Tarragona, 17 de mayo de 1321. Hace 701 años. Después de un largo viaje por el Mediterráneo —y se supone, también, que de una intensa investigación y negociación; el Brazo Incorrupto de Santa Tecla, entraba en la ciudad. Las fuentes documentales revelan que, con la llegada de la reliquia, Tarragona se entregó a unas celebraciones religiosas y civiles apoteósicas. Por fin, la capital eclesiástica de Catalunya y de la Corona catalanoaragonesa (Tarragona era sede metropolitana y primada) disponía de una reliquia al nivel de su protagonismo. El Brazo Incorrupto de Santa Tecla se convertiría no solo en la principal reliquia de la archidiócesis tarraconense, sino también en un elemento que tenía que prestigiar la sede tarraconense en la carrera que mantenía con las sedes zaragozana y valenciana por conservar su liderazgo en el contexto eclesiástico catalanoaragonés.

¿Quién era Santa Tecla?

Tecla era un personaje del martirologio (la nómina de santos y de santas) que, según los textos cristianos, había nacido y vivido en la provincia romana de Capadocia (actual Turquía) durante el siglo III. Según estas mismas fuentes, era hija de una familia acomodada que la prometió a un magnate del territorio. Pero, en el momento que se tenía que celebrar la boda, se rebeló y huyó. Y después de una intensa búsqueda fue localizada y severamente amenazada. Sin embargo, sin embargo, prefirió morir antes que renunciar a su fe, y perder honor y convicciones en medio de las sábanas de un adorador de Augusto, de los Genios, de Júpiter, de Juno y de Minerva (los dioses principales de la religión oficial del Imperio). Tecla era, en el martirologio cristiano medieval, santa y mártir, en la medida en que lo eran los mártires tarraconenses (y coetáneos) Fructuoso, Eulogio y Augurio.

Grabado de Tarragona (1563). Fuente Wikimedia Commons

Grabado de Tarragona (1563). Fuente: Wikimedia Commons

¿Por qué una reliquia de Santa Tecla?

Santa Tecla había sido proclamada patrona de la ciudad y Camp de Tarragona en el año 1117, coincidiendo con la recuperación de la ciudad —por los ejércitos de Ramon Berenguer III, conde independiente de Barcelona—; y de la restauración de la sede archidiocesana tarraconense —representada por el arzobispo Oleguer—. Por lo tanto, pasados dos siglos largos, tenía mucho sentido que las autoridades eclesiásticas y civiles de Tarragona emplearan todos sus esfuerzos en conseguir una reliquia de la santa patrona. Ahora bien, las mismas fuentes apuntan claramente que aquella iniciativa surgió directamente del poder (del eclesiástico y del civil) y que aquella empresa no obedecía a ningún tipo de reivindicación popular. Por lo tanto, queda, también, bien claro que la obtención de la reliquia tenía un propósito que iba más allá de la idea de reforzar la devoción local por la santa.

¿Qué costó la reliquia del Brazo Incorrupto?

Según los datos que figuran en el Archivo Diocesano de Tarragona, el conde-rey Jaime II comisionó a un grupo de mercaderes-armadores catalanes y mallorquines para la obtención de la reliquia (1320). Hay que suponer, porque no se dice explícitamente, que ya se tenía conocimiento de la existencia de aquella extremidad momificada e, incluso, del lugar donde podía ser adquirida. Aquella expedición mercante se dirigió a Antioquía (en el sur de la actual Turquía); que en aquel momento ya no era la capital cruzada del siglo anterior, sino un pequeño puerto musulmán. Según las mismas fuentes, el Arzobispado y el Consejo Municipal de Tarragona pagaron por la reliquia un trono de oro, doscientos caballos andalusíes y cuatrocientos quesos mallorquines. Tampoco se dice en ningún sitio si fue, literalmente, un canje; o el precio que se pagó era el equivalente a esta carga.

Representación de una coca mercante catalana (siglo XV). Fuente Museo Marítimo de Barcelona

Representación de una coca mercante catalana (siglo XV). Fuente: Museu Marítim de Barcelona

Reliquias certificadas

Aquella operación también revela que Tarragona —como otras ciudades del orbis cristiano del momento— había ingresado plenamente en la carrera para disponer de una reliquia. En nuestro pensamiento científico moderno podemos discutir la autenticidad de aquellas reliquias. Sobre todo cuando nos referimos al miembro amputado y momificado de una persona muerta mil años antes; con todas las dificultades que eso podía representar para identificar y asegurar con certeza que aquella tumba y aquellos restos eran, realmente, de quien se decía que eran. Pero en aquella época (siglo XIV); un pequeño trozo de madera; una vértebra; un cáliz o, como es el caso, una extremidad momificada; cuando se decía que eran de quien eran; no se ponían en cuestión. Las jerarquías eclesiásticas habían creado un sistema infalible de certificaciones, que las convertía en incuestionables objetos de culto.

El negocio de las reliquias

Otro detalle que sorprende es el precio que la ciudad y diócesis de Tarragona pagaron por la reliquia. Una verdadera fortuna que revela que la localización, certificación, compra y traslado de reliquias sería una de las actividades más lucrativas de la época. Las investigaciones historiográficas relacionadas con los reinos cristianos medievales del Mediterráneo oriental, tuteladas por las órdenes militares religiosas, ya mencionan este comercio. Pero, curiosamente, la caída de aquellos territorios a manos de las potencias musulmanas de la región (1291-1307); no solo no limitaría aquel negocio, sino que lo estimularía. Los caballeros del Templo, del Hospital o del Santo Sepulcro que, hasta principios del siglo XIV habían monopolizado esta actividad, dejarían paso a ambiciosos mercaderes civiles que compensaban los enormes riesgos con grandes beneficios.

Atlas catalán de Abrahán Cresques (1375). Fuente Bibliotheque Nationale de France

Atlas catalán de Abrahán Cresques (1375). Fuente: Bibliotheque Nationale de France

Una cuestión de economía

La amortización de la inversión que requería la adquisición de una reliquia no se ponía en cuestión. En una sociedad de pensamiento espiritual (como era la sociedad europea medieval); un santo sudario, un santo cáliz, un trozo de la verdadera cruz, una tumba santa o un brazo incorrupto tenían una fuerza de atracción extraordinaria. El peregrinaje a cualquier templo que acogiera una reliquia, era una corriente humana que generaba una importante actividad económica. En el camino y en el destino. Para el estamento eclesiástico y para el estamento civil. Sería, si lo queremos decir así, una forma muy primigenia de la actual actividad turística. Por lo tanto, no tiene que extrañar que, ante la posibilidad de obtener el brazo incorrupto de la santa patrona, la ciudad y la diócesis de Tarragona no escatimaran esfuerzos. Era, también, una cuestión de economía.