Hace casi 50 años, el 16 de octubre de 1968, dos atletas afro-americanos se colocaban en primer y tercer lugar en la final de 200 metros de los Juegos Olímpicos de México. A la hora de escuchar el himno americano, los dos se pondrían una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos, se descalzarían, se quedarían en calcetines negros, y levantarían el puño con un guante negro, en el símbolo del Black Power. Mostraban así su disconformidad por la política de discriminación racial en Estados Unidos. Un gesto que duró tan sólo un instante marcó sus vidas, pero también revolucionó el mundo del deporte. Ahora, John Carlos, el ganador de la medalla de bronce, ya con 70 años, rememora su vida en unas memorias escritas con la ayuda del periodista Dave Zirin: La historia de John Carlos (Sembra Llibres).

Una vida marcada por la discriminación

No extrañará a quién lea La història de John Carlos la protesta antirracista del atleta afroamericano. Carlos, cuando era jovencito, quería ser nadador, y tenía excelentes marcas, pero su padre le hizo ver que nunca podría competir, porque en las piscinas donde se entrenaban los deportistas para competiciones no podían entrar los negros. Por eso, Carlos tuvo que cambiar de deporte y dedicarse al atletismo. Para entrenarse se vio obligado a ir a la Universidad de Texas, donde viviría episodios de racismo a los que no estaba acostumbrado, porque venía de Nueva York, donde el racismo no era tan acentuado.

Más allá de dos atletas

La història de John Carlos explica la historia de uno de los héroes del deporte en la lucha antidiscriminación, pero lo enmarca en un movimiento mucho más amplio de la lucha antidiscriminación. John Carlos había sido muy influido por Malcolm X, quien adoraba. Y el movimiento de protesta contra el racismo, en aquellos años agitados, recibió el apoyo de personas tan influyentes deel deporte como el boxeador Muhammad Ali o el jugador de béisbol Jackie Robinson, y desde el mundo de la política de verdaderos líderes de masas como Martin Luther King. Uno de los ejes del movimiento antiracista fue, en 1968, la oposición a que participaran en los Juegos Olímpicos Suráfrica y Rhodesia, dos países que practicaban la discriminación racial, aunque la Carta Olímpica la prohibía. Finalmente, Suráfrica fue excluida gracias a las presiones de los países africanos, árabes y asiáticos y de los atletas afroamericanos. En realidad, los atletas contrarios a la participación sudafricana tuvieron fuertes choques con Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, porque este se oponía ferozmente al boicot, como se había opuesto en 1936 al boicot norteamericano a los Juegos Olímpicos de Berlín, organizados por la Alemania nazi, que discriminaba a los judíos.

El precio de la libertad

El precio que tuvo que pagar John Carlos por su acción fue muy alto. Fue silbado, cuando abandonaba el estadio de Ciudad de México, y después fue apartado del deporte olímpico por sus posiciones políticas. Tuvo que malvivir jugando al fútbol americano, un deporte para el que no estaba especialmente dotado, y más tarde tuvo que dedicarse a todo tipo de trabajos mal pagados. Y no sólo eso: él y su familia fueron rechazados por buena parte de la sociedad americana. Carlos recibía amenazas de muerte por correo, con balas dentro del sobre, era insultado en ciertos foros... La prensa americana condenó unánimemente a Carlos y Tommie Smith, y escondió las reacciones internacionales de apoyo a los atletas negros. La revista Time, en portada, mostró el logo olímpico, pero en vez del eslogan "Más rápido, más alto, más fuerte" ("citius, altius, fortius"), incluyó "Más rabioso, más sucio, más feo". Durante años el gesto de Carlos y Smith sólo generó rechazo. A Carlos su defensa de los derechos de los negros le llevó a la pobreza más absoluta (tuvo que destrozar sus muebles para hacer leña para calentarse) y acabó llevándole a una tragedia familiar.

Todo un personaje

John Carlos, en su libro, no se olvida de dar protagonismo a otros implicados en el boicot de 1968. Sólo tiene buenas palabras a Peter Norman, su compañero de podio australiano, que se puso una insignia en defensa de los derechos humanos, se solidarizó con Carlos y Smith, y criticó la discriminación de los aborígenes australianos (por su actitud sería excluído de los Juegos de 1972). Y felicita a los atletas de remo, blancos y de posición acomodada, que se mantuvieron firmes en su solidaridad con los atletas negros. Explica que sin el apoyo de un movimiento político organizado, él nunca hubiera llegado dónde llegó. Y recuerda que "los verdaderos mártires" de los Juegos Olímpicos de 1968 no fueron Smith y él, sino los estudiantes muertos en Tlatelolco, en la plaza de las Tres Culturas.

Un agitado 1968

1968 fue un año de grandes cambios a nivel mundial: la revuelta del mayo francés, la invasión de los tanques soviéticos en primavera de Praga, las protestas contra la guerra del Vietnam en Estados Unidos... Eso marcó, obviamente, los Juegos Olímpicos. El 4 de julio de 1968, Martin Luther King, que había prometido ir a México a dar apoyo a los deportistas norteamericanos, fue asesinado en Memphis. Una oleada de rabia sacudiría Estados Unidos y los ghettos quemarían durante días de saqueos e incidentes. John Carlos, que había visto a Luther King unos días antes, quedó conmocionado por el acontecimiento. No era mejor la situación de México. Desde julio de 1968 los estudiantes mexicanos habían organizado una serie de movilizaciones, muy multitudinarias, en defensa de mayores libertades. La policía y el ejército reaccionaron con dureza contra ellos, pero no pudieron acabar con las protestas. Dos semanas antes de la polémica entrega de medallas, en vísperas del apertura de los Juegos, el 2 de octubre, el ejército mexicano y la policía secreta cargó contra los estudiantes universitarios concentrados en la Plaza de las Tres Cultures, en Tlatelolco. Lo hicieron con fuego real. Hubo una cifra indeterminada de muertes: los balances oscilan de los 100 a los 1.500. Se practicaron un mínimo de 1.500 detenciones. Los cadáveres fueron retirados de inmediato y se acusó a los estudiantes, falsamente, de atacar a la policía. Mediante la censura se intentó tapar el escándalo. El 12 de octubre, 10 días después de la matanza, los Juegos fueron inaugurados oficialmente, como si nada.

Un viejo rebelde

John Carlos, tras pasar tiempos muy duros, vive un momento dulce. No sólo tiene trabajo como educador de jóvenes, una labor que le ilusiona, sino que además está recibiendo muchos reconocimientos por su lucha contra el racismo. En la Universidad Estatal de San José, en California, se ha colocado una estatua a medida natural que representa a los dos atletas, Carlos i Smith, en el podio, y además, les otorgó un doctorado honoris causa (Carlos, con dificultades para estudiar por su dislexia, lo agradeció especialmente). Quizás gracias a la fuerza que le han dado estos actos, Carlos ha conseguido la energía para escribir este libro. Reconoce que "es fantástico sentir calor humano, por fin." Pero no ha querido hacer un libro autocomplaciente. Carlos no cree que la lucha haya acabado. En realidad, el libro está dedicado "a toda aquella gente normal y corriente que por todo el mundo lucha por la justicia". Para los rebeldes de verdad, el combate no acaba nunca.