Charlotte Amalie (capital de las Indias Occidentales danesas, actualmente Islas Vírgenes norteamericanas), 31 de marzo de 1917, hace 109 años, una compañía de marines de los Estados Unidos izaba la bandera de las “barras y estrellas” y hacía efectiva la toma de posesión del territorio que la Administración de Washington había adquirido —unas semanas antes— por veinticinco millones de dólares. En el acuerdo de venta, los daneses (la metrópoli colonial desde 1666) introdujeron una serie de cláusulas, una de las cuales actualmente resulta especialmente reveladora: los Estados Unidos renunciaban —a perpetuidad— a hacer cualquier reivindicación territorial sobre Groenlandia. Pero ¿por qué los daneses hicieron firmar aquella cláusula? ¿Qué temían? ¿Y desde cuándo los Estados Unidos ambicionaban el dominio de la gran isla danesa de Norteamérica?

Los “padres de la patria”

Las Trece Colonias habían conseguido la independencia en 1783, después de derrotar, militarmente, a los británicos. Y se habían convertido en los Estados Unidos en 1789, después de negociar, redactar, aprobar y promulgar la Constitución que articulaba la unión de aquellas trece antiguas colonias. Pero el mapa que imaginaban las nuevas clases dirigentes norteamericanas —los llamados “padres de la patria”— iba mucho más allá de los límites territoriales de las antiguas Trece Colonias. Durante el despliegue de los tres estadios que dibujan el proceso revolucionario —la resistencia (1765-1775), la guerra (1775-1783) y la creación de la Unión (1783-1789)—, los “padres de la patria” fabricaron y divulgaron una idea expansiva —territorial y cultural— que marcaría decisivamente el futuro de los Estados Unidos desde el día siguiente a su nacimiento.

Mapa de la expansión de los Estados Unidos durante el siglo XIX / Fuente: Universidad de Massachusetts

La ideología de los “padres de la patria”

Esta idea sostenía que Estados Unidos era una nación con una particularidad que la diferenciaba del resto. Había nacido a un lado de la “frontera” que separaba dos mundos excluyentes: la tierra civilizada de los colonos de origen europeo versus la tierra salvaje e inhóspita de los indígenas. Y la misión divina de Estados Unidos era empujar la frontera y exportar por todo el continente norteamericano —¡por todo!— los beneficios de la ciencia, los principios liberales de la democracia y la libertad de culto. Una idea que se proyectaría con fuerza durante los gobiernos de los “padres de la patria” (el primer medio siglo de independencia) y que, más allá de aquella generación de gobernantes, se transformaría en las particulares “tablas de Moisés” de la sociedad norteamericana.

El primer empujón de la “frontera”

El primer empujón importante de la “frontera” se produjo tan solo catorce años después de la creación de la Unión. En 1803, el gobierno de los Estados Unidos adquiría la colonia francesa de Luisiana (el territorio de los valles de los ríos Misuri y Misisipi, desde el golfo de México hasta los Grandes Lagos) y pagaba quince millones de dólares de la época. Con la compra de Luisiana (más de dos millones de kilómetros cuadrados) y la posterior ocupación de los territorios nativos de Ohio, Indiana y Michigan (1804-1809), los Estados Unidos duplicaban superficie. Pero lo más importante era que lograban empujar la “frontera” desde la línea de los Apalaches (el límite occidental de las antiguas Trece Colonias) hasta las Rocosas. Un formidable impulso de más de 2.000 kilómetros lineales que los aproximaba al objetivo del oeste: la costa del océano Pacífico.

Mapa de los Estados Unidos en 1822 / Fuente: Wikimedia Commons

El segundo empujón de la frontera

Tan solo ocho años después del primer empujón, y con Gran Bretaña enfrascada en las guerras napoleónicas (1803-1815), los norteamericanos ocuparon la colonia británica de Canadá (1812-1814), con Quebec incluido, que había pasado a dominio de Londres tras la guerra de los Siete Años (1756-1763). En aquel momento, el canal de Panamá solo era un proyecto (no se construiría hasta un siglo después, en 1914), y el objetivo del gobierno del presidente James Madison —uno de los “padres de la patria”— era desplazar la frontera hasta el círculo polar ártico para dominar la ruta naval del paso del Noroeste, indispensable para controlar la navegación entre los puertos norteamericanos del Atlántico y los que construirían en un futuro tras ocupar la mitad norte de México (1836-1848) y situar la “frontera” en la costa del océano Pacífico.

Mapa de Norteamérica (principios del siglo XVIII) / Fuente: Biblioteca Nacional de Francia

Alaska y las Islas Vírgenes, dos vértices del mismo triángulo

La guerra entre británicos y norteamericanos (1812-1814) acabaría en tablas. Los británicos conservarían el dominio de Canadá, pero los norteamericanos nunca renunciarían a su proyecto expansivo hacia el círculo polar ártico. Pasado medio siglo, en 1867, el gobierno del presidente Andrew Johnson formalizaba la compra de Alaska a los rusos por 7,2 millones de dólares de la época. Johnson ya no era un “padre de la patria”, pero participaba plenamente de la ideología creada al alba de la nación norteamericana, y la compra de Alaska formaba parte de aquella estrategia expansiva (era uno de los vértices de la ruta naval del paso del Norte). Pasado medio siglo (1917), el gobierno del presidente Thomas Wilson formalizaría la compra de las Islas Vírgenes danesas, estratégicamente situadas en la boca este del canal de Panamá, inaugurado, tan solo, tres años antes (1914).

Mapa de los Estados Unidos en 1790 / Fuente: Wikimedia Commons

Groenlandia, en el punto de mira de los Estados Unidos

Han pasado más de cien años de la construcción del canal de Panamá (1914), pero la nueva geopolítica internacional, con un progresivo desplazamiento del eje mundial hacia Extremo Oriente, y el cambio climático, con el deshielo de los polos, han renovado el interés por la ruta naval del paso del Norte. No solo porque es el camino más rápido entre los puertos norteamericanos del Pacífico y los del Atlántico, sino también porque es el más corto entre los puertos de Extremo Oriente y de Europa. Por lo tanto, al margen de los recursos naturales que “duermen” en el subsuelo de Groenlandia, el dominio de su territorio —especialmente el de sus costas— resulta indispensable para el control de la navegación comercial..., ¡¡¡y militar!!!, en el Atlántico Norte, que es donde se libran los combates por el liderazgo del planeta desde hace siglos.