patrones renunciaban a la idea tradicional de calidad (y, por lo tanto, a la tradicional relación con sus élites jornaleras); en provecho de una nueva ideología de productividad y de beneficio (donde los trabajadores cualificados dejaban de tener ningún tipo de importancia). La introducción de las máquinas de vapor escenificó el desguace de un sistema de relaciones secular, y convirtió aquellas industrias primigenias en grandes receptáculos de conflictos sociales que, por primera vez, trascendían los muros de la fábrica.

Los trabajadores cualificados, los más combativos

La lógica diría que los jornaleros "de patacada" podían haber sido los más perjudicados por aquella innovación tecnológica. Pero, en cambio, y sorprendentemente, serían los trabajadores cualificados los que liderarían las primeras protestas y los que articularían los primeros movimientos asociativos. De nuevo, el profesor Jordi Cassassas, confirma que fueron las élites jornaleras de Barcelona, de Reus, o de Mataró —descabalgadas de su posición de privilegio en la pirámide jerárquica de la fábrica; las creadoras e impulsoras de las primeras asociaciones obreras catalanas. Eso sería durante las décadas de los 50 y de los 60 del siglo XIX; y todavía faltaban muchos años para que aquellas organizaciones se convirtieran en sindicatos. Pero el decisivo paso para organizar la clase trabajadora, llegó en el momento en que los patrones expulsaron a los jornaleros del sistema.