Basada en una novela de Celeste Ng, Little fires everywhere parte de un molde televisivo que no es nuevo: la confrontación entre modelos de familia, ya sea en su acepción más social (como se dice en un momento de la historia, hay personas que no se ven nunca abocadas a una situación porque pueden escogerla) como en términos de radiografía íntima. El relato se articula a partir del enfrentamiento entre dos mujeres, madres con una percepción muy diferente de la realidad. Una, Elena Richardson, es la madre acomodada de cuatro hijos que insiste en erigirse en un pilar de su comunidad; la otra, Mia Warren, es una artista y madre soltera de una adolescente que cambia a menudo de casa porque huye de un pasado lleno de traumas y pérdidas. La casualidad las lleva a conocerse y tener que relacionarse.

El choque entre los dos personajes no es inminente, porque al principio hay lo más parecido a un ejercicio de mutua tolerancia, pero a medida que avanza la narración, aquella calma tensa que preside todos sus encuentros degenera en una chispa de imprevisibles consecuencias. En este sentido, esta serie de Amazon es indiscutiblemente eficaz. Presenta a las dos protagonistas y sus entornos con una atención al matiz lo bastante elocuente, y sabe hacerlas avanzar hacia sus respectivas catarsis. Lo mejor de Little fires everywhere es justamente el clima de violenta incomodidad que se va apoderando del ambiente, llegando a parecer que a pesar de estar hablando de conflictos eminentemente sentimentales cualquier desgracia es susceptible de producirse. Engancha, y mucho, gracias a este crescendo, y también porque las actrices Reese Witherspoon y Kerry Washington, también productoras, lo saben plasmar con su talento habitual.

Little ferias everywhere 1

Pero si no acaba siendo la gran serie que podría haber sido es porque Little fires everywhere trata al espectador como si no pudiera entender las cosas a la primera. Redunda en algunas soluciones narrativas que están exclusivamente concebidas como subrayado dramático, por si la metáfora no hubiera quedado lo bastante clara, y algunos pasajes incurren en unas cuantas obviedades sobre la yuxtaposición entre arte y frivolidad. Viene a decir que si tienes la vida tirando a resuelta eres condescendiente y clasista por definición, y que si has tenido una existencia complicada tu creatividad es desbordante, un cliché que acaba laminando la fuerza de la historia. Tampoco ayuda  que esté rodada con abuso de primeros planos que apelan a la televisión de hace unas décadas. Pero con todo, sus ocho episodios saben mantenerte en tensión porque su objetivo fundamental, hacer la crónica de una chispa, lo sabe culminar con solvencia. Es imposible no dejarse arrastrar por esta sensación que los secretos, los silencios y los recelos acabarán estallando en algún momento u otro. Seguramente porque mientras la miramos somos conscientes de que, a pesar de sus irregularidades y su maniqueísmo, Little fires everywhere nos enseña los interiores de unas vidas que no se nos hacen nada extrañas.